Opinión

Apuntes sobre el Festival Internacional Cervantino 2023 (primera parte)

1Estados Unidos es el país invitado de honor en la edición 51 del Festival Internacional Cervantino (FIC) que se inauguró el pasado 13 de octubre en Guanajuato. Su participación se presenta en el marco del Bicentenario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos; pero también al cumplirse tres años de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, México y Canadá (TMEC), que sustituyó al TLC de 1994; y es a su vez antesala de la Copa Mundial de futbol que en 2026 organizarán los tres países de América del Norte. Esto significa que el pasado, la actualidad y el futuro de nuestros vínculos con Estados Unidos de alguna manera marcan y están presentes en esta nueva edición del FIC.

Festival Internacional Cervantino

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Cuartoscuro

El pasado, porque compartimos una historia en común que se expresa no sólo en la complejidad desafiante de nuestras relaciones actuales, sino en el dialogo intercultural que a lo largo de dos siglos hemos sostenido desde nuestra mutua diversidad. El presente, porque la creciente integración económica y comercial que experimentamos como región no podrá completarse sin una nueva plataforma que también nos vincule e íntegre culturalmente. Y el futuro, porque en 2026 nos habremos de presentar ante el mundo como una región con múltiples vasos comunicantes que nos son afines, entre los cuales, además del deporte y la economía, el de producción cultural de sus comunidades creativas jugará un papel de la mayor relevancia.

De la conformación del Espacio Cultural Norteamericano depende que seamos capaces de construir las narrativas y las experiencias colaborativas que en el contexto global se traduzcan en una nueva referencia identitaria para el siglo XXI. Me refiero a la noción de lo norteamericano, ese espacio que es mexicano y estadounidense y canadiense, y que a su vez se alimenta de la diversidad étnica, lingüística y cultural que nos conforma a los tres países.

Lo norteamericano como una nueva referencia geográfica y cultural capaz de proyectarse así en el mundo multipolar que se configura en este siglo. De ahí la relevancia de esta nueva edición del FIC, que puede ser vista como una prueba piloto y una puerta de entrada a un horizonte más amplio y ambicioso de diálogo e integración cultural propiamente norteamericana.

2.

Las más de veinte actividades en el campo de las artes escénicas y visuales que integran el programa de Estados Unidos como país invitado de honor en el FIC, nos ofrecen algunas pinceladas del diálogo intercultural, incluyente y colaborativo que podría caracterizar al espacio cultural norteamericano en el siglo XXI. Es en el campo de la cooperación cultural donde las fronteras se disipan hasta crear un nuevo espacio común de inclusión, reciprocidad, mutualidad y tolerancia. Aquí algunos ejemplos:

Un grupo de jóvenes que participan en el Semillero Creativo de danza urbana de la ciudad costera de Empalme en Sonora -el proyecto insignia de cultura comunitaria del gobierno federal- entrenaron junto con otros jóvenes bailarines de una escuela de danza de la ciudad de Nueva Orleans, para crear una coreografía común que se presentó en el FIC. De un lado, una pequeña ciudad mexicana que, como muchas otras, ha sido marcada por la violencia del crimen organizado, y cuyos jóvenes encuentran en la danza un espacio para la convivencia pacífica y la libertad creativa; del otro, jóvenes de los barrios marginales de Nueva Orleans de población mayoritariamente afroamericana, que toman a la danza como un vehículo contra la exclusión y la desigualdad. Serán ellos quienes en el futuro podrían darle sentido y certeza a eso que llamo el espacio cultural norteamericano. Si podemos bailar, entonces podemos hablar y convivir. Sólo es de lamentarse que un proyecto como éste hasta ahora no se haya replicado a todo lo largo de nuestros más de tres mil kilómetros de línea fronteriza, donde se han establecido otros semilleros creativos a cargo de la Secretaría de Cultura.

El Templo de la Compañía de Jesús fue la sede elegida para presentar otro proyecto de colaboración transfronteriza, en este caso en el campo de la música contemporánea clásica y electrónica. MXTX de Golden Hornet reunió a más de 40 compositores, ejecutantes y DJs de México y Texas en un concierto que estableció un puente sonoro que une a ambos extremos del Río Bravo. El compositor mexicano Felipe Pérez Santiago dirigió a esta agrupación binacional, y es además el autor de una pieza de título insuperable: “a la sombra del CauDJ”. Cito al programa de mano: “la música y su inmenso poder para superar divisiones al transformar dos comunidades en una. (…) Un proyecto diseñado para rechazar a las fuerzas de la intolerancia a través de la creación y del arte colectivo”.

En esa misma sede -que a pesar de su pésima acústica reivindica a la tradición jesuita y a su legado intercultural- el dueto conformado por la violinista de origen coreano, Jennifer Koh, y el pianista y compositor de origen indio, Vijay Iyer, nos recordaron que el espectro civilizatorio norteamericano también se ha nutrido de la migración asiática y del enorme talento de sus descendientes en Estados Unidos. Es el mismo caso de la bailarina y coreógrafa de origen Iraní Ephrat Asherie, cofundadora de la asociación civil neoyorquina Dance for peace, cuya compañía abrevó de la música brasileña decimonónica para presentar en el Auditorio del estado una pieza de danza contemporánea que dialoga con las tradiciones urbanas del breaking dance, el hip-hop, la salsa afroantillana y el house.

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La producción cultural contemporánea de Estados Unidos es también una extensión y una reinvención más allá de nuestras fronteras de la cultura mexicana. Tres actividades programadas por Estados Unidos en el FIC así lo confirman: desde Los Ángeles, los cuatro músicos de origen mexicano que conforman la agrupación La Santa Cecilia -la patrona de los músicos en la tradición católica-, presentaron en la Explanada de la Alhóndiga de Granaditas un paseo musical que va del rock a la música latina y que pasa por el Klesmer, como para no olvidar que también la tradición judía se encuentra en nuestro DNA cultural; en ese mismo escenario la coreógrafa mexicana-estadounidense Vanessa Sánchez presentará con su compañía La mezcla -el nombre no podría ser más apropiado- una pieza que combina el tap y el son jarocho para rendir un homenaje a la cultura del pachuco, en una puesta en escena conformada únicamente por bailarinas; mientras que en el escenario al aire libre de la plaza Los Pastitos el joven rapero de origen yucateco Pat-Boy nos recuerda que el maya es una lengua viva, capaz de contener en toda su sonoridad elástica los ritmos y las pulsaciones del reggae, la música pop y el reguetón. Un ejemplo notable de cómo junto con nuestros migrantes, son también sus lenguas las que viajan, resisten, se establecen y perduran en ese espacio común al que llamamos Norteamérica.