Opinión

Balance

Está por concluir un nuevo año que hubiéramos deseado que fuese mejor y deja la impresión, o mejor dicho, la acrecienta, de que probablemente estemos atestiguando un cambio de paradigma que no acaba de ser claro en sus premisas generales, más allá de que se puede afirmar que muy difícilmente podrá volverse al pasado para intentar hacer más de lo mismo, sólo que mejor, como algunas voces, con buena dosis de nostalgia, pregonan para buscar corregir las anomalías que ha traído consigo el llamado proceso de globalización neoliberal, al menos como un orden imperante en lo político, económico y social.

A juzgar por las condiciones actuales del sistema internacional no hay una vuelta atrás, aunque se quiere hacer mejor lo mismo que se hacía. Si acaso se requiere de imaginación y voluntad para construir algo distinto y mejor, pero sin duda diferente.

El aislamiento forzado por la pandemia de coronavirus probablemente no hizo sino posponer procesos que de alguna manera venían sucediendo dentro de los países y fuera de ellos, y desde luego, en su relacionamiento, es decir en las relaciones internacionales.

Comenzamos por observar atónitos, el ahondamiento de la crisis política y social estadounidense, la cual puso en entredicho los fundamentos mismos de la estructura de esa sociedad con el ahora tristemente célebre movimiento de los negacionistas, que pusieron y siguen poniendo en duda, la derrota electoral de Trump en los comicios presidenciales de finales de 2020, y poco antes con la división social prevaleciente asociada a factores raciales, aunque no exclusivamente, del que surgiera la movilización de reivindicación de Black Lives Matter.

Desde luego nadie habla de crisis del sistema democrático estadounidense, ya que ese capítulo se encuentra bajo un proceso de investigación que intenta definir responsabilidades y conjurar el episodio. El problema de fondo, sin embargo, es que esa crisis es si acaso una de las partes más visibles de una sociedad fragmentada, o polarizada como se dice recurrentemente ahora. Más adelante, a mediados de 2021, veíamos también con azoro, el retiro militar precipitado de ese país de territorio afgano, tras más de veinte años de ocupación en busca de la construcción de un régimen político democrático, lo cual como sabemos con certeza ahora, no ocurrió a pesar del enorme costo humano y material invertido en dos décadas de ocupación política y militar. Pero nada de ello ocurrió en el vacío. Por el contrario, otros países y actores políticos han intentado ocupar el espacio abandonado, trátese de las crisis internas o de las internacionales.

Un paréntesis: el énfasis en Estados Unidos es importante ya que el sistema internacional contemporáneo no puede explicarse sin la presencia central de ese país para su sostenimiento y desarrollo. De manera que en este año a pocas semanas de concluir, algunos países parecen tener la voluntad de disputar la primacía estadounidense, con razón o sin ella, en lo político y militar como Rusia y su eufemística operación especial en Ucrania, o en lo económico y comercial como China y su cada vez mayor presencia financiera en diversos puntos del planeta.

Joe Biden escucha al presidente chino Xi Jinping, líder del único país que puede disputar la hegemonía global de EU

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EFE

No son desde luego los únicos ejemplos posibles, pero parece claro que se trata de episodios de una disputa por la hegemonía regional y mundial, o al menos de movimientos que intentan serlo, al poner en jaque el orden internacional imperante desde mediados del siglo XX, y más recientemente con el aparente agotamiento del modelo de crecimiento económico de globalización neoliberal.

Algunas voces han sugerido que al menos la invasión rusa de Ucrania es parte de la continuación de negocios no finalizados durante la guerra fría y el colapso de la Unión Soviética. Difícil sostenerlo desde el punto de vista de la lucha por el poder contemporánea, pero ciertamente el constante peligro derivado de la amenaza de que dicho conflicto pudiera pasar al terreno nuclear, no hace sino recordar los episodios más delicados de la guerra fría como la crisis de los misiles en Cuba, en los años sesenta y el riesgo real que padeció el mundo de una devastación nuclear.

En cualquier escenario, no ha bastado que a lo largo del año, el mundo se haya sumido en un proceso de encarecimiento de precios de artículos de primera necesidad y de energéticos, gas y petróleo incluidos, y de la expansión de un fenómeno generalizado de inflación que hace temer a los especialistas el inicio de una época de recesión económica global con todas las consecuencias que ello implica.

Y una vez más, no bastó con las varias crisis políticas, económicas y sociales abiertas -o continuadas- por la crisis de salud mundial, el aumento de la pobreza, la pérdida de empleos, el retraso educativo de las generaciones más jóvenes en todos los países, sino que cerramos el año con mayores preocupaciones y pocas esperanzas de apaciguar al menos todos estos brotes de una serie de crisis que podrían estar avizorando el cambio de paradigma en los países y en la relaciones internacionales de una forma en que es por demás complejo visualizar.

Generalmente los años acaban con un recuento de buenos deseos y votos para mejor en el periodo que sigue, y se hace un repaso optimista de lo dejado atrás para regenerar la energía hacia adelante. Ahora se requiere de un esfuerzo descomunal para seguir pensando en el futuro promisorio.