
Hace unos días todos supimos del fallecimiento de Francisco Rojas. Repetir aquí los detalles de su trayectoria en el servicio público resulta innecesario. Prefiero guardar el recuerdo de su amistad y su talento.
Pero como no todos tuvieron la suerte de conocerlo, hurgué en los libros hasta dar con un compendio de ensayos sobre la todavía necesaria Reforma Energética, editado por la Fundación Colosio (él la presidía) en 2008. En esos años el Partido Revolucionario Institucional había perdido el poder y sus puntos de vista sonaban como tardío lamento o como advertencia imposible.
Sin embargo, en esa compilación hay algunos llamados de atención del propio Rojas, quien fue notable director de PEMEX, con valor casi profético envueltos en una idea central: la mayor demostración, la prueba irrefutable de nuestra errónea (y dogmática política de energía, digo), es la quiebra de Petróleos Mexicanos.
“Estamos --me dijo una tarde – ante una quiebra técnica”. Y en eso seguimos, diga cuanto quiera decir la 4T.
PEMEX pierde dinerales infinitos, como caso singular entre las grandes petroleras del mundo, no por la corrupción ni por el sindicato; tampoco por la ineficacia o la dependencia tecnológica. Quebró por el dogmatismo nacionalista a cambio del cual se permitió todo lo anterior. Si bien durante muchos años la empresa nacional sostuvo a la economía, hoy la economía tiene el lastre de su desastre. Entre otros males una deuda de casi cien mil millones de dólares.
Ante ese panorama Rojas advertía:
“...se puede modernizar a PEMEX; sostener la plataforma de producción y abatir la importación de petrolíferos con soluciones reales, sin fragmentar al organismo y sin ceder mercados ni compartir beneficios; al mismo tiempo que se cuidaría el medio ambiente, la situación del campo, el uso adecuado del suelo y el agua, y medidas preventivas en relación al cambio climático; y la incorporación del país a la tecnología de biocombustibles y otras fuentes de energías renovables.
“Adoptadas las decisiones fundamentales sobre la modernización y fortalecimiento de PEMEX, tendrían que examinarse a detalle los programas de inversión que se derivarían, así como el plazo necesario para el uso más eficiente de los recursos y la adecuada elaboración de proyectos.
“Lo peor que podría pasar (y está pasando, digo yo), es que no se hiciera ninguna reforma y PEMEX quedara como está. Los recursos existen, la tecnología está disponible y nuestros técnicos podrán con el desafío, como lo han hecho anteriormente. Hay que darle una oportunidad a PEMEX y a los petroleros de salir adelante.”
Cuando se daban pasos en ese sentido, quizá ya demasiado tarde, vino una inconveniente reversa. El nacionalismo revolucionario del siglo XX, fue continuado por algo más anacrónico: el populismo redentor, también conocido como “La cuarta transformación”, en cuyo pueril ideario las aspas de generación de energía eólica son perniciosas porque afean el paisaje silvestre.
Rojas explica en su ensayo, “La reforma energética factible”, detalles desconocidos para los jóvenes de hoy. Valen la pena:
Cuando México no tenía nada más que el petróleo (el TLC aún no existía con su impulso manufacturero actual), los precios cayeron a nueve dólares por barril.
Para conseguir dinero, el Fondo Monetario Internacional firmó con México compromisos onerosos: privatizar los ferrocarriles, la banca, y los aeropuertos, entre otras cosas, como crear un órgano estatal de Derechos Humanos y abrir la competencia electoral.
Una de las graves consecuencias de esos acuerdos fue la cesión de la dirección y administración del proyecto Cantarell, llamado así por el enorme yacimiento petrolífero con cuya explotación México iba a administrar una abundancia aún no conocida en toda su historia.
“Debemos cambiar criterios –decía FR— y guiar al país en los próximos treinta años en una dirección energética, ordenada,
autónoma e independiente...Después de 70 años (desde la expropiación) no podemos declararnos fracasados. Queremos un México ganador.”
Y una pena. Los 30 años pasaron y la derrota se presentó. Él lo dijo a tiempo.
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