Opinión
¿Por qué Rubiales y su “Ella no se apartó” es el último muro machista a derribar?
Fran Ruiz

¿Por qué Rubiales y su “Ella no se apartó” es el último muro machista a derribar?

Asisto estupefacto (como todo el mundo) al escándalo a raíz del beso que Luis Rubiales, presidente de la Federación Española de Fútbol, estampó en la boca a Jenni Hermoso, una de las jugadoras que dieron a España su primer Mundial Femenino, gesta de la que nadie habla porque sólo se habla de cuando Rubiales, en vez de arrepentirse y poner su cargo a sus superiores, dijo, gritando desafiante : “¡No dimitiré! ¡Noo dimitiré! ¡Nooo dimitiré!”, generando con ello un renacimiento del espíritu combativo del #MeToo y un tsunami de solidaridad global con la futbolista (y en realidad con todas las deportistas que han sido acosadas por sus superiores, directivos o entrenadores en todos los rincones del planeta).

Ha pasado ya una semana y media del insólito escándalo que ha dado la vuelta al mundo y Rubiales sigue atrincherado en su cargo, lo que llevó a la FIFA a suspender de empleo y sueldo (casi un millón de pesos al mes) durante tres meses, tiempo que se da para investigar y decidir qué hacer con este espécimen de “macho ibérico (que creíamos) en extinción”. 

Porque no fue sólo el beso a Jennifer Hermoso, la jugadora del Club Pachuca de México (donde se la espera la próxima semana), fue el gesto de Rubiales de agarrarse los testículos para festejar así el gol de la victoria de España sobre Inglaterra, o cuando bajo al césped del estadio se echó al hombro a otra jugadora, como si fuera un saco de papas, como si nada hubiera cambiado desde que los vikingos hacían lo propio con las mujeres, tras regresar de guerra hambrientos de sexo.

Rubiales se aggara los genitales tras el gol de España; a su lado, la reina Letizia y su hija Sofía

Rubiales se aggara los genitales tras el gol de España; a su lado, la reina Letizia y su hija Sofía

Captura de video

“Imagínense que (la canciller) Angela Merkel hubiera besado así a Philipp Lahm en 2014 (el capitán de la selección alemana de futbol que ganó la Copa del Mundo en Brasil). Se habría caído el mundo”, dijo la ministra de Exteriores de Alemania, Annalena Baerbook, cuando fue preguntada por el comportamiento del jefe de la poderosa Federación Española de Futbol.

Quien se pregunte qué le pasa por la cabeza a Rubiales en su empeño de enfrentarse al mundo lo resumió el periodista Manuel Jabois en una columna en El País tan demoledora como cierta poco después de estallar el escándalo, y lo resumió en una frase: “Rubiales no tiene ni idea de por qué ha hecho algo mal”. Le pasa como a los pocos clérigos que han ido a juicio por pederastia y declaraban que creían "honestamente" que no hacía mal cuando abusaban sexualmente de niños, porque así había sido siempre y nadie se había quejado, empezando por las víctimas, muertas de vergüenza y de miedo.

Rubiales (como tantos Rubiales en el mundo) sigue creyendo que el mundo no ha cambiado y se siente cómodo en ese universo machista y patriarcal que le inculcaron sus padres y sus educadores, en la que los hombres “premian” a las mujeres sumisas que hacen algo bien, y por esta misma lógica perversa, las castigan si hacen algo mal o si se rebelan. 

Para desgracia de Rubiales, no preside una federación árabe, donde no habría existido tal escándalo, sino que forma parte de un país y de una sociedad occidental que no sólo no soporta más escándalos de machismo y presiona para que se castigue estos hechos. Por eso, va más allá de toda lógica que se aferre al cargo mediante insultos y denigrando a la víctima, en vez de , como cualquier ciudadano en un Estado de derecho, defenderse legalmente, pero escuchando el clamor de que lo haga tras presentar su dimisión, por una cuestión ética y lógica: ¿Qué futbolista española o federación regional podría confiar en él a partir de ahora?.  

Nada de esto ocurrió. Rubiales no se salió un renglón del Manual del Perfecto Idiota Machista y durante la rueda de prensa donde se negó a dimitir, se presentó como la verdadera víctima de una cacería de brujas, emulando a Donald Trump: “Se está ejecutando un asesinato social. A mí se me está tratando de matar”, dijo, antes de señalar a las ministras del gobierno socialista de Pedro Sánchez como impulsoras de la cacería internacional en su contra.

