Opinión

Andrés Ordóñez: el mito y el desencanto cubano (primera parte)

Del “comes y te vas” a Fidel Castro, a la entrega del Águila Azteca a Díaz-Canel, en las últimas dos décadas la relación del gobierno mexicano con Cuba se ha movido de lugar tanto como las sucesivas alternancias en el poder que enmarcan nuestra transición democrática. Más estable y sostenida ha sido, por el contrario, la crítica pertinaz al autoritarismo del régimen cubano -durante y después de Castro- que se ejerce desde los círculos intelectuales, académicos y periodísticos del país. Una crítica que se mueve entre el desencanto nostálgico y la denuncia abierta, cuyo espectro abarca del conservadurismo ilustrado a la izquierda democrática, y que arrincona en una zona marginal a una minoría de voces que aun sostienen con lealtad militante y ortodoxia de manual la retórica revolucionaria y antimperialista que seis décadas atrás sedujo a toda una generación de intelectuales en México, Latinoamérica y Europa.

Cuba, en cualquier caso, sigue siendo poderosamente atractiva y estimulante como materia de estudio: un territorio cultural entrañable, a caballo entre la grieta civilizatoria y el abismo económico, cuya triple insularidad -la geográfica, la ideológica y la histórica- se refleja con gran peculiaridad en su producción literaria y en la manera en la que ésta contribuye a definir una identidad y un temperamento nacional para el siglo XXI cubano, al margen, por debajo o por encima incluso de la narrativa oficial y de la decadencia de un sistema político encapsulado en un siniestro oxímoron: al mismo tiempo insostenible y perpetuo.

De esto habla el escritor Andrés Ordoñez en su libro “El mito y el desencanto, literatura y poder en la Cuba revolucionaria”, un volumen recién publicado bajo el sello de Ariel que reúne cinco ensayos pergeñados con las herramientas del investigador académico, la curiosidad intelectual del lector omnívoro -un “devorador de ciudades”, como él mismo ha llamado en otro libro a los intelectuales integrados a la diplomacia mexicana-, y la aproximación a un mismo tiempo anecdótica y crítica de quien vivió en Cuba como diplomático a principios de esta centuria, cuando los estropicios del “periodo especial” postsoviético adquirían todas las formas imaginables de la tragedia.

Recientemente fue publicado el texto de Ordóñez bajo el sello de Ariel.

Recientemente fue publicado el texto de Ordóñez bajo el sello de Ariel.

El prólogo del historiador cubano avecindado en México Rafel Rojas resume en unas líneas las coordenadas a partir de las cuales este libro fijará su itinerario: “Cuatro siglos como colonia de España, medio siglo de república limitadamente soberana bajo la hegemonía de Estados Unidos, tres décadas de Estado socialista inscrito en la órbita soviética, y otras tres más como nación poscomunista, que trabajosamente intentan insertarse en la globalización, hacen de Cuba una nación inconclusa”.

Sostiene Andrés Ordóñez que desde la diversidad de sus autores canónicos en activo -aquellos que quedan en la isla y los muchos en el exilio- se pueden buscar las respuestas múltiples a la construcción de esa identidad inconclusa a la que se refiere Rojas. Si la Revolución del 59, “llenó el vacío producido (en Cuba) por la ausencia de mitos fundacionales”, la muerte de Fidel Castro la dejó “ayuna de un sustituto capaz de ocupar el vacío simbólico dejado por el líder carismático. La sociedad cubana vuelve a enfrentar, ahora desde el desencanto y la incertidumbre, el reto de reinventar su cohesión identitaria”, afirma en el prefacio.

El libro se detiene en la revisión de la obra de cuatro autores vivos, tres de ellos que aún residen en la isla y uno más que pasó de ser un autor consentido del régimen a su más furibundo detractor desde el exilio. En su diversidad, estas cuatro voces esbozan lo que podríamos identificar como una nueva “cubanidad” literaria con la cual entender y encarar el frágil presente y el aún más incierto futuro de la isla.

Leonardo Padura, la estrella mayor del firmamento literario cubano y el más cosmopolita de sus autores vivos; Pedro Juan Gutiérrez, el potente, crudo y visceral representante del “realismo sucio” cubano, más que un escritor un sobreviviente; Abel Prieto, un novelista cuya mirada crítica contrasta y hasta colisiona con la ortodoxia de su pertenencia a la élite burocrática como ex ministro de Cultura; y Norberto Fuentes, el de mayor edad de los cuatro y quien desde su exilio en Estados Unidos mantiene viva de algún modo la saga disidente que va de Guillermo Cabrera Infante, pasa por Severo Sarduy y llega a Reinaldo Arenas.

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Del romanticismo decimonónico martiano a la Enmienda Platt, del nacionalismo castrista que devino utopía socialista -descarrilada tras la desaparición de la URSS- a la orfandad del presente, la literatura cubana se ha mantenido viva y es -como el poema de Paz- un himno entre ruinas que la prosa bien atemperada del ensayista mexicano Andrés Ordoñez intenta reconstruir y desentrañar. (continuará).