Opinión

Beatriz García Marañón: el laberinto de la bipolaridad

Con la pedagoga y escritora mexicana Beatriz García Marañón (Ciudad de México, 1960) me unen cuatro décadas de amistad. Es justo decir que hemos crecido juntos, criado hijos, y abrazado diversas causas comunes desde que nos conocimos a mediados de la década de los ochenta.

Sin embargo, luego de leer su más reciente libro en el que aborda el tema del Trastorno Bipolar (TB) y narra su propio periplo y sobrevivencia en los meandros de esta enfermedad abrasadora e inclemente, me doy cuenta, un tanto sorprendido, un tanto culposo, que es muy poco lo que conozco sobre ella. Que a pesar de haber tenido noticias desde hace mucho de su condición bipolar, y a pesar de nuestra cercanía, hasta ahora no he comprendido a cabalidad la dimensión de su padecimiento, como tampoco al padecimiento mismo, que afecta a uno por ciento de la población mundial, y que en el caso de México al menos un millón de personas lo sufren.

De ahí la relevancia y la pertinencia de su libro: “Cuando pesa otro latido, luces y sombras de una vida con trastorno bipolar”, publicado recientemente en México bajo el sello BrainSt. Se trata de una narración llana, profunda y sin florituras que va de lo didáctico a lo confesional, de lo memorioso a lo pragmático –con la prosa segura de quien ha sido también profesora de escritura creativa por años– que nos propone un testimonio en primera persona y nos entrega un boleto para montarnos desde la lectura a esa montaña rusa de depresiones y manías, de ascensos lentos y caídas súbitas a las que se enfrenta de manera cotidiana una persona diagnosticada como bipolar.

El TB es un viaje sistemático, pertinaz e impredecible al infierno de todos tan temido. Con su libro, Beatriz García Marañón encarna la figura de Virgilio y nos conduce, como a Dante, a través de sus círculos. Pero no se detiene en la narración de los horrores, también ofrece una salida, una esperanza, una manera de vivir y sobrevivir a la enfermedad, tanto para quienes la padecen, como para las personas que les rodean y que, de una u otra manera, también se ven afectadas por el monstruo bipolar.

En “Pasado en claro”, el largo poema autobiográfico de Octavio Paz, el escritor recuerda a su padre como alguien que “iba y venía entre las llamas”, y concluye: “yo nunca pude hablar de él”. Beatriz García camina en sentido contrario y se dispone a hablar tanto de su propio padecimiento bipolar –diagnosticado cuando tenía 28 años– como el de su madre, la veracruzana Susana Marañón, que también lo padeció y aun así, entre ataques depresivos, momentos maniacos, brotes psicóticos, entradas y salidas de los hospitales psiquiátricos, crio a cuatro hijos y les brindó un hogar, una identidad y algo aún más relevante: la certeza de un núcleo familiar.

Al saberse de algún modo predestinada por la vía hereditaria a padecer el mismo trastorno de su madre, la juventud de Beatriz fue un encuentro gradual y temible con ese destino. La hermana mayor de cuatro hermanos, que debió en muchas ocasiones tomar las riendas de la familia en las crisis recurrentes de su madre, en algún rincón de su genética y de su historial emocional llevaba escondida la impronta del mismo padecimiento.

Intento con mis propias palabras describir el TB: a veces te asalta una depresión hasta tumbarte en la cama por días, semanas, o incluso años, hasta hacerte enteramente disfuncional –se aparece entonces la sombra del suicidio–; a veces te asalta lo contrario, y el estado maniaco te convierte en una máquina desgobernada de impulsos e ímpetus atropellados; a veces es una sucesión de ambos estados en el transcurso de un mismo día. Pero si te medicas correctamente, acudes a un psiquiatra, asistes a diversos tipos de terapias, y conoces como la palma de tu mano los mecanismos involuntarios que se activan a cada nuevo brote del trastorno, puedes no sólo sobrevivir, sino también construir una vida propia durante el periodo al que le llaman de “eutimia”, esa manera de poder estar en tu propio centro, de aceptar el gozo y las responsabilidades de la vida que para quien no padece el trastorno sería acaso “normal”, pero para quien lo sufre representa un oasis temporal al que, pese a todo, tarde o temprano le habrá de llegar un nuevo Tsunami emocional.

A la fase depresiva del TB, Beatriz, que la conoce, le adjudica cuatro formas de manifestarse que representan a su vez los cuatro elementos del planeta:

El agua, “un río me inunda y sale a través del llanto. Lloró por el pasado, por el presente y por lo que vendrá, (…) Hay un dolor que es fuente de ese llanto, como una llaga viva, que no cierra: pasan semanas, meses y el dolor se mantiene intacto”.

El aire, “duermo y duermo sin que la vigilia me interese. (…) Dormía y curaba la herida de la vida. La herida que siempre está ahí, que tenemos quienes nos enfermamos del alma”.

La tierra, “no puede moverme, es como si me desenchufaran, como si estuviera enterrado en vida. (…) No soy capaz de mover ni un solo dedo. Estoy sembrada en la tierra”:

Y el fuego: “una flama lame mi cuerpo, (…) la angustia atenaza mi garganta, (…) llamas que arden desde mi abdomen. (…) Me atenaza la pérdida: lo que no fue, lo que no hice, lo que perdí (…) por la enfermedad”.

Podemos decir de este libro y de su autora lo que escribió José Gorostiza en “Muerte sin fin” al evocar a Jorge Cuesta: “es una inteligencia en llamas”.

Libro de Beatriz García Marañón

Libro de Beatriz García Marañón

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