Borrachera septembrina
Apenas inicia septiembre y la borrachera de poder ya está en pleno. El festejado, Andrés Manuel López Obrador, pronunció su discurso, en el que rebasa en triunfalismo a los de los priistas de antaño; tanto así, que dibujó un país en el que todo está bien gracias a su gobierno, al grado que nuestro sistema de salud es la envidia de Dinamarca. Sólo los más fanáticos le creen; a la mayoría lo único que le importa es que no regresaron los políticos “de antes” y eso es suficiente para que la fiesta agarre vuelo.
Pruebas de que está agarrando vuelo hay muchas. Ya saltaron los primeros chapulines y la coalición encabezada por Morena está a un solo senador de alcanzar la mayoría calificada: votos por el PAN-PRI-PRD se transforman en escaños morenistas. Pronto se sumarán otros insectos politicos (y habrá que agradecérselo a las dirigentes de los partidos que los postularon). Tanto el INE como el TEPJF demostraron su falta de dentadura y desbrozaron el camino para la distorsión de la democracia mexicana.
Pero el debilitamiento de esas instituciones no se compara con el que se dió en la Ciudad de México, donde no sólo se permitieron cambios de adscripción partidista posteriores a la elección para forzar una mayoría calificada en el congreso local, sino que se anuló la elección de alcalde en Cuauhtémoc, con el peregrino argumento de “violencia de género” de parte de una mujer, la candidata ganadora. La clave fue el voto de calidad del padrino de la candidata perdedora. Pues sí, qué son esas majaderías de ganarle a la ahijada.
Y en esa lógica siguen, con Jalisco en la mira. Como antes con el PRI, “Morena nunca pierde y, cuando pierde, arrebata”.
La parte más sustanciosa de la borrachera, que es la entrega de regalos al festejado, está por venir. Primero, el intento de colonizar el Poder Judicial, para convertirlo en un apéndice político de un Ejecutivo en proceso de simbiosis con el Legislativo y el Partido. Y si alguien repela -digamos, por ejemplo, unos miles de estudiantes- es porque obedece a “oscuros intereses” (Díaz Ordaz dixit). Luego, la eliminación de contrapesos creados en los años negros del neoliberalismo (poco importa que sus impulsores hayan sido de izquierda y alguno de sus creadores ahora se haya pasado a Morena), para dar lugar a un poder centralizado que pueda administrar sin trabas el capitalismo de cuates. Más tarde, un par de iniciativas de confeti, porque hay que dar espectáculo y la impresión de que ahora importan quienes antes no importaban.
Faltará la del estribo, preparada para después del mes, que es la reforma electoral, y podría ser todavía más restrictiva que la propuesta originalmente por López Obrador. La idea es muy simple: crear las condiciones para quedarse décadas en el poder (bajo el supuesto de que, por alguna mágica razón, las preferencias electorales quedarán cristalizadas). La disminución de plurinominales es algo que quisieron, en su momento, tanto Calderon como Peña Nieto; no lo lograron, por fortuna, porque no tenían la supermayoría de la que hoy goza Morena. Con eso, se completaría la segunda transición: la reconversión del sistema político mexicano en un régimen híbrido.
Pero hay varios problemas en esta borrachera. Uno tiene que ver con las prisas: se trata de darle un regalo, el de la trascendencia histórica, al presidente saliente. Dejarle la impresión de que ha culminado su tarea. Aquí el asunto es que Andrés Manuel tiene su propia brega de eternidad y, si ahora aprieta el pedal de la radicalización, no hay manera de asegurar que no lo siga intentando desde su rancho, con la ventaja de que él no tendría que asumir directamente los costos politicos. Son pocos quienes pretenden una borrachera tipo Garrincha (el mítico futbolista que murió tras una fenomenal guarapeta que duró tres semanas sin descanso), López Obrador es uno de ellos.
Otro tiene que ver con las complicaciones comúnmente asociadas a la hibris (que es precisamente de lo que trata esta borrachera septembrina). Perder el piso debido a la soberbia lleva a una desmesura que impide ver riesgos y genera decisiones contraproducentes. Lleva a minimizar los peligros y desoír advertencias. Ahí están los problemas económicos, las admoniciones de Estados Unidos y las tensiones en el crimen organizado, todos pendiendo de un hilo. En plena fiesta, parecen cosas menores, pero no lo son y pueden llamar a desastre si no se cambia el rumbo.
Por el momento, la fiesta está a todo lo que da y, para algunos, lo mejor es que hay otros, los que no fueron invitados, que están afuera del local, sobrios y quejándose.