Opinión

Los atrapados del sistema

Los aeropuertos se han convertido en una madeja de competencias de las más diversas autoridades cuando se viaja al extranjero y en este periodo vacacional el caos ya empezó, será un mega caos conforme avance la temporada. El trámite más inútil es un formato que debe llenarse en Internet con el uso de un código QR que consiste en un cuestionario de salud que requieren las autoridades de transporte aéreo en la página web “México Vuela Seguro”. Tecnología avanzada al servicio de lo innecesario.

Luego los procedimientos sustanciales y normales para abordar el vuelo: registro, identificación del pasajero, asignación de asiento, documentación del equipaje y recepción del mismo, revisión de seguridad para el ingreso a las salas de última espera, la re-identificación del pasajero y el abordaje de la aeronave.

Entre estos procedimientos se insertaron otros más relacionados con las políticas de vigilancia sanitaria con motivo de la pandemia del COVID 19 en las que se traslapan facultades y hay una demostración de lo que puede suceder cuando no hay una coordinación suficiente, aunque haya buena disposición de servir por parte de todos los inspectores y empleados de las aerolíneas.

El pasajero previsor debe llegar por lo menos tres horas antes de la hora programada de su vuelo. El registro a distancia (check in en línea) facilita el procedimiento normal, pero no elimina el cuestionario de identificación de factores de riesgo en viajeros que solicitan las Secretarías de Salud y de Comunicaciones y Transportes que se debe llenar mientras se espera el depósito del equipaje. En estos tiempos en la fila hay tres tipos de empleados que realizan funciones diversas: el primero pide el llenado de la forma migratoria que solo sirve para registro, el segundo revisa los requisitos impuestos unilateralmente por Biden para viajar a Estados Unidos, que son el certificado del esquema de vacunación completado contra la COVID 19 y la prueba de determinación de antígeno SARS-CoV2 negativa con menos de 24 horas de anticipación, el tercero solicita que se haga una declaración jurada por pasajero que se proporciona en un formato a la persona para su firma con un instructivo de llenado de tres cuartillas (no exageraría si afirmó que nadie lee) y una cuarta que pide el llenado de otro formato que contenga el domicilio de estancia en el extranjero y algunos datos de contacto.

El tiempo de espera es suficiente para cumplir la tarea de llenado de formatos y previo a la documentación del equipaje otro empleado revisa que el expediente esté completo. La corrección de parte del mismo se revisa en el mostrador lo que ocasiona que la atención por persona sea mayor a dos minutos en promedio, quien además debe capturar los documentos migratorios en el sistema y el domicilio de estancia en el extranjero, además de los procedimientos normales.

En la zona de los mostradores, hay otro empleado, que procura la sana distancia e invita a los pasajeros a retirarse del lugar si uno de su grupo está haciendo el registro por todos, pero ésta cordial invitación es contraria a la instrucción que reciben los pasajeros de permanecer cerca del mostrador para ser debidamente identificados.

El ambiente, a pesar de la cortesía firme de los empleados, es de permanente crispación, ya que el tiempo no es suficiente para acabar con todos los trámites normales y los inspirados por la pandemia y hay pasajeros a los que el sistema les “cierra el vuelo” y ya no reciben su tarjeta de abordaje y solo el ofrecimiento de subirlos en el siguiente.

“Llevó dos horas y media esperando” no es una llave suficientemente poderosa para abrir el vuelo. El sistema manda y lo que sigue es el clásico “hágale como quiera” o “de aquí no me muevo hasta que me suban al vuelo que me corresponde”. Mientras esto sucede en el mostrador el avión que pretendía abordar el reclamante ya está tomando lo pista para despegar.

Lo que más llama la atención es que ningún trámite pasa de ser un acto de buena fé del pasajero que se repite ante distintas autoridades. Estas, sin coordinarse, exigen formatos por escrito en físico que son de digitalización difícil y cuyo registro en bases de datos tiene grandes riesgos de incurrir en errores de captura o tras papeleo. Además, los documentos que se presentan a revisión en el aeropuerto son copias simples o privados fácilmente alterables o falsificables. Bastaría con una sola declaración del pasajero y no varias ante diversas autoridades y todo lo demás, salvo la documentación migratoria, sería fútil.

¿Quién será quien le diga a Biden que su endurecimiento sanitario de la frontera sólo agrega papeleo, inconvenientes al viajero y espacios de corrupción?

El sistema que tritura a la gente no sólo es el informático que bajo ninguna circunstancia abre un vuelo cerrado, sino también es el conjunto de autoridades que, en un comportamiento burocrático, solicitan el llenado de una infinidad de formatos que provocan cargas adicionales de trabajo a los empleados de las aerolíneas. Con este exceso de trámites buscan proyectar una imagen falsa de que contribuyen a evitar la propagación de la pandemia o solo justificar la asignación y gasto de un presupuesto.

Estos recursos atrapados en el sistema son más necesarios en otras políticas públicas como la atención de la crisis migratoria que vivimos o mejorar el acceso a la salud. Lo peor que puede suceder en la gestión de lo público es que una autoridad se ponga creativa en la solicitud de llenado de formatos y reporte como resultado de su acción el número de encuestas aplicadas, que será siempre creciente por el natural aumento del tráfico de pasajeros, pero será insuficiente para medir una verdadera estrategia de prevención de la expansión de la pandemia.

Cuidado con quedarnos atrapados en el sistema de “hago como que hago para no hacer nada” y que quienes paguen los platos rotos del festín burocrático sean los usuarios de los servicios públicos.

Foto: Especial.

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