Opinión

Los cíclopes y la autarquía

En el canto noveno de la Odisea, que narra los peligros y peripecias que enfrentó Ulises y su tripulación en su largo regreso a casa, luego de haber participado en la Guerra de Troya, se cuenta su encuentro con Polifemo en la isla de los Cíclopes. Llegaron ahí después de pasar por la isla de los latófagos en la que sus acompañantes querían quedarse para siempre, renunciando a la travesía del regreso, narcotizados por el consumo de la dulce planta de loto. Ulises se las ingenió para hacerlos regresar de nuevo a los barcos. Antes había salido victorioso de la cruenta batalla librada con el pueblo tracio de los ciciones en la que perecieron muchos de sus compañeros. También había superado las retenciones de las que fue víctima en la isla de Ogigia por parte de la ninfa Calipso, y en la isla de Eea, a manos de la hechicera Circe. Ambas pretendían tomarlo por esposo, lo que Ulises rechazó no sin dificultades.

Ulises y el cíclope Polifemo

Ulises y el cíclope Polifemo

Los cíclopes, -gigantes de un solo ojo en medio de la frente- hijos de Urano y Gea, habitaban la cima de las montañas, en profundas cavernas. Alejados de la civilización vivían en un territorio cerrado al mundo. Cada uno moraba con su esposa e hijos aislados de los demás, eran ajenos a la convivencia social y no tenían costumbres o reglas comunes. No se reunían para conversar ni para tratar asuntos de interés compartido. No conocían el gobierno.

A los cíclopes los había favorecido la naturaleza pues tenían alimento abundante, eran autosuficientes sin esforzarse demasiado, “no plantan árbol por sus manos ni labran la tierra, en la cual, sin siembra ni cultivo, crecen todas las plantas: el trigo, y la cebada, y las viñas, que les dan el vino de sus grandes racimos crecidos bajo las lluvias de Zeus”. Se afirma que los cíclopes habían proporcionado a este dios el rayo y el relámpago, armas que utilizaba para vencer a sus enemigos.

A diferencia de los habitantes de otras islas, los cíclopes no visitaban los territorios de sus vecinos y no navegaban por el mar, porque no construían barcos ni tenían quién los construyera. No practicaban el intercambio de mercancías con otros pueblos y desconocían sus beneficios. Eran hostiles con los extranjeros, arbitrarios, “salvajes, ignorantes de la justicia y de las leyes”. Arrogantes, se ufanaban de ser más poderosos que los dioses. Pero todo eso Ulises lo ignoraba.

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La curiosidad, la propensión a la aventura y la audacia llevaron al héroe a querer conocer cómo eran aquellos peculiares seres. Intentó establecer un diálogo y socializar, aludiendo al principio de hospitalidad, sagrado para los griegos, el cual establecía que los forasteros debían ser tratados como huéspedes venerados. Polifemo, ignorante de las reglas, respondió de forma violenta y, “como león salvaje”, devoró a cuatro de sus acompañantes.

Ulises se vio obligado a utilizar al máximo su inteligencia y su ingenio lo condujo finalmente a vencer la fuerza bruta del cíclope. El desenlace, ampliamente conocido, se produce cuando el ojo de Polifemo es cegado por el héroe con la punta ardiente de una rama de olivo, aprovechando que había caído dormido e inconsciente por los efectos del vino. Luego, hizo salir de la gruta a sus compañeros sujetados en el vientre de las robustas ovejas, engañando así a su captor.

El profesor de la Universidad de Cambridge G.S. Kirk, dedicó un apartado de su libro El Mito a analizar el canto IX de la Odisea y del encuentro de Ulises con Polifemo. En algunos mitos griegos, señala Kirk, como en el de los centauros o el de los cíclopes, se expresa la confrontación entre naturaleza y cultura.

En el mito, esta confrontación no deja de tener cierta ambigüedad porque Polifemo en su vida se mostraba como un pastor que cuidaba de sus animales, extraía su leche, hacía quesos y de vez en cuando se tomaba un vaso de vino, aspectos todos ellos relacionados con cierto grado de cultura. Por el contrario, consumía principalmente vegetales y no poseía asador para cocinar carne. El desconocimiento de las leyes, su aislamiento del mundo exterior, la ausencia de una vida comunitaria y el desconocimiento de las leyes lo colocaban en el extremo opuesto del ser civilizado: el terreno del salvajismo.

“Al final, escribe Kirk, el vegetariano tiene ganas de carne, pero carne humana cruda: peor que los Centauros. Polifemo culmina su comportamiento totalmente anticultural, en una especie de anticlímax, tomándose el vino puro, sin mezclar con agua, actitud que para los griegos siempre fue signo de grosería, indiscreción y glotonería”.

El mundo griego fue generalmente un espacio abierto al exterior. La navegación les permitía visitar tierras cercanas y lejanas. A través del comercio intercambiaban bienes materiales y culturales. La inclinación a poner sus ojos fuera de sus propios límites territoriales, los condujeron con frecuencia a guerras de conquista o a la defensa militar de sus fronteras frente a la amenaza de sus vecinos. También era un espacio donde la convivencia social tenía un complejo cuerpo normativo. Las leyes, rituales y códigos religiosos regulaban la convivencia social en esas antiguas comunidades.

El mito de los cíclopes refleja una forma de vida opuesta a la que vivía la sociedad griega. El país de los ciclopes era una tierra autárquica, autosuficiente, habitada por seres incivilizados, repelentes al contacto con el mundo exterior y encerrados en los estrechos límites de la cueva familiar.

El mundo contemporáneo, salvo raras excepciones, está conformado por países que en mayor o menor medida están abiertos al mundo exterior. La aceleración de los procesos de globalización, prácticamente han derribado los límites nacionales de la economía, el comercio y la cultura. La dependencia, complementariedad y la necesidad de cooperación, como se demostró en la pandemia del COVID 19, tal vez nunca se había hecho tan evidente.

No obstante, ahora mismo encontramos políticos y jefes de estado con pretensiones de cíclope. Son alérgicos el contacto diplomático con el exterior. Encerrados en su caverna nacional, se rehúsan a participar en las cumbres de jefes de estado más importantes. No han construido puentes de entendimiento funcionales para resolver problemas comunes. Cultivan hostilidades y estigmatizan a importantes segmentos que viven fuera de su estrecho clan político. Pretenden la autosuficiencia y el esfuerzo en solitario en aspectos en donde la apertura y el intercambio reportan mejores beneficios. Una especie de moderna e imaginaria autarquía.