Opinión

Autonomía o no autonomía

Una vez más, como en 1968, el poder ejecutivo lanza una ofensiva contra la UNAM. No se trata de un ataque inocente. El presidente juzga que en los últimos años la Universidad se corrompió, abandonó su antigua orientación popular, y se puso al servicio del neoliberalismo.

Cuartoscuro

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“Fue mucho tiempo de atraso, de saqueo, además de manipulación, muchísimo tiempo afectaron a dos generaciones—dijo AMLO. En las universidades públicas hasta la UNAM se volvió individualista, defensora de estos proyectos neoliberales, perdió su esencia, de formación de cuadros, de profesionales para servir al pueblo”.

La Universidad Nacional ya no forma, como antes lo hacía –agrega el ejecutivo--profesionales al servicio del pueblo, lo que hace ahora es capacitar a individuos egoístas, ambiciosos, que sólo se guían por ambiciones individuales y por su deseo de ascender en la escala social.

La UNAM –continúa diciendo el presidente—, como todas las demás universidades públicas del país, está en manos de una camarilla, un grupo faccioso, una mafia. La institución, concluye el ejecutivo, “una sacudida”. Pero aún hay esperanza dice el líder de la 4T. Afortunadamente la UNAM todavía tiene oportunidad de sentar y consumar la Cuarta Transformación para modificar todo.

Evidentemente esta ofensiva es una expresión más de su odio contra el mundo intelectual y contra toda expresión de cultura moderna. Su vena principal es anti-moderna y su sueño es que México regrese al mundo pre-moderno (no a la Colonia, a la cual detesta, sino probablemente al Orden Prehispánico).

Pero es, sin duda, un atropello a la autonomía universitaria y una tácita convocatoria a las fuerzas de la 4T que actúan en la Universidad a movilizarse para acabar con el orden de cosas que reina en la institución y hacerla regresar a ese pasado ideal en el cual ella servía al pueblo.

Los fantasmas que asolaron a la UNAM en el post 68 --como la lucha por la “democracia universitaria” y el “co-gobierno”—pueden reaparecer y, una vez más, socavar la estabilidad interna de la institución.

La intervención presidencial pone en evidencia, otra vez, su vena autoritaria y su odio contra las instituciones autónomas, es decir, aquellas que no están bajo control directo del Estado. La obsesión personal de AML es controlar todas las esferas públicas. Pero también pone en evidencia su falsa creencia de que la 4T es una ideología abarcadora que ofrece nuevas perspectivas para la educación y la cultura.

Escapa a su comprensión la idea de la libertad y el pluralismo y su postura ante las universidades autónomas y públicas tiene barruntos de totalitarismo. No acepta el “dejarlas hacer”, libremente: su sueño es controlarlas y dirigirlas. Pero no nos dice (en realidad no sabe) hacia dónde pretende dirigirlas. Su política hacia ellas ha sido de desconfianza y de abandono.

Su única acción positiva en educación superior ha sido crear la red de Universidades Benito Juárez: un conjunto de centros de estudios construida apresuradamente, que atiende a población de grupos sociales en desventaja pero que no cumplen con los protocolos y los estándares de calidad de una universidad propiamente dicha. Estos centros ofrecen una educación de segunda a una población que, piensa la 4T, no merecen recibir una educación de primera.