
Hace unos días leía una nota del diario El País en la que hacía referencia a la realidad por la que atraviesa la Generación Z, ese grupo poblacional al que los autores identifican como aquellas personas nacidas entre 1997 y 2012 y que muchos identifican como centennials, zoomers o, de manera poco afortunada, generación de cristal. Para identificarlos con mayor claridad, son quienes hoy estudian la secundaria y todas aquellas que llegan hasta quienes que en su próximo cumpleaños dejarán de ser considerados parte de la juventud por la mayoría de los instrumentos demográficos. Son, para fines prácticos, quienes en los discursos y en las estadísticas, en las encuestas y en las políticas públicas reciben el apelativo de ‘jóvenes’.
La nota, titulada “La generación Z mexicana crece con precariedad, incertidumbre y desconfianza política, y con las redes como fuente de información” y firmada por Verónica Garrido y Patricia San Juan, vale la lectura por el diagnóstico y, sobre todo, por la voz que les da a diez jóvenes de entre 16 y 26 años, todos ellos del centro del país y que lo mismo estudian que trabajan. Sin embargo, con todo lo buena que es la nota, quizá lo que más valor puede tener es el análisis, reflexión y compromiso que de su lectura se desprenda. Con genuina modestia, pero con absoluta convicción, en esta y las siguientes entregas de esta Cratología, comparto con las y los lectores de La Crónica mi visión sobre el reto y la oportunidad frente a los que estamos quienes, en mayor o menor medida, trabajamos cerca de, para y por las juventudes de México.
El diagnóstico de cómo se ven los cerca de 38 millones de jóvenes es mucho más complejo y detallado, pero lo resumo de manera simple y sin ambages: sin más expectativas del futuro que simplemente sobrevivir a lo que la vida y el destino les depare. Les preocupa su salud mental, sus principales hábitos están estrechamente vinculados con las redes sociales, no tienen mucho ánimo de participar en la construcción política o siquiera de ciudadanía y no creen en tener la ‘suerte’ de encontrar un buen empleo o adquirir una vivienda propia. No confían en ellos mismos porque, según ellos, se saben poca cosa para lo que la vida y la realidad les demanda. Están marcados, como con una letra escarlata, por la incertidumbre, el desánimo y la desesperanza.
Frente a ellos, resulta complejo creer que los gobiernos, federal o cualquiera de los 32 estatales, estén haciendo lo necesario. Lo mismo pasa con las entidades académicas o con el sector empresarial. Ni unos ni otras estamos sabiendo cómo actuar para enfrentar las necesidades de las juventudes y responder, de forma cabal y responsable, a lo que hoy podría cambiarles la vida y el destino. Hoy, las principales menciones sobre este sector de la población radican en si su convocatoria a una marcha fue legítima o inflada a partir de un sector de la oposición. Hace algunos años, hacia la hipersensibilidad que les valió el calificativo de “generación de cristal”. Al final, entonces como ahora, el centro de la atención parece centrarse en descalificar aquello que demandan y en decir que “nunca como antes se dan becas para los jóvenes” o en que “hoy se cuentan con espacios educativos para que nadie se quede fuera del derecho a la educación”. De acciones y hechos concretos, muy poco.
Por eso, en lo que corresponde a una enorme mayoría de su población estudiantil, resultan tan loables y destacables los esfuerzos que la Universidad Nacional Autónoma de México está realizando en temas como la atención a condiciones relacionadas con la salud mental o la construcción de comunidad a partir de la interacción directa de las y los jóvenes fuera de las plataformas digitales. Sin duda, frente a la dimensión del problema las alternativas siempre resultarán insuficientes, pero no se pueden menospreciar todas las acciones que la UNAM ha impulsado y las que, no tengo duda, continuará desarrollando. Mi pregunta es ¿dónde están los demás? ¿Qué están haciendo los gobiernos en sus distintos niveles para generar verdaderas oportunidades de empleo, seguridad social efectiva que contemple pensiones universales por jubilación, alternativas de vivienda asequible o servicios de salud de calidad? ¿Qué piensan hacer los empresarios y la iniciativa privada frente a la crisis social y económica que empieza a enseñar las orejas? Hasta aquí un primer acercamiento al tema de la realidad que enfrenta la Generación Z.
Profesor y titular de la DGACO, UNAM
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