Opinión

¿Nos amenazan los salarios?

Uno. Empecemos con las definiciones. En la economía, el salario mínimo es un precio tan fundamental como la tasa de interés, el tipo de cambio o el barril del petróleo. Lo que tienen en común estos valores, es que lanzan una señal hacia el resto de los precios o hacia una parte importante de determinados mercados, en este caso, al mercado laboral, al resto de salarios. Y mientras más predominen los bajos salarios en una economía, más importarán los salarios mínimos. En la concreta economía de México (no en Luxemburgo), los bajos salarios son la enorme mayoría: 37.5 millones de trabajadores ganan hasta dos salarios mínimos. Pero hay más: los ingresos por el trabajo son la supervivencia del 61 por ciento de los mexicanos, cuyo ingreso medio formal ronda los catorce mil 500 pesos, apenas cuatro mil pesos más que dos mínimos y, subrayo, en el sector formal. De ese país y de esos niveles estamos hablando.

Dos. ¿Han causado inflación los aumentos al salario mínimo en México en 2019, 20, 21 y 22? La respuesta a esta pregunta y su documentación técnica adecuada es lo que está haciendo falta en medio de un debate ideológico que está resucitando -como idea zombi- según el cual, la ruta de ascenso al salario mínimo, a los salarios contraactuales, es ya una amenaza inflacionaria y peor, que la institución salario mínimo debería desaparecer. Sin embargo, la evidencia es que los incrementos de esos años, ocurrieron en escenarios con tasa de inflación muy bajas. A pesar del aumento en los mínimos alcanzó un 16 por ciento en 2019, la inflación anual resultante fue de 3.6. Y algo parecido ocurrió en 2020: un aumento de 20 por ciento con inflación de 3.4 por ciento. Al regresar de la pandemia, la relación fue: salario mínimo 15 por ciento e inflación 5.8. Luego, ocurrió un reordenamiento de precios (que ha sido explicado en estas mismas páginas por Francisco Báez) y vinieron los graves problemas de suministros y el infame coletazo de la invasión a Ucrania que encareció los energéticos por todas partes. Pero si nos fijamos en el mediano plazo (2018-2021), los aumentos salariales no impactaron, no le hicieron ni cosquillas a la inflación.

Tres. Todo esto no debe hacernos dormir el sueño de los justicieros, por supuesto: ya en 2022 sabemos que la inflación no fue transitoria; empezó como un problema desde la oferta y ya nadie puede sostener que es simplemente importada del exterior. Por eso, insisto, hay que hacer las cuentas. Antes de declarar iniciada la “espiral inflacionaria salarios-precios”, reconozcamos que no hay datos -ni en el INEGI ni en el Banco de México- de que los aumentos a los sueldos y a la masa salarial hayan tenido esa responsabilidad hasta 2022. No quiero decir que no pueda ocurrir, pero no creo que sea buena idea volver a estancar a los salarios sin las demostraciones del caso. Asumo que el detonante de la inflación es un problema de oferta, pero no soy tan necio para no darme cuenta que se puede convertir también en una inflación del lado de la demanda. Solo pido números porque los disponibles, no lo demuestran.

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Cuatro. Creo que antes de condenar a los salarios hay que fijarse en otros componentes del entorno mexicano que, esas sí, están pesando -y mucho más- en los costos de las empresas, muy especialmente la violencia y el cobro de piso, plenamente comprobable en ramas como la de los transportistas, las de la producción cítrica, aguacatera y avícola. No es una sensación personal fruto de mi nerviosismo, sino una aseveración de la Junta de Gobierno de Banxico, como consta en sus actas del 23 de marzo y del 11 de agosto. Un ejemplo elocuente y documentado es el caso del Estado de México, donde se denuncia el 43 por ciento del total de extorsiones a negocios de todo el país, una cifra que además se ha duplicado en lo que va de 2022 y el caso de los mercados de pollo en Valle de Bravo, que en junio, vio crecer el kilo de 90 a 120 pesos, precisamente por la extorsión generalizada (Mileno https://bit.ly/3pNdh1k).

Necesitamos una discusión más matizada y menos anclada de los modelos que traemos en la cabeza. Los bajísimos salarios es uno de los principales problemas sociales, económicos y, aún, políticos de México. El malestar y el resentimiento social anida en esas pobrísimas nóminas y se aviva a finales de cada quincena, cuando ya no alcanza para nada. Si el trabajo y el salario no es la fórmula para salir de la pobreza entonces, alternativamente, lo será el crimen o la espera bimestral de las dádivas populistas que acabarán consolidando no una sociedad productiva, orgullosa de su trabajo, sino una sociedad parasitaria. En esas estamos.

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