Opinión

Apocalipsis a la vuelta de la esquina

Es sorprendente observar como de tiempo en tiempo los sentimientos apocalípticos se apoderan del ánimo general. La guerra, la pandemia, el cambio climático, el encarecimiento de los alimentos, las grandes migraciones y otros fenómenos que se presentan y amenazan a todos simultáneamente, son detonantes potentes de la idea de que el fin del mundo es inminente. Este fenómeno no siempre está asociado con crisis o peligros reales. A veces aflora porque se acerca el cumplimiento de alguna profecía, por algún evento calendárico o por “señales” mundanas o cósmicas que algunos ven como designios fatales.

Foto: Cuartoscuro

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La idea del apocalipsis, como muchas otras que han traspasado milenios y que se niegan a morir en la modernidad, tienen su origen en mitologías antiguas o en religiones arcaicas. Joseph Campbell, en el volumen destinado a la mitología occidental de su extenso trabajo titulado Las máscaras de Dios, señala que fue el zoroastrismo el primero que introdujo el apocalipsis en el pensamiento religioso más o menos al finalizar la Edad de Bronce; y de ahí pasó al judaísmo, al cristianismo y al islam. Esta religión persa, también introdujo el concepto lineal del tiempo histórico en contraposición con el tiempo cíclico. El mundo tenía un principio y un fin. Durante ese intervalo, establecido en doce mil años, se llevaba a cabo una intensa lucha entre dos fuerzas opuestas: la luz y la oscuridad, el bien y el mal. Antes del final se anunciaba la llegada de un mesías que sería decisivo en el triunfo de la fuerza del bien sobre el mal. Saoshyant era el nombre del mesías que los persas esperaban antes del juicio final. El mesías primigenio en una larga serie que llega hasta nuestros días.

Para este tipo de pensamiento religioso las calamidades que afectan a la humanidad se inscriben en el marco de esa gran batalla dual y cuanto más oscuro e incierto se ve el panorama más cerca está la llegada del fin y la aparición del salvador que inclinará la balanza en favor de la bondad sobre la maldad.

En la historia existen muchos ejemplos de exaltación del sentimiento apocalíptico y la expectativa de la aparición de la persona escogida para salvar a la humanidad.

En los primeros años de la era cristiana se desarrollaron diferentes sectas milenaristas entre las comunidades hebreas a las que se conoce como los esenios. Uno de los textos escritos por ellos, La guerra de los hijos de la luz contra los hijos de la oscuridad, constituía una guía práctica para librar esa guerra en el terreno. De nada les sirvió porque el fin de sus días llegó en el año 70, cuando los romanos los derrotaron y destruyeron completamente su campamento. En el siglo XVII hubo otra euforia apocalíptica y aparecieron los mesías asociados. En este caso fueron los elegidos Zeví y Natán, los más conocidos, el último de los cuales anunció la fecha de la redención para el 18 de junio de 1666. (Paul Johnson. La historia de los judíos).

Durante el siglo XIX nuevamente resurgieron las profecías escatológicas y milenaristas. Un predicador estadounidense de nombre William Miller había calculado con base en una cita bíblica del profeta Daniel que el mundo se acabaría en el año de 1843. Como el mundo no se acabó en esa fecha, la recalculó para el 22 de octubre de 1844. La ausencia del mesías a su cita agendada generó lo que se conoció como la Gran Decepción de la que surgieron nuevos grupos religiosos, todos ellos con visiones igualmente apocalípticas. (Harold Bloom. La religión americana).

La fecha del apocalipsis se ha aplazado una y otra vez, pero esto no ha sido suficiente evidencia para que los creyentes se dieran cuenta de su error y siguen aferrados a una idea arcaica surgida hace más de tres mil años. En pleno siglo XXI, fuimos testigos del furor que causó en no pocas personas la expectativa de que el mundo se iba acabar con la última fecha de la cuenta larga del calendario maya que correspondía al solsticio de invierno, del 21 de diciembre de 2012.

En el ámbito de los grandes pensadores laicos encontramos también la influencia del lejano zoroastrismo. La profecía maltusiana de la hambruna generalizada causada por la dinámica desigual del crecimiento de la población y los alimentos, o la idea marxista del triunfo del proletariado sobre la burguesía, son sólo dos ejemplos de ello.

En sus entregas al periódico Milenio del jueves y viernes de la semana anterior Gil Gamés nos regaló unas citas del más reciente ensayo del pensador francés Jacques Attali titulado La sociedad de la vida como concepto estratégico. Attali se pregunta: ¿De qué puede morir la humanidad? Y expone siete crisis que el mundo puede enfrentar en el futuro inmediato, desde una crisis financiera hasta una crisis política global. Percibo un tono más pesimista en el escritor, distinto al que ofreció en una obra anterior, Breve historia del futuro en la que también repasaba los grandes problemas, pero concluye con una visión esperanzadora.

En la actualidad hay problemas graves que hacen resurgir la incertidumbre, el desánimo y el temor sobre el futuro inmediato. La pandemia, la amenaza de una guerra global, el efecto del cambio climático sobre la producción de alimentos y sobre todas las rutinas de la vida, la elevada inflación y tantos otros asuntos han disparado en muchas personas los resortes apocalípticos. No obstante, lo abrumador que pueden resultar estos problemas, si en el pasado la humanidad ha sido capaz de enfrentar los grandes desafíos mediante el conocimiento y su aplicación en la técnica ¿por qué no habrá de hacerlo en el presente y el futuro? Esta idea la desarrolla brillantemente el divulgador de la ciencia británico Matt Ridley en su libro El optimista racional. Pero el optimismo tiene ahora muy mala prensa entre los pensadores serios. Sin embargo, el aforismo que sentencia que un optimista es un pesimista mal informado, quiero pensar, no desaniman a los científicos y demás personas que intentan resolver el acertijo de los grandes desafíos del presente.