Opinión

 Contra la antipolítica 

En el análisis político moderno aparece un concepto que intenta describir el fenómeno que afecta a las democracias realmente existentes, representado por el creciente desprecio social hacia la clase dirigente y sus partidos. Se trata del término “antipolítica” que caracteriza aquel estado de ánimo social que se manifiesta contrario a la democracia representativa, considerada culpable de haber permitido el ascenso al poder de una clase política inepta, demagógica y corrupta, además de profundamente endogámica. Se refiere al proceso de degeneración política caracterizado por la espectacularización y personalización del poder que ha vaciado de sentido a los tradicionales mecanismos de la representación. El principal problema de México ahora es que la antipolítica alimenta al reformismo autoritario

No estamos asistiendo al triunfo de la despolitización sino a la victoria de la antipolítica que surge del abandono de la perspectiva de un “gran futuro” para nuestra sociedad, buscando sustituirla por una actitud de creciente desconfianza hacia el poder. La antipolítica no debe confundirse con la crítica ejercida por la parte más activa de la ciudadanía y la opinión pública. Tampoco con la despolitización típica de las democracias postideológicas. En este escenario se fortalece la idea de que las elecciones ya no proyectan un momento real de la participación política en el cual se confrontan visiones del mundo contrapuestas sino que representan, más bien, una banal selección técnica de los gobernantes. Esta erosión de la confianza social se traduce en formas de cinismo y desencanto.

Si la izquierda y la derecha han dejado de tener el significado que poseían antes y ambas modalidades de la política se encuentran agotadas -cada una a su manera- se debe a que nuestra relación con las instituciones en cuánto individuos y colectividad ha variado. Ahora el ciudadano es más fuerte en su relación con el Estado y más consciente de sus propios derechos, logrando desarrollar una cultura política antiautoritaria, antijerárquica y antiestatalista, al tiempo que ha venido a menos la idea de la política como elección entre modelos de sociedad opuestos a las viejas identidades de clase. Resulta evidente la emergencia de nuevos estratos sociales, valores culturales y modelos organizativos al interior de la sociedad civil.

Las utopías están en la génesis del pensamiento político moderno e identifican los sueños, deseos y esperanzas sobre un mundo mejor. Sin embargo, es necesario dotar de contenido a las nuevas utopías que aparecen detrás de las modernas revoluciones ciudadanas y de los movimientos sociales del feminismo, el ecologismo, el pacifismo y de otros sujetos políticos en busca de reconocimiento identitario. Los novedosos ideales no tienen nada que ver con las viejas utopías que han sustituido las veleidades revolucionarias con el sueño de una caída del capitalismo. Después del eclipse de los grandes sujetos históricos solo queda oponerse a la naturalización de la ley del más fuerte.

No basta con razonar sobre el tipo de organización que podría ser portadora de la nueva utopía. Quizá ha llegado el momento de trascender el debate sobre la utilidad de los partidos políticos tradicionales para regresar a reflexionar sobre el “hacerse Estado” de los grupos subordinados y sobre sus capacidades para construir una hegemonía ciudadana si lo que se desea es manejar la transición a una sociedad postpopulista. Por ello, se requiere de un nuevo constitucionalismo que reconozca e institucionalice los reclamos materiales y espirituales de dignidad, igualdad, libertad, justicia, tolerancia y solidaridad. Resulta necesario mantener conjuntamente los viejos derechos sociales conquistados en el pasado con los nuevos derechos civiles reivindicados por los movimientos ciudadanos. Es un intento viable por dilatar la dimensión de los derechos en una coyuntura histórica que busca cancelarlos.

Foto: Especial

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