Opinión

La batalla por la memoria

El pasado 7 de agosto se llevó a cabo la ceremonia de investidura presidencial del nuevo gobierno en Colombia. Gustavo Petro asumió el poder en un evento que ya es un hito, entre otras razones, por ser el primer presidente de izquierda en esa nación sudamericana. Como no podía ser de otra manera —y de acuerdo con los protocolos—, la solemnidad y la emoción imperaban en el ambiente. De pronto, una sorpresa en el programa implicó una pausa inusitada. Ya como presidente, y en contra de los deseos de su predecesor Iván Duque que se había negado a esta petición, Petro aprovechó su primera orden de gobierno para solicitar la presencia de una reliquia colombiana y de la que todos habían oído hablar, pero pocos podían dar fe de haber visto: la Espada de Bolívar.

Se trata del arma con la que el famoso Libertador y los suyos dieron fin a un gran periodo de injusticias para los nacidos en este continente; el acero que representa la independencia de Colombia (y posteriormente, la de otras naciones vecinas) de la Monarquía Española. Precisamente ahí estuvo parte del revuelo generado por la presencia de este objeto que podría ser un talismán: en las redes sociales comenzaron a circular videos donde se apreciaba cómo, a diferencia del resto de convidados a la investidura, el rey Felipe VI de España permanecía sentado ante el paso de la reliquia libertadora. Esta imagen desató críticas por parte de grupos de izquierda de todo el mundo, al considerarla un menosprecio a la historia de América Latina. Por otro lado, la ultraderecha aplaudió la soberana decisión de quedarse sentado como una estoica reivindicación del imperio español.

La verdad es que, al menos al día en que escribo este texto, el monarca Felipe VI no ha emitido ninguna explicación para justificar su gesto, lo cual ha dado lugar a todo tipo de interpretaciones en una batalla por la memoria. Lo que sí es un hecho es que la Espada es casi un mito y la gente la recibió con un clamor especial porque era la primera vez que este símbolo se exhibía al público en más de 30 años. La cuestión es que estaba sumamente bien resguardada (paradójicamente, lejos del pueblo) porque la guerrilla colombiana M-19, integrada en 1974 por el mismo Gustavo Petro, la sustrajo de la casa-museo de Bolívar, y fue devuelta en 1991, tras los acuerdos de paz con el Estado.

Muy seguramente Petro fue consciente de la carga simbólica e histórica de requerir en ese momento el arma de Simón Bolívar. El nuevo presidente dijo que la espada estaba ahí: “no como símbolo de guerra sino, como dijo su propietario cuando la desenvainó, que sólo se debería envainar cuando haya justicia en Colombia". Espero que las acciones de su gobierno estén a la altura de la herencia de libertad que representa esa espada desenvainada.

¡Mis mejores deseos al pueblo colombiano!

Foto: Especial

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