Opinión

Belerofonte y el piquete de tábano

La mitología griega está llena de relatos que consignan las hazañas de numerosos héroes. En los mitos heroicos se presenta a estos seres fuera de serie con todas sus virtudes y miserias. El más famoso de los héroes griegos es sin duda Heracles (Hércules para los latinos) quien desde su nacimiento -al estrangular a una serpiente que amenazaba en la cuna su vida y la de su hermano gemelo- mostró dotes excepcionales para enfrentar grandes desafíos. Fue condenado por Euristeo, rey de Micenas, a realizar doce trabajos imposibles para cualquier mortal, como pena por haber matado a su esposa e hijos en un ataque de locura. Increíblemente logró realizar todos los retos con éxito.

Belerofonte

Belerofonte

Teseo, otro héroe conocido, es recordado por haber limpiado de ladrones la comarca griega y liberado a Atenas del tributo que pagaba a Creta, consistente en alimentar al Minotauro con jóvenes atenienses. Las aventuras de Jasón son muchas e increíbles; se le recuerda por haber comandado a los argonautas en una expedición a la región de la Cólquida y rescatar al Vellocino de Oro con la ayuda de la hechicera Medea. Entre las proezas de Perseo se cuenta haber dado muerte a la Medusa, un ser con cabeza de serpientes, cuya mirada era capaz de convertir en roca a la persona que la encarara directamente. También liberó del cautiverio a la princesa Andrómeda.

Belerofonte es un héroe menor, su epopeya se reduce a dos o tres lances exitosos, pero es importante como mito moral para mostrar cómo la hybris -la arrogancia y la soberbia- producto de los triunfos conduce a la desmesura y la desgracia.

Belerofonte nació en la ciudad de Corinto y era hijo del rey Glauco. De joven huyó y se convirtió en suplicante de refugio en otras ciudades por haber dado muerte a su hermano Delíades y a un hombre que llevaba el nombre de Belero. Belerofonte significa asesino de Belero.

Llegó al reino de Tirinto donde gobernaba Preto quien no pudo negarle la protección solicitada. Antea, esposa de Preto, se enamoró al instante del joven Belerofonte, pero éste rechazó sus coqueteos e insinuaciones. En venganza Antea acusó al visitante de haber intentado seducirla y atentar contra su pudor. Preto creyó la mentira e irritado buscó hacerlo pagar por la falta, pero no se atrevió a asesinarlo por temor a ser castigado por las terribles Furias. El crimen contra un suplicante se pagaba caro. Decidió entonces mandarlo con una carta sellada que debía entregar a Yóbates, rey de la vecina Licia y padre de Antea.

En la carta Preto le pedía a su suegro que hiciera justicia, que se deshiciera del infeliz que intentó violar a su hija. Yóbates reticente a hacer lo que se le pedía por el temor a incurrir en el mismo delito contra la hospitalidad, decidió encargarle trabajos peligrosos en donde seguramente Belerofonte perdería la vida.

El primer desafío consistió en destruir a la Quimera, un monstruo con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de serpiente que escupía fuego por la boca. Antes de tomar acción Belerofonte fue a buscar el consejo del vidente Pólibo. Éste le indicó que primero fuera al Monte Helicón donde solía pastar Pegaso y que intentara domesticarlo. Sin el caballo alado el héroe no podrría completar su misión. Cuenta la leyenda que la diosa Atenea le proporcionó a Belerofonte una brida de oro, sin la cual no habría podido domar al caballo.

Belerofonte lanzó flechas con plomo desde las alturas hasta que una de ellas atravesó la garganta de la Quimera que cayó muerta al instante.

Al ver que Belerofonte había superado la prueba, Yóbates le encargó una tarea más difícil. Lo envío a pelear contra el pueblo de los invencibles Sólimos que luchaban en alianza con las Amazonas. Cabalgando por lo alto con Pegaso, pudo también salir victorioso de esta prueba.

Belerofonte derrotó también a una banda de piratas dirigida por Quimarro, un feroz guerrero que llevaba en su barco impresa la insignia del león y la serpiente. Y, finalmente salió airoso de una emboscada tendida por el propio Yóbates quien ordenó a sus guardias darle muerte.

Yóbates empezó a dudar de las acusaciones que Preto había hecho contra Belerofonte. Arrepentido de haber dudado de su honestidad, le enseñó la carta y le pidió que contara su versión de los hechos. El rey, enterado de lo sucedido y seguro que había sido calumniado, dejó de exigirle tareas mortíferas, imploró el perdón del héroe por los crímenes cometidos, lo casó con su hija Filónoe y lo nombró heredero del trono.

Belerofonte experimentó un sentimiento de exaltación de sí mismo y pensó que los triunfos -pocos en realidad comparados con los de Heracles y de otros- lo colocaban al nivel de los dioses del Olimpo. Cargado de soberbia montó en el obediente Pegaso y le pidió que volara al cielo para irrumpir en la morada divina y ocupar ahí un primerísimo lugar.

La insolencia del héroe desató la ira de Zeus. ¿Cómo era posible que un mortal quisiera vivir en el Olimpo únicamente por haber vencido en algunas batallas? El dios escandalizado por la insensatez de Belerofonte envió a un tábano que picara en la cola del caballo alado. Al sentir el pinchazo del insecto Pegaso se retorció bruscamente de tal manera que envió al suelo a su jinete. Al regresar de golpe a la tierra, Belerofonte resultó muy dañado por la caída. Quedó cojo, ciego y maldito, vivió el resto de sus días vagando por el mundo y evitando, avergonzado, el contacto con los humanos.

En la política existen muchos personajes que padecen el síndrome de Belerofonte. Pequeños triunfos circunstanciales logrados a nivel local los abruman y los hacen creer que son de una dimensión e influencia nacional mayor a la que en realidad tienen. Vemos a personajes menores intentando ganar elecciones en las que no tienen nada que hacer y somos testigos de pequeños partidos que pretenden falsamente tener la posibilidad de ganar una elección presidencial. Hay algunos que en su delirio vuelan en caballos alados insensibles a los temibles piquetes y resisten incluso los que propinan los tábanos tapatíos, que son los que más duelen.

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