Opinión

Capitalismo, sin tópicos

Quizás no haya figura social más chic, más emblemática del poder y del buen gusto que la del “Consejo Directivo” de una gran empresa.

Gente bien vestida, refinada, receptora de grandes salarios (porque se lo determinan ellos mismos), asidua a la farándula y dueña de información privilegiada… el símbolo de la cúspide social en nuestro tiempo. Pues bien, esa burocracia corporativa de alto nivel –lo mismo en México que en Estados Unidos, en Japón que en Finlandia o Brasil- en los últimos cuarenta años, imprimió su rasgo distintivo y cambió al sistema económico en el que vivimos.

Ha dejado de ser verdad que las decisiones fundamentales de la economía global y nacional sean tomadas por las burguesías clásicas (los dueños con sombreros de copa, los propietarios) sino que las decisiones fundamentales se han trasladado a los “directivos”, esa casta de profesionales que día tras día, hora tras hora, dirigen el rumbo y las políticas de grandes empresas.

De tal suerte que en la principal institución del capitalismo contemporáneo -la gran corporación, las multinacionales que van y vienen por todo el globo- mandan ellos. Se supone que son delegados de confianza de los dueños auténticos, pero la verdad es que han adquirido vida propia. Los consejos de administración terminan siendo cuerpos seleccionados por la propia casta directiva y, por tanto, quedan subordinados a sus imperativos. Con ese poder, el estamento hace y deshace, toma decisiones arriesgándolo todo, porque en rigor nada de lo que está en juego es suyo.

Esta dinámica es retratada por Branko Milanovik en su libro (Capitaismo, nada más. Taurus, 2020) siguiendo a pie juntillas, al desaparecido J. K. Galbraith. Su argumento central es este: ya no es correcto definir al capitalismo en que vivimos como una “economía de mercado” (esa ilusión óptica que repiten como loros comentaristas, banqueros centrales, párrocos de la economía, politólogos, etcétera). En el mundo real, las corporaciones llegan muy lejos en su afán de fijar los precios y crear la demanda; ejercen el monopolio, el oligopolio, las técnicas de diseño y diferenciación del producto, a la publicidad y en especial, al engaño y al fraude para promover la inversión, las ventas y el comercio. En estas circunstancias, la creencia en una economía de mercado en la que el consumidor es soberano no es más que uno de los mayores fraudes de nuestra época. La calificación de "sistema corporativo" es mucho más realista para analizar lo que nos está ocurriendo.

Capitaismo, nada más. Taurus, 2020

Capitaismo, nada más. Taurus, 2020

Los abusos que muchos ejecutivos cometieron en los E.U. y Europa, son típicos del siglo XXI: extravagantes sueldos a través de las célebres stock options (derecho a comprar acciones de una empresa por debajo de sus precios de mercado) y las maromas de su contabilidad creativa. El paroxismo de este “sistema corporativo”: trampas contables, tráfico de influencias, escándalos bancarios y de las compañías auditoras, excesos de la liberalización sin regulación, capitalismo de cuates, abuso del poder en países del exterior y financiamiento de campañas electorales para ganar la benevolencia del próximo Presidente.

Típicamente, la burocracia corporativa informa mal y rutinariamente a los Consejeros de las empresas sobre cuestiones que ya han sido decididas en la concha en la que operan. Y el remedio universal que suelen aplicar cuando la marcha no es buena consiste -como no- en reducir fuertemente al personal, sin despedir casi nunca a aquellos que mayor responsabilidad tienen en los malos resultados: o sea, los propios “directivos” de la corporación.

Pero el señalamiento de Milanovik de Galbraith es más penetrante que una simple denuncia: lo que denuncia no tiene que ver con las irregularidades legales que se cometen, sino con las creencias personales y sociales de quienes participan en él. Los directivos, intelectuales, consultores y periodistas creen en sus propias falacias y como ya no hay más alternativa que el capitalismo, se han creído que el mundo del capitalismo corporativo, simplemente, “es así”.

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Una metabolización de los mitos del mercado, la rendición ante el engaño endémico. A falta de rivales, el capitalismo se vuelve loco, y en nombre de la gran empresa da rienda suelta a sus propios mitos: que los vivales y ladrones, si son “liberales” deben tomar las principales decisiones económicas, sin control de los molestos Estados.

Por eso, la gran transformación mental de nuestro tiempo, es pasar de la noción de la “sociedad de mercado”, a la “sociedad contractual”, la de los acuerdos sociales. El acuerdo del capitalismo con la democracia. Volveremos sobre esto.