
En la era digital, plataformas como Roblox han transformado la infancia de millones de niños. Con más de 70 millones de usuarios diarios, este universo virtual promete creatividad, juegos y socialización. Sin embargo, detrás de la fachada colorida se esconde un lado oscuro que lo convierte en una “droga sintética digital”: adictiva, accesible y destructiva para el desarrollo infantil. Recientemente, Rusia lo prohibió por completo, citando materiales extremistas y contenido inapropiado que afecta el desarrollo moral de los menores. Esta medida es significativa en un mundo donde Roblox es omnipresente: en entornos populares, segrega a los niños que no juegan, ya que pasan fines de semana enteros inmersos, y las conversaciones escolares del lunes giran en torno a lo sucedido en el juego, generando conflictos sociales y exclusión entre los chicos.
Los escándalos abundan. Roblox es criticado como puerta abierta a depredadores sexuales. Un informe de Hindenburg Research lo llamó “infierno pedófilo calificado X”, destacando fallos en la protección infantil. En 2025, más de 20 estados de EE.UU. demandan a la compañía por exponer menores a violencia, odio y explotación. Estados como Louisiana, Kentucky y Texas acusan negligencia, permitiendo que predadores evadan filtros y contacten vía avatares.
El CEO David Baszucki avivó la controversia en el podcast Hard Fork del New York Times, llamando a los depredadores una “oportunidad” para mejorar. Calificada de insensible, defendió filtros restrictivos y prometió más, pero evitó detalles, irritado. El último escándalo: escaneo facial para verificar edad y permitir chats, anunciado en noviembre de 2025. Usa selfies con IA para separar menores de adultos. Roblox asegura no almacenar imágenes, solo verificación temporal, pero críticos ven riesgos: exponer niños a robo biométrico o mal uso por filtraciones, ante una plataforma que ha perdido confianza. Además, no resuelve el problema, ya que predadores pueden usar IA para hacerse pasar por niños. Estas medidas generan suspicacias en contexto de demandas. La adicción agrava la situación: niños inmersos horas en las pantallas, vulnerables, con cambios como dependencias químicas, incentivados por compras in-app y algoritmos que bombardean con recompensas constantes, mermando la atención y tolerancia al aburrimiento.
En México, con altas tasas de trata infantil y un aumento del 86% en casos relacionados con material de abuso sexual en el primer semestre 2025–, urge acción. México es fuente, tránsito y destino principal, con tasas superiores al global. Pero hay salida: no parches tecnológicos, sino rol activo de padres como eje central. Implicarse como padres es clave: jugar juntos para guiar, como usar Minecraft para fomentar creatividad o Civilization para enseñar historia, convirtiendo entretenimiento en aprendizaje sin que se note.
Probar juegos primero (mínimo media hora) para evaluar mecánicas, chats y compras integradas. Poner límites razonados –por ejemplo, online solo fines de semana con amigos, entre semana con supervisión–, explicando motivos para construir una relación sana. Educar sobre peligros: algoritmos adictivos diseñados por psicólogos para enganchar, depredadores en chats, y empatía online –recordar que detrás de la pantalla hay personas reales, evitando insultos que hieren. Monitorear activamente, fomentar alternativas offline como Dungeons & Dragons para matemáticas en aventuras, o Animal Crossing para abrir conversaciones sobre problemas personales. Evitar exclusión social guiando el uso, no prohibiendo. La responsabilidad es nuestra: proteger la infancia no es oportunidad, es obligación.