Opinión

La bienal de venecia, dos paradojas

La Iniciativa para la Diplomacia Cultural de América del Norte (NACDI), que agrupa a universidades de Canadá, Estados Unidos y México, celebró esta semana su tercera Reunión Cumbre en la Ciudad de México. Por invitación del profesor de la Universidad Iberoamericana Cesar Villanueva, participé en una mesa dedicada a la Bienal de Venecia. Comparto en este entrega algunas de mis reflexiones.

Primera paradoja: Cosmopolitismos vs. nacionalismos

Por un lado, la Bienal de arte de Venecia se ha consolidado como un foro mundial de vocación cosmopolita, un espacio intercultural que celebra la diversidad sin fronteras del arte contemporáneo. Por el otro, los más de 80 pabellones nacionales que participan en ella son a la vez una herencia de las identidades nacionales y el activismo cultural de los Estados Nación en pleno siglo XXI.

Una multitud de países buscan posicionarse como actores de peso en la escena internacional de las artes visuales a través de la Bienal de Venecia. Babel revisitada, pero una Babel con fronteras, banderas y otros símbolos nacionales circulando en que cada pabellón.

Es imposible ignorar el hecho de que los pabellones nacionales son en gran medida instrumentos del llamado poder blando. A menudo encargados por los ministerios de cultura de los países participantes, presentan diferentes grados de injerencia estatal y en cierta forma son una prolongación de nuestras embajadas. Han sido concebidos como una caja de resonancia para la representación de la historia y de la identidad de un país. En ese sentido tienen la misión de exponer “lo mejor” de la producción local de los países, aunque dicha producción tenga por lo regular un acento marcadamente global. Una paradoja dentro de otra paradoja: la constatación de lo glocal.

En Venecia asistimos a una serie de representaciones de lo nacional financiadas en la mayoría de los casos con recursos públicos de los países participantes, pero sin que ello suponga que los mecanismos de selección de artistas, curadores, y temas a tratar sean de carácter abierto e incluyente. ¿Los millones de ciudadanos en todo el mundo, cuyos impuestos pagan dichos pabellones, y las comunidades artísticas de dichos países, están realmente representados en Venecia?

La Bienal de Venecia es, en el mejor sentido de la expresión, un espacio para las élites culturales del planeta, no es un foro social, no es un parlamento democrático. Al mismo tiempo la representación de las Naciones Unidas y las Naciones Desunidas de las Artes, estamos entonces ante una visión de la geopolítica no muy distinta a la del siglo XX: arte contemporáneo sobre el tablero atemporal de los siglos no superados de dominación colonial.

Sin dejar de admirar la credibilidad y la gran tradición de más de 100 años que representa la Bienal de Venecia ¿Tiene hoy sentido criticar la vieja estructura de Estados Nación dominantes y dominado sobre la que se sostiene? ¿Qué tanto se ha alejado la Bienal de Venecia del siglo XXI del espíritu de las Grandes Exposiciones Universales que nacieron al calor del colonialismo del siglo XIX?

La 58ª edición de la Bienal de arte de Venecia

La 58ª edición de la Bienal de arte de Venecia

Segunda paradoja: los discursos críticos del poder vs. el poder del mercado

La gran mayoría de las miles de obras que se exponen en Venecia se lanzan a la crítica de los grandes temas de nuestro tiempo: de la desigualdad social al racismo, del drama de la migración a los retos del cambio climático, la xenofobia, la homofobia, o la violencia. Pinturas, esculturas, instalaciones multimedia, todas ellas con una marcada crítica al capitalismo del siglo XXI que, pese a todo, tarde o temprano serán incorporadas –o no– al gran mercado internacional de las artes, en las galerías, los museos públicos y las colecciones privadas del mundo capitalista y desigual al que denuncian.

El mercado, ya lo sabemos, todo lo devora, incluyendo aquellos discursos decoloniales, anti patriarcales, de equidad de género y de defensa de los derechos civiles que florecen a lo largo y ancho de la Bienal de Venecia. En un paisaje artístico donde predomina lo fluido, lo no binario, lo transmedial e híbrido de nuestras realidades y de nuestras sociedades, tarde o temprano aparece ese personaje que no es hibrido, y ciertamente no es binario, sino más bien rígido, vertical e implacable: el mercado. No hay que olvidar que este gran foro de la diversidad, y la crítica del capitalismo neoliberal que es la Bienal de Venecia, se sostiene en buena medida por los patrocinadores de las grandes firmas globales.

Podemos preguntarnos entonces ¿Para quiénes se dirigen estas miles de obras críticas expuestas en Venecia? ¿Para el ciudadano global, o para sus patrocinadores y posibles compradores? A fin de cuentas, ellos son quienes la sostienen, con la colaboración de los gobiernos y sus instituciones culturales, que aspiran a verse representados en la Bienal.

Sin duda se despliega en la Bienal de Venecia un gran mural de la diversidad y la complejidad de la producción artística contemporánea, pero hay también algo de entretenimiento en cada cita, de show business, de desfile de egos individuales y nacionales, una depurada pasarela de modas ideológicas, políticas y estéticas. Todo esto y más es la Bienal de Venecia.