
Me propongo en este texto reproducir algunos temas del notable discurso que pronunció Amin Maalouf durante la inauguración de la FIL de Guadalajara
Distinguido con el premio FIL de literatura en lenguas romances, Amin Maalouf, tiene una amplia obra que lo consagra como una de las plumas más brillantes de esta época. Nació en Beirut, Líbano en 1949, pero desde 1976 se exilió en Francia. Estudió ciencias políticas y economía en Líbano y trabajó como periodista en el diario An-Nahar que lo envió como corresponsal a zonas problemáticas como Vietnam y Etiopía. Ha sido galardonado con el premio Príncipe de Asturias y es miembro de la Academia Francesa.
Entre sus primeras obras publicadas se encuentran Las cruzadas vistas por los árabes (1983); León el africano (1986); le siguieron las novelas Samarcanda en torno a la obra de Omar Khayyam y los Jardines de luz sobre el profeta Mani. En su obra Maalouf mezcla realidad y ficción y entrecruza culturas como la Oriental y la Occidental. En 1992 publicó Un siglo después de Beatrice obra de ciencia ficción que refleja un mundo distópico que obliga a pensar en la sociedad contemporánea. En 1993 Maalouf recibió el Premio Goncourt por la novela La roca de Tanios. Más tarde produciría varios libretos para ópera que utilizó la compositora finlandesa Kaija Saariaho.
Desde joven cultivé el hábito de observar el mundo. Esa observación me ha brindado grandes alegrías y grandes decepciones. “Estaba convencido de que la justicia, la libertad, la paz, el conocimiento y la democracia, se extenderían de manera inevitable por todo el planeta; que las naciones establecerían entre sí relaciones cada vez más amables, respetuosas, cercanas, incluso íntimas. Pensaba que la voz de las grandes organizaciones internacionales sería escuchada, respetada, tomada en cuenta tanto por las naciones más poderosas como por las más pequeñas. Que el universalismo y los valores que le son propios se extenderían por todo el mundo; que las grandes ideologías y las religiones más importantes destacarían, a partir de entonces, sus semejanzas, sus puntos de convergencia, más que sus diferencias. Y, por supuesto, creía también que la barbarie de la guerra —esa presencia constante en la historia humana— acabaría volviéndose, poco a poco, inconcebible.
En su discurso en la FIL, Maalouf comienza por decirnos que enfrentamos un mundo terrorífico plagado de peligros y amenazas como las guerras que ponen en entredicho la paz y la seguridad, pero, al mismo tiempo en el mundo actual han cristalizado grandes sueños de la humanidad”
“Lo que me asombra profundamente es que nuestra especie ha hecho realidad, en las últimas décadas, sueños que acariciaba desde hace milenios, sin imaginar que algún día se volverían posibles. Si alguien me hubiera dicho, cuando era joven, que podría tener al alcance de mis dedos, en cualquier momento, todo el conocimiento del universo; que podría conversar cara a cara con mis hijos y mis nietos al otro lado del planeta; que podría participar en una conferencia en Milán, en México, en Madrid o en Rawalpindi sin siquiera salir de mi habitación; y que todo eso estaría disponible, en cualquier momento, para miles de millones de personas… habría pensado que me describían una utopía mágica, en un futuro muy lejano, no algo que llegaría a cumplirse en mi propia vida.
Pero, al mismo tiempo: “Jamás habría imaginado –dice-- que la guerra regresaría con tanta fuerza al centro de la actualidad; no solo en mi región de origen, el Levante, sino también en mi patria adoptiva, Europa. Que la violencia se volvería aún más salvaje, más mortífera que en los tiempos de mi nacimiento, hace ya tres cuartos de siglo”.
“Jamás imaginé que la voz de las organizaciones internacionales se hiciera tan inaudible y que el mundo terminaría rigiéndose por la ley del más fuerte. Nunca pensé que el universalismo retrocedería en lugar de avanzar ni que la democracia llegaría a verse tan amenazada, incluso en países donde se creía estaba consolidada”.
Mis fascinaciones, agrega Maalouf se relacionan con el avance de la ciencia y la tecnología, mientras que mis decepciones se relacionan con el avance de las mentalidades. Tal es el drama de nuestro tiempo: la ciencia avanza, sin pausa, en un continuo progreso, mientras que nuestra evolución moral es lenta, tropieza o retrocede.
“Es erróneo renegar de los avances científicos, hay que apropiarnos de ellos, lo que urge son nuevas estrategias de educación moral, que la humanidad se eleve por encima de sus codicias, de sus egoísmos, de sus prejuicios. En otras palabras, que alcance un nivel moral a la altura de los desafíos que enfrenta. Por desgracia, no es eso lo que vemos ahora. Nuestra evolución moral no solo avanza más lentamente que la evolución científica y técnica, sino que hoy en día atraviesa una verdadera regresión.
Una regresión del universalismo, una regresión de la democracia, una regresión del Estado de derecho. Y esto ocurre en todo el planeta. A pesar de este diagnóstico inquietante, concluye Maalouf, no estoy ni desesperado ni resignado”.