Hace ya algunos años, Gilberto Guevara Niebla definió la triste condición educativa nacional con un largo y luminoso ensayo llamado “La catástrofe silenciosa”.
Hoy ese preludio es un ruido escandaloso.
Tres responsables de educación –cada una superior en ineptitud a su antecesor (a) --, en los primeros dos tercios de la administración; prueban la falta de rumbo e intención del gobierno, y exhiben, como nunca, el desprecio por el principal problema de este país: la ignorancia. La pobreza del intelecto.
Hoy la catástrofe anunciada, es un hecho consumado, cuya grave condición se agravó por la pandemia tan mal entendida y por consecuencia peor atendida.
El gobierno de la ignorancia, a cambio de la obsecuencia, no ha logrado remover, sino acentuar, las ruinas de un sistema plagado de impreparación, conquistas sindicales inmerecidas, control político y clientelar, estructura gremial corporativa y dividida; tendencias encontradas dentro de un magisterio profesional, por un lado; cavernícola por el otro, mientras el abandono de las soluciones inhibe cualquier intento correctivo por superficial como pudiera ser.
Por ese camino, esta seguirá siendo una nación atrasada porque desde la exaltación de la mediocridad, promovida y consagrada; glorificada como mérito de la simpleza populachera por los ignaros al mando, no fomenta el desarrollo intelectual de sus habitantes a partir de la educación nacional. Pobres, ignorantes e incapaces. Ese es el futuro por venir.
Condenados a ser espectadores de la grandeza ajena, separados; párvulos contemplativos en medio de la más gigantesca revolución del conocimiento conocida por la humanidad, cuyas herramientas tecnológicas y científicas nosotros vemos como espectadores y cuando más, compradores, como sucede –por ejemplo— con las ciencias de la salud o las telecomunicaciones, incluyendo las “neoliberales” conquistas espaciales y cibernéticas.
Ya no somos invitados tardíos al banquete de la civilización, como dijo Alfonso Reyes, somos franeleros a la puerta del festejo planetario de la ciencia y la tecnología.
“…A diferencia de la contaminación ambiental, la inseguridad pública o el problema de la deuda, los desastres de la educación pública son graduales, discretos, indoloros, secretos. Pero a la vuelta de los años podemos ver y medir la magnitud de esta catástrofe silenciosa. Catástrofe que se refleja en la baja calidad e irrelevancia de la educación nacional, que no ha sido capaz de incidir en una menor desigualdad social…”
Esta escasa incidencia en la desigualdad económica, grave de por sí, pronto quedará superada: nos igualará en el atraso intelectual. No podrá mejorar el futuro económico, pero nos aplanará a todos --por la vía del conformismo disciplinado--, especialmente a los menores de edad, en una meseta de ignorancia bajo la dirección de la estulticia.
Posiblemente, cuando todo esto pase, habrá otros ensayistas, como Guevara, capaces de analizar y evaluar los daños causados hoy al provenir de México.
El abandono educativo, la conducción de los impreparados, la falta de rigor en el ejercicio público y la proclamada grandeza del sometimiento, tendrán un juicio, pero para entonces ya será demasiado tarde. El daño está hecho desde ahora, tan grave como en la salud, la seguridad, la economía, la agricultura, el comercio y la ecología, en un país donde la sequía se quiere resolver sin agua para acueductos de papel, como en Nuevo León.
Por ahora no hay quien comprenda la capacidad de una persona cuya falta de vocación, en el mejor de los casos, la llevó del aula a la ventanilla burocrática de la alguna vez llamada Oficina de Quejas de la Presidencia de la República, hoy pomposamente bautizada como de Atención Ciudadana, cuya naturaleza consiste en recibir demandas, peticiones, solicitudes de empleo y exposición de problemas personales, a lo cual se responde con un papel sellado con la inútil leyenda de RECIBIDO.
Sin embargo, las cosas pudieron ser peores. En lugar de Doña Lety Ramírez, pudieron haber quedado Marx Arriaga, Epigmenio o “El Fisgón”.
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