Opinión

Al borde de la agresión

La operación militar especial, eufemismo, con el que Rusia se refiere a la invasión militar a Ucrania, lanzada a finales de febrero de este año, ha entrado en una etapa más preocupante, al hacerse evidente su fracaso relativo, a juzgar por lo que difunde la prensa en general, particularmente respecto del avance de las fuerzas ucranianas que han hecho retroceder apresuradamente a las rusas y retomado ciudades y territorio perdido en los siete meses del conflicto. La más reciente, la retoma de la estratégica ciudad de Lyman.

Soldados ucranianos se fotografían con la bandera nacional en un edificio de la liberada ciudad de Lyman

Soldados ucranianos se fotografían con la bandera nacional en un edificio de la liberada ciudad de Lyman

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Ante la aparente derrota militar, en el plano político el presidente Putin ha decidido ejecutar una iniciativa de anexión de territorio con base en la organización de referendos en cuatro áreas de la Ucrania ocupada (Donetsk, Lugansk, y las regiones de Jerson y Zaporiyia) aún a sabiendas de que no controla enteramente esas zonas y que los plebiscitos son una clara violación a la Carta de las Naciones Unidas y del derecho internacional. Sin embargo, cabe decir que si se tratara de un ajedrez, esta movida del mandatario ruso se asemejaría a una especie de jaque puesto que ha obligado a Ucrania y a los países occidentales a pronunciarse sobre la cuestión, al tiempo de buscar recabar el apoyo de la opinión pública de su país, aparentemente mermada por el fracaso acumulado de siete meses. Con todo, no deja de parecer una jugada desesperada.

El país invadido y sus valedores la han calificado de falso ejercicio democrático, promoviendo incluso una resolución en el Consejo de Seguridad de la ONU que anticipadamente se sabía que Rusia vetaría para no ser adoptada (recibió 10 votos en favor, incluyendo a México, la abstención de Brasil, China, Gabón e India, y el voto negativo de Rusia). Las condenas y el rechazo a esas consultas para la anexión han proliferado y han concitado reprobación en varios foros internacionales como el G7, entre otros, sin que en realidad se avizore una posibilidad real de que puedan ser revertidos.

Ciertamente, Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Europea han anunciado que aplicarán más sanciones a entidades e individuos rusos y han dejado en claro que nunca reconocerán la soberanía de Rusia en esos territorios. Es un jaque precipitado de Rusia que probablemente esté reflejando la situación real en la que la operación especial se encuentra: no solamente se ha prolongado innecesariamente sino que ha resultado demasiado costosa material y humanamente para Rusia sin los resultados esperados. No ha doblegado a Ucrania y ha concitado la unanimidad de Occidente. A esta movida rusa, además de la toma de Lyman, ha correspondido la solicitud de adhesión inmediata de Ucrania a la Alianza Atlántica, que antes de la agresión militar era la línea roja marcada por Putin. No está claro que vaya a darse tan rápida y automáticamente como probablemente desearían las autoridades ucranianas, pero es la respuesta lógica en el plano político a una jugada tan agresiva como la instrumentada por el mandatario ruso.

Otra medida rusa que ha generado rechazo, también siguiendo a la prensa, es el decreto presidencial para la movilización de sus ciudadanos para combatir en Ucrania, alrededor de 300 mil combatientes, todos ellos reservistas, aunque existen analistas que hablan de que podrían ser hasta un millón. El rechazo en esta ocasión ha provenido de la propia sociedad rusa. Sin duda se abre un nuevo capítulo en esta ya de por sí dramática y triste trama, que lo único que deja en claro es que el conflicto no terminará pronto, y sus resultados no están del todo claros, y podría decirse que sus consecuencias finales son inciertas, no obstante que parte de ellas las vive en general ya el mundo entero con la carestía de granos y energéticos, así como el incremento en sus precios y los consecuentes fenómenos inflacionarios en las economías nacionales.

Con todo, tal vez el cálculo más irracional en toda esta obra dramática, es la de que el conflicto pudiera escalar al extremo de que se recurriera al uso de armas nucleares. Esas especulaciones han sido alimentadas por el avance militar ucraniano y el repliegue ruso, pero también porque algunas figuras rusas notables como Dmitri Medvedev, presidente entre 2008 y 2012, presuntamente se han referido a la hipótesis en sus cuentas de redes sociales, según reporta el periodista Paul Leblanc. El ex mandatario ruso habría argumentado que si la existencia del Estado ruso se viera amenazada por una ataque incluso de armas convencionales, se puede recurrir al uso de armamento nuclear. Sin duda es ya una alarma en sí misma que haya quienes pudieran estar pensando sobre esa línea de razonamiento. De momento y para alivio aparente, de acuerdo con recientes declaraciones del secretario de la Defensa de Estados Unidos, Lloyd Austin, no existe ninguna indicación de que Putin haya decidido usar armas nucleares en la guerra en curso en Ucrania. (Leblanc, Paul, “On the ground in Lyman”, What Matters, 2octubre2022, www.cnn.com)

Al inicio del conflicto, voces especializadas se pronunciaron por la posibilidad de dejar una alternativa de salida a la agresividad del presidente Putin a pesar de su operación militar. A siete meses del conflicto, el planteamiento sigue siendo racional, más allá del llamado permanente del mandatario ucraniano -por lo demás un personaje poco atractivo- a que se arme de la mejor manera a las fuerza de su país para que den la batalla y expulsen al intruso. Dado los alcances de este conflicto que han traspasado lo meramente local, no parece del todo descabellado buscar una solución negociada para una paz duradera, nacionalismos encendidos aparte.

Volveremos al tema en la siguiente columna.