Opinión

De chinches y conejitos

Uno aprende lo obvio en la perplejidad. Ayer, en una clase por Zoom desde mi casa, mis estudiantes de narrativa mexicana de hoy de la carrera de letras hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras me revelaron sus predilecciones , mismas que comparto gracias a ellos. Yo les había hecho leer una novela corta de mi amigo Manelick de la Parra, Adorno y sus dos fantasmas, no sólo porque la lectura es deliciosa sino por un elemento intertextual muy importante, es decir, la referencia a otro texto Por cierto, nadie cita un texto que nos remite a otros, lo hace suyo y espera que el lector sepa qué texto o textos van implícitos. Así le hizo Cervantes con las novelas de caballería para escribir el Quijote. En Adorno y sus dos fantasmas, la referencia, en cierto momento de la historia, es obvia… para los que leímos con fascinación a Julio Cortázar hace cuarenta años. Mis jóvenes alumnos no hallaban relación entre un joven mexicano que estudia literatura en París en los lejanos años setenta, con que de pronto comienza vomitar ratoncitos blancos, mientras cuida al gato Adorno en una casa parisina, encomienda que le deja la española que se hace cargo de ello, pero que precisa viajar de emergencia a España porque su padre se ha puesto malo. Los dueños de Adorno y de la vivienda no están enterados del cambio, por lo cual el muchacho mexicano vive con miedo de que los dueños se presenten de pronto y lo encuentren a él y no a la encargada.

La biblioteca de la casa es una maravilla y su libros deleitan al “inquilino”, que se llama Manelick y que siempre llega de noche a la casa, cuando constata que nadie más ha entrado y encendido las luces. Manelick lee a sus anchas, bebe vino del que hay en la cava, el gato Adorno no le hace caso y el desagradable asunto de vomitar ratoncitos, siempre que va subiendo las escaleras, se vuelve cotidiano: Adorno se los lleva y se los come. Aquí, justamente aquí, es que la novela da el giro intextextual, pero mis alumnos no lo percibieron porque desconocen los cuentos de Julio Cortázar. Ellos leen a dos estupendas escritoras argentinas contemporáneas, Mariana Enríquez y a Samantha Scheblin, que empuñan el terror de lo habitual. Eso fue una enseñanza para mí: cada generación tiene a sus tótems.

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“Carta a una señorita en París”, segundo cuento de Bestiario cuenta la historia de un hombre culto, traductor, que se ha quedado en un departamento de un edificio de la calle de Suipacha, mientras la dueña se va a Paris. El hombre, que ya desde antes vomitaba conejitos, los cuidaba y alimentaba con tréboles en su casa y luego se los daba a una mujer, quizá de campo, experimenta el horror de traer más conejitos de la cuenta en la vivienda de la señorita Andrée que se encuentra en la capital francesa.

Nadie, que no fuera el genial Julio Cortázar, podía haber escrito un cuento sobre un hombre que vomita conejitos hasta que el asunto termina desesperándolo a él y angustiando al lector. En Buenos Aires el narrador no tiene a quien darle los conejitos y estos crecen y él los oculta para que la mucama Sara no los vea. El departamento elegante y organizadísimo de la lejana Andrée, a pesar de los esfuerzos del habitante por mantener el orden, comienza a deslucir, porque a medida que los conejitos crecen estropean los objetos, las alfombras y dejan marca de su presencia. Así que el hombre le escribe a la señorita en París todo lo que sucede en el departamento de Buenos Aires , le explica su desazón de no saber ya en qué momento volverá a arrojar un conejito por la garganta, uno más que crecerá junto con los otros guardados en la noche del armario y romperá los objetos preciados de Andrée, siempre reparados por el que escribe la carta.

Ya sé que muchos han leído “Carta a una señorita en París”. Yo misma lo he hecho varias veces. Sin embargo no me acordaba del final, que anuncia el suicidio del narrador que se tirará por una ventana y se llevará a los conejos consigo. Eso supongo, porque Cortázar siempre se abre a varias interpretaciones. Termina el escrito así, el cual dejará en el departamento para que allí lo lea Andrée a su regreso de Europa:

“No creo que les sea difícil juntar once conejitos salpicados sobre los adoquines, tal vez ni se fijen en ellos, atareados con el otro cuerpo que conviene llevarse pronto, antes de que pasen los primeros colegiales.”

El caso es que mis alumnos leyeron conmigo, en voz alta,” Carta a una señorita en París”. No sé si se conmovieron como yo o como el personaje de Adorno y sus dos fantasmas, que no sabe quién es el dueño de la casa parisina hasta que se le aparece una noche y le pregunta que quién es él. De ahí que el personaje Manelick de Manelick de la Parra se sorprenda con el arribo de Julio Cortázar.

A mi me dio qué pensar desde anoche, después de la clase por Zoom, la aparición de chinches en Ciudad Universitaria, que de la Facultad de Química, se pasaron a la de Derecho, contigua a la de Filosofía y Letras, así que se interrumpió la cátedra presencial. Por lo pronto, mientras no se sepa a ciencia cierta si las chinches prosperan y habrá, por ende, que exterminarlas, dar clases in situ no es posible. Los estudiantes se encuentran incómodos con la posible infestación de chinches, que también parece que andan en el Metro. En Francia, dicen los diarios, se sufre una plaga de estos bichos.

¿Será el calor inusitado, producto del cambio climático, el reproductor en masa de las chinches, cimex lectularius, que se alimentan de sangre como los vampiros? ¿Estos insectos chupasangre acabarán con la vida en el planeta? ¿O será alguien o varios más, que en vez de sentir una pelusilla en la garganta, perciben un ajetreo de patas en la traquea y vomitan chinches?

Yo creo que, a lo mejor, alguien “sembró” a las chinches en CU. En estos días se llevan a cabo visitas de los profesores e investigadores a los notables representantes de la Junta de Gobierno de la UNAM para proponer a quien llevará las riendas de la Universidad. Primero se formará una terna de tres aspirantes a la rectoría y para noviembre deberá saberse quién será el nuevo rector (a). Yo, como mucho desconfío de la Cuarta Transformación, me imagino muy bien a los malandros del obradorato soltando chinches en CU para desestabilizar el proceso de selección del próximo rector, puesto que ya se sabe que el presidente se quiere meter en todo. Es como una plaga.

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