Opinión

Agresiones que se repiten

La agresividad rusa particularmente en Europa y Asia no es tan novedosa como la invasión a Ucrania, iniciada en febrero de este año, hace suponer. Justo es decir que también Rusia ha sufrido históricamente agresiones como la francesa en 1812 o la alemana nazi en 1941, con la tristemente célebre operación Barbarroja, por citar un par de ejemplos. En los largos años del imperio ruso, bajo el liderazgo de los numerosos zares que se sucedieron entre principios del siglo XVIII e inicios del siglo XX, cuando la revolución bolchevique derrocó el régimen imperial, es evidente suponer que la enorme extensión que llegó a alcanzar el imperio ruso se acompañó de la mano del ejercicio de la autoridad autocrática y la violencia militar. El imperio ruso llegó a agrupar más de 100 etnias, en donde los rusos siempre fueron la mayoría, y mantuvo en su dominio a un número importante de países, provincias y regiones, de al menos 3 continentes. Como imperio también sostuvo guerras y episodios bélicos con otros países como Japón en 1904-1905.

Tanques soviéticos cruzan el puente fronterizo entre la URSS y Afganistán, el 15 de febrero de 1989

Tanques soviéticos cruzan el puente fronterizo entre la URSS y Afganistán, el 15 de febrero de 1989

Ria Novosti

Las cosas no serían del todo diferentes con la formación de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS), la cual también mantuvo una mano férrea para controlar a los países que quedaron bajo su égida en Europa del Este y en Asia desde 1917 y hasta su desaparición en la última década de la pasada centuria. El último episodio en la agresividad soviética, que dicho sea de paso contribuyó decididamente a su colapso ante el fracaso que supuso dicha ocupación militar, fue Afganistán, en donde al igual que las ocupaciones, británica en 1839-1842, o la más reciente estadounidense que terminó en 2021, acabaron prácticamente en lo mismo, es decir, con más pena que gloria, y sin resultados tangiblemente positivos. La reciente “operación especial” militar de Rusia en Ucrania, eufemismo con el que designa la invasión de ese país, tiene sus propios antecedentes con la anexión de Crimea en 2014 y la caída del presidente ucraniano Viktor Yanukovich, muy cercano a Vladimir Putin, si bien este nuevo lance ha sido justificado de cara a la supuesta expansión de la Alianza Atlántica (OTAN) hacia un país que Rusia considera parte de su identidad y espacio de influencia. De manera que la alianza militar occidental, en ojos de Rusia, pretende expandirse hasta las fronteras rusas, lo cual es inaceptable para la seguridad nacional rusa. Ante la prolongación del conflicto, más recientemente el argumento original ha sido aderezado con la nostalgia de reconstituir el pasado imperial perdido.

En otras circunstancias y contexto diferente, pero con actores similares en la trama, es la actitud agresiva que ha venido a hacerse muy presente en las relaciones internacionales actuales de China frente a Taiwán, ante la renovada voluntad estadounidense de asistir a la isla ante cualquier tentativa china de adhesión. Ya sucedió en Crimea, pero no debería suceder otro caso similar. Al final de cuentas no puede perderse de vista que el derecho internacional prohíbe la anexión territorial por la fuerza. No obstante, la historia del imperio chino es diferente a la del ruso. El imperio de China, ante todo, fue la expresión política de una civilización milenaria y que con todo y sus fracturas y sobresaltos abarca un largo devenir histórico que va del año 221 a.C. a 1912, fecha en la que fue se derrumbó como consecuencia de una combinación de factores políticos, económicos y sociales. Por ejemplo, y que no deja de ser una paradoja con los tiempos presentes, fue su negativa a comerciar con el exterior. Con el tiempo las fuertes presiones de imperios como el español, el portugués, el francés, el holandés y el británico dieron al traste con ese negacionismo. Son ampliamente conocidos los episodios del uso y comercio de opio de manera legal, y el sometimiento de China a un trato detrimental con esa base económica.

El tema de Taiwán para China es complejo y controvertido, debido a la disputa que persiste sobre el estatuto de la isla después de que la administración de Taiwán fuera transferida por Japón a la República de China, al término de la segunda guerra mundial en 1945, cabe destacar de manera previa al periodo de la revolución comunista y la instauración de la China comunista. En 1971, la Asamblea General de la ONU adoptó la resolución 2758 con la que esencialmente la República Popular de China reemplazó en las Naciones Unidas a la República de China, ya consolidada la revolución maoísta. Sobre la base de dicha resolución, la República Popular sostiene que Taiwán forma parte inalienable del territorio chino. Bajo la política de una sola China, el régimen comunista reivindica la territorialidad de Taiwán, algo a lo que se oponen férreamente los taiwaneses y sus aliados, particularmente los norteamericanos.

De manera que en ambas actitudes agresivas permea el convencimiento de que se reivindica algo que por historia les pertenece, ante la amenaza que representan para sus intereses la hegemonía estadounidense. A pesar del tufo imperialista en ambos casos queda abierta la interrogante de las razones que subyacen en tales contenciosos. Para intentar responder a esta interrogante, por motivos de espacio, volveremos al tema en la siguiente columna.