Opinión

Para leer la marcha del 15-N

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Tras la marcha del 15 de noviembre en la Ciudad de México (recordemos, de entrada, que hubo otras en varias ciudades del país) ha surgido una guerra de narrativas que en poco ayuda a comprender lo que pasó y en mucho, a seguir alimentando el clima de polarización. En particular, pareciera que a nadie le interesa hacer un mínimo análisis, acompañar sus impresiones de alguna reflexión que no sea la de denostar al enemigo.

Creo que vale la pena reseñar lo que vi personalmente durante esa marcha capitalina y adelantar algunas primeras conclusiones, que pueden servir para ver dónde estamos parados. En el análisis también puede servir el contraste con las marchas en defensa del INE y de la antigua Suprema Corte, las de la llamada “marea rosa”.

En primer lugar, la del 15 de noviembre me pareció claramente una marcha orgánica. Hay tres factores que me hacen llegar a esa conclusión. La desorganización, la ausencia casi total de organizaciones de la sociedad civil, a la que se suma la no presencia de los partidos políticos de oposición y el hecho inédito de que la marcha partiera del Ángel de la Independencia a la hora programada. La regla, cuando hay organizaciones y partidos detrás, es que la salida sea mucho después.

Fue una marcha variopinta, con personas de todo tipo de ideologías, unida por un denominador común: su oposición a Morena, a la 4T y su indignación por el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo. Llegué a escuchar alguna consigna que podría calificarse de ultraderecha, “muera el progresismo”, y un amigo -en otro lado y otro momento- escuchó “fuera comunistas”. También participaron, al menos desde el paso de los contingentes por Reforma, grupos anarquistas. Igualmente, estaban pequeños grupos preocupados por la ecología. Pero todas esas eran las excepciones, y no la regla. Las consignas que más se escuchaban eran contra el “narcogobierno”, contra la presidenta Sheinbaum y sobre el asesinato de Manzo; y algo que se repetía era una suerte de decepción con Morena, más que un enfrentamiento ideológico: “Morena decía que todo cambiaría; mentira, mentira, son la misma porquería”. Hago notar aquí que no hubo defensa alguna de los partidos políticos tradicionales (“la misma porquería”). Así como se vieron pancartas de queja por los desaparecidos y la violencia, hubo otras que juntaban como indeseables a Morena, el PRI y el PAN. Lo que se percibía era hartazgo y, a veces, enojo.

He aquí una primera diferencia entre la marcha del 15-N y las de la “marea rosa”. Aquellas eran más políticas y más centradas en la defensa de las instituciones. Ésta tenía un tema más sensible, más asible y el resultado fue una respuesta más visceral de parte de la gente.

Pero hay otra diferencia todavía más importante. Las manifestaciones de la “marea rosa” eran muy predominantemente de adultos formados (digamos que de Generación X para arriba) y de clase media o media-alta. La del pasado sábado tenía una composición diferente. Era más variada por clase social y mucho más por edad. Aunque las clases medias seguían siendo mayoritarias y los menores de 30 años estaban lejos de ser la mayoría, el promedio de ingreso monetario de los participantes en esta movilización de seguro era menor que el de las otras y el de edad era, a ojos vista, entre 10 y 15 años más joven.

Este, me parece, es un asunto central que tirios y troyanos harían bien en desmenuzar. Se trata de otro tipo de actitud, pero también -en general- de otro tipo de personal. Si la composición de la oposición activa cambia, habría qué ver quiénes son los nuevos, si se incorporaron desde la desidia o desde el desencanto, cuáles son sus inquietudes, hacia donde se mueven. Por lo pronto, pareciera que hay algunos que han abandonado el consenso pasivo para incorporarse al disenso activo.

Finalmente, está el tema de los grupos que asistieron a la marcha con la intención de enfrentarse con las fuerzas policiales. En primer lugar, hay que decir que muchos de ellos participaron normalmente, a veces haciendo pintas, pero sin agredir física o verbalmente a los otros manifestantes, y fue hasta estar cerca del Zócalo cuando aparecieron las máscaras. También, que nunca me había tocado ver un “blindaje” tan aparatoso como el de esa ocasión. Mi impresión fue que el blindaje excesivo, además de una expresión de hostilidad, era, en sí, una provocación.

Ahora bien, si hay un grupo que provoca y responde a las provocaciones es el de estos particulares anarquistas, que buscan el enfrentamiento y la represión con fines que me resultan incomprensibles. Lograron alimentar -y más, con la respuesta siempre torpe y a menudo excesiva de los cuerpos policiales, que terminan golpeando a reporteros, fotógrafos y ciudadanos pacíficos- las dos narrativas contrapuestas: la que acusa a la “derecha” golpista y violenta, y la que va contra el gobierno represor y “diazordacista”. El tema central de la marcha pasa a segundo plano, para alivio de los más.

Los trancazos dan para la foto, y también dan pie a la guerra “informativa” desatada en medios y redes sociales, pero no fueron lo principal. Hubo una marcha muy nutrida, que no es de los mismos de siempre, con ciudadanos hartos del gobierno de Morena (pero que no parecen confiar en los viejos partidos), que tienen una preocupación en común (la liga entre gobernantes y crimen organizado), pero muestran posiciones visiblemente diferentes sobre diversos temas políticos y sociales. Erosión del gobierno, pero sin visos de “coalición arcoíris” opositora, más que para asuntos coyunturales y específicos, como fue lo de Carlos Manzo.

Morena y el gobierno ya equivocaron ruta al centrarse en los enfrentamientos, olvidarse del tema de la marcha y descalificarla a priori (lo que es siempre buen pretexto para no dialogar). Van derecho y no se quitan. Lo probable es que los distintos sectores de la oposición también equivoquen el análisis y, por lo tanto, la orientación política. Todo sigue en vilo.

fbaez@cronica.com.mx

Twitter: @franciscobaez

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