Opinión
López Obrador y Netanyahu: los ultraconservadores se tocan
Fran Ruiz

López Obrador y Netanyahu: los ultraconservadores se tocan

Israel y México llevan semanas en estado de agitación política y social por el intento de sus dos gobernantes, Benjamín Netanyahu y Andrés Manuel López Obrador, de aprovechar que gobiernan para recortar arbitrariamente derechos democráticos, en su afán de favorecerse a ellos mismo o a sus partidos.

La maniobra de Netanyahu y sus socios de gobierno ultraortodoxos de aprovechar la mayoría parlamentaria para aprobar leyes que eliminen la independencia del poder Judicial israelí, de manera que no puedan investigar sus prácticas corruptas, a cambio de empujar el país a una teocracia supremacista judía, coincide en el tiempo con la maniobra del presidente mexicano y su mayoría parlamentaria para recortar drásticamente los consejeros y el presupuesto que necesita el Instituto Nacional Electoral (INE) para vigilar la frágil democracia mexicana que gozaba del reconocimiento unánime de partidos y de todos los sectores de la sociedad.

Manifestación en Tel Aviv contra el primer ministro

Manifestación en Tel Aviv contra el primer ministro "criminal" Benjamín Netanyahu

EFE

La reacción del sector progresista israelí ante este doble intento descarado de recortar derechos democráticos no se hizo esperar. Israel lleva desde comienzos de año acogiendo las protestas ciudadanas más masivas desde la fundación del Estado judío en 1948. Millones de judíos, en Israel y en ciudades con fuerte presencia, como Nueva York, Buenos Aires o París, obserevan aterrados cómo la única democracia laica de Oriente Medio se está convirtiendo, aceleradamente, en una teocracia alm estilo iraní, incmplatible con la democracia y los derechos de las minorías (árabes, homosexuales, feministas…).

De hecho, miles de judíos que se instalaron en las últimas décadas en Israel y que se sentían orgullosos de vivir en la única democracia laica de Oriente Medio, pese al grave problema enquistado de la ocupación de tierras palestinas, están pensando en hacer las maletas. Otros, como el mundialmente aclamado autor de “Sapiens: De monos a dioses”, el antropólogo Yuval Noah Harari, admitió recientemente que, de no lograr la sociedad frentar el golpe de Estado impulsado por Netanyahu y los fanáticos religiosos, se verá forzado a abandonar el país.

El Zócalode la Ciudad de México lleno de manifestantes contra el golpe de López Obrador contra el INE

El Zócalode la Ciudad de México lleno de manifestantes contra el golpe de López Obrador contra el INE

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Algo similar ocurre en México. El pasado domingo 26 de febrero, centenares de miles de mexicanos llenaron el zócalo de la capital y de otras grandes ciudades para protestar contra la maniobra rastrera del gobierno y de sus socios en el Congreso para erosionar gravemente la única institución independiente de vigilancia electoral en México. La protesta llegó a la misma sede la ONU en Ginebra, donde se congregaron mexicanos para protestar por el “plan B” de AMLO para asestar un golpe al INE; por otro lado, nada realmente sorprendente, si tenemos en cuenta que López Obrador fue un dinosaurio priista (hasta que le convino no serlo y montó sus propio PRI color vino) e invitó a sumarse, con cargo y supersueldo incluido, nada menos que a Manuel Bartlett, quien para la historia, será aquel que un día dijo “se cayó el sistema”.

Por todo esto, a nadie debería de extrañar la reacción de Netanyahu y López Obrador a la protesta ciudadana. Primero, trataron de minimizar el alcance de la protestas, o directamente,de burlarse de los que participaron —”son los fifís de siempre”—; pero luego, tras no poder impedir que todos los periódicos recogieran en sus portadas el Zócalo completamente lleno o la mayor concentración humana vista en Tel Aviv, pasan a defender que no darán marcha atrás porque la democracia “es lo que digan las mayorías surgidas de las urnas”. En principio, de acuerdo; siempre y cuando no se use esa mayoría para atacar a la democracia y la independencia de sus tres poderes y de la prensa libre, que es exactamente lo que está ocurriendo en México y en Israel. Eso, por si lo desconocen ambos mandatarios, se llama “la dictadura de las mayorías”.

La afinidad entre AMLO y Netanyahu no acaba aquí, ni mucho menos. Los mandatarios de México e Israel sienten una simpatía más que preocupante por el Ejército. Pocas cosas les pone más a ambos que un uniforme y un desfile militar; quizás, en el caso del israelí, le ponga más la destrucción de viviendas palestinas para levantar un asentamiento de colonos judíos; y en el caso del mexicano, una cicatriz en la selva yucateca para el futuro Tren Maya o un bosque de chimeneas de la futura refinería Dos Bocas, construida a contracorriente del resto del mundo, donde se invierte en la transición a las energías verdes.

En lo que se diferencia básicamente Netanyahu y López Obrador es que, al menos el premier israelí no miente cuando dice que él es un conservador de toda la vida y que sus enemigos están en la izquierda “radical”. Por contra, el mexicano insiste en que él es un progresista de izquierdas, al igual que muchos de sus colegas de la región, aunque estos, como el presidente de Chile, Gabriel Boric (quien recientemente le sacó los colores por negarse AMLO a condenar la represión del dictador Daniel Ortega) sigan sin merecer la medalla del Águila Azteca que recientemente impuso al presidente cubano, Miguel Díaz-Canel.

Por último, la veteranía maquiavélica de Netanyahu en su ofensiva para anular o someter a la Corte Suprema, es lo que aún le falta por perfeccionar a AMLO, quien dejó que se colara como presidenta de la Corte Suprema Norma Piña, una férrea defensora del Estado de Derecho, o sea, un peligro para él.

Por tanto, que a nadie le extrañe que la magistrada Piña sea el objetivo de la próxima campaña sucia.