Opinión

Candil de la calle

Juan Ramón de la Fuente
​Embajador de México ante la ONU

Conociendo sus capacidades e inteligencia, doctor De la Fuente, debió pasar fuerte pena ajena con el discurso de Andrés Manuel López Obrador ante el Consejo de Seguridad de la ONU.

Las quijadas de los asistentes a la sesión debieron caer al suelo cuando AMLO anunció que “México propondrá a la Asamblea General de las Naciones Unidas un Plan Mundial de Fraternidad y Bienestar (para) garantizar el derecho a una vida digna a 750 millones de personas que sobreviven con menos de dos dólares diarios.”

Aparte de que no era el foro indicado, como suele ocurrir con AMLO, se puede coincidir con el objetivo, pero no con la instrumentación ni con “los moditos”.

Para tan loable propósito, el presidente sugiere que los más ricos del planeta -empresarios, corporaciones, países- se mochen con el cuatro por ciento de sus fortunas. AMLO cree que se puede escalar a nivel internacional su método de cooperacha obligada, como lo hizo con los machuchones mexicanos en Palacio Nacional. De igual manera cree que se puede extrapolar su modelo de censar a los pobres y que los dineros les lleguen directamente mediante tarjeta electrónica. Todos sabemos que el dinero en mano solo fomenta clientelismo y consumo.

En la visita a la ONU

En la visita a la ONU

Si se quiere combatir de verdad la pobreza, no hay que inventar el hilo negro; existen modelos muy exitosos, como el Programa Nacional de Financiamiento al Microempresario.

El PRONAFIM fue lanzado por Vicente Fox, a partir del modelo del doctor Muhammad Yunus, el Premio Nobel que cayó en la cuenta de que los tomadores de decisiones entienden la macroeconomía, pero no la microeconomía.

En aquel entonces, la doctora Maricarmen Díaz Amador empezó de cero a dar vida a ese estupendo programa; lo dirigió con maestría y transparencia durante varios años.

Los créditos eran realmente micro, empezando en mil pesos. Una persona presentaba su idea sobre en qué quería trabajar para salir de la pobreza. Eran ideas, no podían desarrollar proyectos; como sea, iban desde comprar herramienta para reparar muebles, hasta hacer tortillas de harina. Los requisitos eran simples: nada de economía informal y debían tener un lugar fijo, generalmente la casa.

El PRONAFIM tuvo dos secretos de éxito. Los créditos se bajaban a través de las microfinancieras privadas, porque la gente no paga cuando el crédito viene del gobierno; saldar la deuda es un principio de responsabilidad y un estímulo para seguir. Así, una acreditada –la gran mayoría eran mujeres- empezaba en mil pesos, luego cinco mil y hasta 30 mil, una y otra vez, mientras pagara. Además, cuando las microfinancieras reintegraban los recursos al PRONAFIM, se creaba un fondo revolvente para seguir otorgando préstamos. Así, 200 millones de pesos se convertían en mil.

El segundo secreto, y el más importante, era que los promotores de las microfinancieras formaban grupos solidarios de acreditadas; se reunían una vez a la semana para que el promotor les enseñara a llevar las cuentas, organizarse y ¡ahorrar!

Esas mujeres, que conocí cuando la doctora Díaz Amador estuvo a cargo del programa, realmente lograban lo que, ahora, el presidente quiere: “una vida libre de temores y miserias”. Su mejora no sólo era económica; conquistaban su independencia y su dignidad.

Este programa tan eficaz fue ignorado por la 4T y, para 2022, no contará con presupuesto porque según la secretaria de Economía, ya pasó la crisis económica generada por la pandemia. ¡¿En serio?! Bueno, el INEGI dice que ahora tenemos más MILLONES de pobres…

Seguramente, para el presidente el PRONAFIM tenía un par de defectos. No era él quien recibía el agradecimiento de las beneficiarias, no le ayudaba a crear clientelas, ni votantes amarradas.

En fin, nada es perfecto, doctor de la Fuente.