
La actitud soberbia de los líderes de la 4T (“nos apoya todo el pueblo”) se combina con una conducta defensiva y temerosa frente a cualquier expresión de disidencia. Ese miedo no es otra cosa que intolerancia.
La presidenta Sheinbaum ejemplifica esta conducta. Se negó a visitar Uruapan en vida de Carlos Manzo, presidente municipal independiente y se apresuró a descalificar las marchas de la Generación Z diciendo que eran organizadas “por la derecha”.
Ella deforma en su mente el poder que ostenta. Cierto, representa al pueblo de México porque ganó las elecciones presidenciales, pero las ganó por mayoría; No todos los mexicanos votamos por ella y, por otro lado, el pueblo de México no es una sociedad monolítica y servil que le rinda veneración a una persona, por virtuosa que sea. No somos un pueblo de borregos.
México es una sociedad plural, aunque los seguidores de la 4T no lo acepten. La presidenta Sheinbaum parece seguir la lógica binaria de “amigo-enemigo” que postuló el teórico del nazismo Karl Schmitt. Entre yo y mi enemigo, no hay nada: no hay personas con pensamiento independiente, o con otras posturas ideológicas como el liberalismo, la socialdemocracia, etc.
En un momento esta visión unilateral, substituye –en la mente de quien la tiene-- a la realidad. Terminas pensando que, en efecto, en la realidad no existe las terceras partes, solo existen amigos y enemigos. Niegas a fuerzas terceras que también están en el escenario político.
Esta miopía impidió a los líderes de la 4T ver en las marchas del sábado 15 de noviembre una expresión auténtica de mexicanos sin partido que encontraron en esas demostraciones públicas una oportunidad para manifestar sus quejas, sus sufrimientos, su indignación ante los gravísimos problemas que se viven diariamente en México y ante la impotencia (o incapacidad) que muestran las autoridades en sus distintos niveles para resolverlos con eficacia.
El primero de todos es la violencia (y la inseguridad) que personificamos en la figura de Carlos Manzo, presidente municipal de Uruapan, asesinado en día 1º de noviembre. La imagen y el recuerdo de Carlos Manzo fue la primera fuerza impulsora de esas marchas. Manzo es un símbolo nacional, el representa el valor personal, la hombría, el coraje para hacer frente a las bandas de narcotraficantes y, al mismo tiempo, encarna la imagen de una autoridad que denunció con energía las amenazas que representaban las bandas de narcotraficantes instaladas en su mismo municipio y que desde mucho tiempo atrás solicitó el apoyo de las fuerzas federales para hacerles frente. Pero no tuvo ese apoyo. Tras el asesinato de Manzo, el Secretario de la Defensa, buscando justificarse, declaró a la prensa esta tontería: “El protocolo de seguridad que instaló la SDN para proteger a Carlos Manzo no falló” (¡!). No, no falló, solo permitió que Manzo recibiera siete balazos en su cuerpo.
El segundo gran problema es la corrupción. El ascenso de Morena no fue ninguna renovación sustantiva, muchos menos moral, del liderazgo político de México, solo fue un reciclaje de élites, una substitución de políticos tradicionales (corruptos) por políticos nuevos (y muchos tradicionales que aprovecharon la “manga ancha” del nuevo partido en el poder para repetirse como funcionarios) igualmente corruptos. El hecho real es que el Estado mexicano está ahora en manos de bribones que fingen defender las causas populares, y, al mismo tiempo, se aprovechan de la ingenuidad de los militantes “puros” de Morena, que han gobernado con opacidad, sin rendimiento de cuentas, sin transparencia, con lo cual han facilitado el robo y la rapiña de los bienes del Estado.
Es verdad, ha habido muchas denuncias, pero se han beneficiado del silencio y la complicidad de los altos mandos del Estado. Se habla de las fortunas de los hijos y familiares de López Obrador, se han revelado los vínculos de Adán Augusto López, amigo íntimo del expresidente Andrés Manuel López Obrador y presidente actual del Senado, con la delincuencia organizada y se le acusa (tiene 37 denuncias penales) de enriquecimiento ilícito; se ha denunciado la participación de altos mandos de la Secretaría de Marina en el contrabando, en cantidades inmensas de combustibles de Estados Unidos a México. En realidad, dadas las condiciones de silencio y tolerancia del gobierno federal hacia sus militantes, es lógico suponer que en muchos puntos del aparato estatal se están cometiendo apropiaciones ilícitas de la riqueza nacional.