Opinión

Agresiones que se repiten (2)

Diversos analistas perciben que lo que subyace detrás de la invasión militar de Ucrania por parte de Rusia, es en buena medida una continuación de la guerra fría, la cual se caracterizó entre otras cosas, por el enfrentamiento indirecto de las dos superpotencias del momento (Rusia y Unión Soviética) en diferentes puntos del planeta para reivindicar sus intereses, desde luego, pero también para ampliar sus zonas de influencia en el marco de un mundo bipolar. Fue el caso en Cuba, Vietnam, Corea, Afganistán y tantos otros países y regiones que sería largo de enlistar. La ideología pregonada por ambos bandos: el “mundo libre” y el “comunismo”, alimentó el antagonismo y partió el sistema internacional claramente en dos bandos ideológicamente incompatibles y en permanente competencia, exigiendo al resto de la comunidad internacional alinearse a alguna de las dos esquinas.

En ese estrecho marco de acción, surgió un movimiento amplio de protesta en torno al Movimiento de los países No Alineados (NOAL), que a pesar de su activismo y de levantar su voz, no pasó en realidad de ser simbólico en el juego de la realpolitik del momento, lo cual no le resta importancia pues como su nombre lo indica, el planteamiento principal consistió en abrir una brecha que no obligara a los países a irse con melón o con sandía de manera irremediable. Ese Movimiento, el de los NOAL, junto con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), son dos reliquias que perviven del tiempo de la guerra fría ya que fue en ese contexto que surgieron, uno como foro político de reivindicación y concertación en 1955, y el segundo en 1949, como lo que es hasta el presente: una alianza político-militar, si bien en aquel entonces su misión principal era servir de contención al avance soviético, en Europa primordialmente.

Aunque es debatible, la OTAN —y no el NOAL, precisamente— ha logrado operar una reconfiguración relativamente exitosa en las últimas 3 décadas, particularmente en función de la ampliación de su membresía (14 nuevos miembros desde la caída del muro de Berlín) y sobre todo con la incorporación de países de Europa del Este que durante la guerra fría permanecieron en el bloque soviético y dentro del Pacto de Varsovia, antagonista de la Alianza Atlántica. Para la OTAN después del colapso de Unión Soviética vino la deriva ideológica al quedarse sin su rival por antonomasia, por lo que sus integrantes buscaron darle un sentido y una orientación programática, con resultados variopintos. Por ejemplo, su intervención durante el conflicto en Libia en 2011, resultó más un fiasco de experimento que una operación militar y política exitosa. Las consecuencias de su acción son claras en el presente libio. Después vino Donald Trump y la conminó a la orilla, humillando a los socios europeos de Estados Unidos. El conflicto en Ucrania y el renovado liderazgo estadounidense no solamente han logrado dotarla de un sentido y de un propósito, sino que para sorpresa de muchos, ha concitado la cohesión de la que había carecido en las décadas de la postguerra fría, aunque Ucrania no sea miembro de la Alianza. La agresión rusa sin duda ha contribuido a ello y ha servido de acicate a que varios países contiguos y vecinos de Rusia cambien su postura tradicional de reserva ante la OTAN para buscar su ingreso pleno, como Suecia y Finlandia, abandonando su tradicional postura de neutralidad.

Los cancilleres de Finlandia y Suecia se estrechan las manos en presencia del secretario general de la OTAN, tras aprobar el ingreso de los dos países en la Alianza Atlántica

Los cancilleres de Finlandia y Suecia se estrechan las manos en presencia del secretario general de la OTAN, en la pasada cumbre de julio

EFE

Rusia ha sostenido durante años, incluso antes de su más reciente agresión a Ucrania, que la expansión de las fronteras de la Alianza hacia el Este, constituía una amenaza a su seguridad. En este último y más reciente episodio, por lo demás lamentable, que inició en febrero del año en curso, volvió a tener entre sus elementos disruptivos esta disputa por la ampliación de la Alianza hacia Ucrania, país que comparte más de 2 mil kilómetros de frontera con Rusia. Para el mandatario ruso, eso era inaceptable pues representaría algo así como tener “al enemigo” al otro lado de la acera. Probablemente por ello, es que diversos especialistas encuentran que la pretendida agresión occidental a los intereses de seguridad rusos y la actitud beligerante de Rusia, han convertido a Ucrania en un punto candente de esta nueva guerra fría; otros son de la opinión que es su continuación, al haber quedado interrumpida en algunos de sus aspectos geopolíticos con la desaparición súbita del bloque soviético. Cabe recordar que en 2008, la OTAN había ofrecido a Ucrania la posibilidad de adherirse, sin que se concretara nada en realidad. No obstante, tras la anexión de Crimea por Rusia en 2014, las autoridades ucranianas vieron como una prioridad su membresía en la Alianza. No deja ser paradójico que siendo uno de los objetivos iniciales de la agresión rusa evitar tener en sus fronteras a un miembro de la OTAN, ahora con Finlandia que busca abiertamente su membresía, acabaría teniendo a un importante vecino a las puertas de su casa.

No obstante las similitudes, con la distancia del caso y las diferencias del presente respecto de ese pasado de las relaciones internacionales, es difícil aceptar que el conflicto ucraniano sea parte de una guerra fría renovada. Claramente la disputa ideológica que caracterizó la guerra fría no existe actualmente, aunque se ha intentado enmarcar el conflicto como la lucha entre la democracia y el autoritarismo. Ese argumento no convence o convence poco, pero en cualquier caso no parece ser más que una justificación de carácter propagandístico para explicar el conflicto desde una óptica que no sea la meramente militar y estratégico.

Seguiremos examinando el tema en la siguiente columna.