Opinión

El año de Shakespeare

Edgar Bermejo Mora
Edgar Bermejo Mora Edgar Bermejo Mora (La Crónica de Hoy)

Shakespeare presentó sus obras para dos reyes, la Reina Isabel I, fundadora y resumen del espíritu de una época, y el Rey Jacobo, cuya historia familiar se asemeja de manera perturbadora a la de Hamlet.

Este año se conmemorará el cuarto centenario luctuoso de William Shakespeare, quien murió a los 52 años de edad, un 23 de abril de 1616, en su pueblo natal de la villa de Stratford en Inglaterra. En el mundo entero se realizarán actividades para conmemorar la obra del más universal de los creadores británicos.

¿Qué nos vincula a nosotros, ciudadanos globales del siglo XXI, con la obra y el mundo del creador de Hamlet, de quien nos separan cuatro siglos de historia? Nos vincula todo: Shakespeare es nuestro eterno contemporáneo.

¿Por qué Shakespeare? ¿Y quién más si no él? Responde Harold Bloom en la primera línea de su libro Shakespeare, la invención de lo humano. El célebre profesor de la Universidad de Yale ha pasado una vida respondiendo a esta pregunta.

Shakespeare, nos dice, configuró como ningún otro autor de la modernidad la noción que tenemos del individuo; su obra y sus personajes inventan a la humanidad con la complejidad y la profundidad con las que hoy la conocemos. Shakespeare no sólo se sitúa al centro del canon de la literatura universal, sino que funda la idea misma de la humanidad y las sociedades humanas, vigente hasta nuestros días.

Por eso, cuatro siglos después, las obras de Shakespeare se pueden adaptar a todas las realidades y a todas las lenguas, y hoy día puede seguir representándose lo mismo a la manera tradicional del mundo isabelino, como ocurre cada noche en el teatro The Globe de Londres, o aquí en México, en un pequeño pueblo de Guanajuato, con actores no profesionales, para quienes los temas de Shakespeare, adaptados al contexto de su realidad local, adquieren pleno sentido y vigencia, como ha sido el caso muy afortunado del proyecto Ruelas impulsado por el Festival Internacional Cervantino y el gobierno de Guanajuato con apoyo del British Council.

El experto británico Giles Ramsay, lo dice de esta manera: “cada generación toma a Shakespeare como los niños una sonaja, para hacerla sonar de un modo que resulte placentero para su propio oído”.

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El lenguaje, la palabra, el teatro, la representación de la humano, conforman este permanente universo en expansión que es la obra de Shakespeare.

El último relato que escribió y publicó Jorge Luis Borges se titula La Memoria de Shakespeare. En dicho cuento plantea la posibilidad de que los recuerdos de una persona sobrevivan en la mente de otra. En este caso el protagonista del relato alberga en su memoria nada menos que la memoria del autor de Macbeth. “Shakespeare es mi destino”, afirma el personaje. Shakespeare es nuestro destino podemos afirmar, siguiendo a Borges.

La manera en que algunas de sus obras centrales dialogan, analizan, adulan o denostan la vida y obra de los reyes y de las cortes europeas, representan en su conjunto una radiografía del poder.

Se trata de obras con profundo sentido histórico y político, lecturas metafóricas de su tiempo alrededor de temas universales, como el poder y la gloria, la ruina o la traición, que aún ahora podemos leer y reinterpretar con ojos contemporáneos. Ben Jonson, su amigo y rival en los escenarios, lo entendió desde un principio: “él no era de una época sino de todos los tiempos”.

Del heroico Enrique V, al sanguinario Ricardo III, del pusilánime Ricardo II, al supersticioso y ambicioso Macbeth, el dubitativo Hamlet, o el destronado Lear, el vasto catálogo de reyes, príncipes y reinas de Shakespeare pusieron en crisis la idea de la monarquía en los albores del mundo moderno.

Al humanizar la vida de los reyes y presentarlos como seres falibles, codiciosos o caritativos, sabios o zafios, prudentes o despiadados, Shakespeare les humanizó y contribuyó, a través del teatro, a que se diera una transición fundamental en el imaginario de Occidente, la condición de igualdad de los seres humanos.

Shakespeare presentó sus obras para dos reyes, la Reina Isabel I, fundadora y resumen del espíritu de una época, y el Rey Jacobo, cuya historia familiar se asemeja de manera perturbadora a la de Hamlet. 35 años después de la muerte de Shakespeare, en 1649, el hijo de Jacobo, Carlos I, sería decapitado, como si tal acontecimiento fuera un dramático colofón de su dramaturgia.

Durante años se discutió si Shakespeare escribió o no las obras que hoy conocemos, una discusión más bien ociosa que revelaba cierta envidia histórica por los alcances de su genialidad y su originalidad, el gran Alfonso Reyes atajó la discusión con humor impecable; “la obra de Shakespeare no es de Shakespeare, sino de otro señor que era su contemporáneo y su homónimo”.

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