Aprovechando que todos los focos estaban sobre él, Rubiales obligó a sus tres hijas adolescentes a asistir a su surrealista rueda de prensa sólo para presumir de ser un padre ejemplar y preocuparse de que los camarógrafos las enfocaran cuando rompieran a llorar de emoción.

Rubiales no entiende qué tiene de malo “un piquito” de premio (¿se imaginan que fuera otro dándoselo a una de sus hijas?) y aseguró, además, que fue “consentido”. 

Momolamento en el que el presidente de la Federación Española Hede Futbol besa a Jenni Herrmoso

Momolamento en el que el presidente de la Federación Española Hede Futbol besa a Jenni Herrmoso

Captura de video

“Ella no se apartó”, insistió en su defensa, que trata ahora de reforzar con nuevos videos que están circulando en la redes donde la jugadora bromea luego con sus compañeras por el beso.

Pero es precisamente en este contraataque de los rubialistas en la red, para dejar mal parada a la jugadora, donde hay que responder con firmeza, porque el "quid" de la cuestión no es si fue consentido o no (Hermoso insiste en que no) o si la futbolista de la "Roja" bromeó con sus compañeras sobre el "piquito" al calor de la euforia por la victoria; lo que hace que este escándalo sea de suma gravedad es que Rubiales (con consentimiento o no, insisto) se creyó con derecho a besar en la boca a la jugadora. 

Rubiales nunca tuvo que haberle dado un beso, nunca, porque las mujeres no son focas amaestradas que se les lanza una sardina si hacen bien el espectáculo; no necesitan que se las premien de forma tan degradante como un piquito o una palmadita en las nalgas, sino que luchan para que se las reconozca y respete en igualdad de condiciones con los futbolistas masculinos (por cierto unos divos que los rozas en el partido y ya están llorando en el césped). ¿Quieren a jugadoras agradecidas? Equiparen el salario con el de los hombres y denles cargos de responsabilidad.

Si Hermoso no se apartó cuando Rubiales le agarró la cabeza para besarla no fue porque ella se lo pidiera; si accedió fue porque era perfectamente consciente de que, pese al #MeToo, las riendas del poder la siguen teniendo los hombres, y ella, pese a ganar un Mundial, está sometida al capricho de un jefe misógino que la ve como el sexo débil, que no ve nada malo en aprovechar la euforia del momento para celebrarlo con un besito o un toqueteo en apariencia inocente.

Llevamos tanto tiempo enfocados en la lacra del feminicidio (con toda la razón, ya que se trata de una epidemia global), que nos olvidamos del micromachismo, ese machismo de baja intensidad que sufren las mujeres, la mayoría de las veces resignadas o en silencio.

Ese micromachismo como el del médico que, consciente o no, trata de forma diferente al paciente si es mujer, a la que explica cosas básicas como si fueran tontas; o el mesero que llena más la copa de vino o pasa la cuenta al hombre, como si se diera por hecho que se ve peor a una mujer mareada o que no tiene dinero para pagarse sus propios placeres; o ese micromachismo potencialmente peligroso, como el que tuvo como protagonista esta misma semana a la pareja de la primera ministra italiana, el periodista Andrea Gianbruno, quien, en un programa sobre violencia sexual, dijo dirigiéndose a las mujeres que “si evitas emborracharte, evitas también al lobo”.

Bajo esta lógica, las mujeres son culpables de despertar al “lobo” que el hombre lleva dentro. Así vino a decir la defensa de La Manada, como se llaman a sí mismos los jóvenes que en 2018 violaron repetidas veces a una joven que se encontraron borracha en la calle durante los Sanfermines de Pamplona. 

“Ella no forcejeó”, alegaron sus abogados, sin tener en cuenta, como sí lo tuvo el Tribunal Supremo de España que los mandó a la cárcel, que “si la mujer permaneció callada y dócil mientras era violada no fue porque se la estuviera pasando bien, sino que fue porque estaba paralizada por el terror que debió sentir, consciente de las miles de mujeres que han muerto después de resistirse a una violación”.

Esto es, en definitiva, lo que los feminicidas y los Rubiales del mundo no acaban de entender y es por esto que la lucha feminista (la de todos los que nos negamos a tolerar más Rubiales) no puede relajarse ni un solo instante.