Este mes de febrero e inicios de marzo deberán ser en nuestra nueva realidad algo cualitativamente superior a una merecida conmemoración de la mujer; deberá ser el preludio de una práctica cotidiana de reconocimiento y respeto permanente que contribuya a sensibilizar, difundir y reforzar políticas de gobierno, buscando consolidarse como instrumentos educativos y de concientización sobre importancia de la equidad de género y el reconocimiento a la aportación de las mujeres al desarrollo nacional.

El pasado 11 de febrero se conmemoró el Día Internacional de la Mujer y las Niña en la Ciencia; el 15, el Día de la Mujer Mexicana y el próximo 8 de marzo tendrá lugar el Día Internacional de la Mujer. Al respecto, un poco de historia:

Desde 1961 se instauró Día de la Mujer Mexicana con el fin de generar conciencia sobre los retos para las mujeres y conmemorar su valía en la lucha por la igualdad y su aportación al desarrollo de nuestro país. Años más tarde, el 8 de marzo de 1975, a iniciativa de la ONU, se conmemoró, por primera vez, el Día Internacional de la Mujer como una jornada para luchar por la igualdad, la participación y de su empoderamiento en todos los ámbitos de la sociedad. Así mismo, en 2016, con el objetivo de lograr el acceso, la participación plena y equitativa en la ciencia y lograr la igualdad de género, este organismo internacional proclamó el Día Internacional de las Mujeres y las Niñas en la Ciencia, reconociendo con ello su papel como agentes de cambio en la comunidad científica y la tecnológica.

Si bien desde entonces se han teniendo resultados positivos, no han sido los suficientes. De acuerdo a datos de la UNESCO, en el mundo las mujeres científicas representan el 33% del total de las personas que realizan investigación.

En esa tendencia, en México, la presencia de mujeres en áreas de ciencia y tecnología ha crecido. Según datos del Sistema Nacional de Investigadores (2021) 13,406 ocupan el 38% de un total de 35,178 integrantes del padrón. En lo referente a los campos de conocimiento, hay mayor presencia en las áreas de ciencias sociales y humanidades, que en las naturales y exactas.

En el mismo sentido, según registros del Sistema Educativo Nacional, en México, el año pasado las mujeres profesionistas egresadas de carreras de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM) representaron el 13.5%. Con relación a becas de nivel posgrado, a ellas les correspondió el 46% de las becas nacionales y 41% de las becas en el extranjero.

Aun así, subsisten barreras que mantienen la segregación de la mujer que frenan su desempeño y dificultan su participación en el fortalecimiento de la comunidad científica, sin embargo, hoy el proyecto del Tren Maya (por poner un ejemplo) representa la armonización de las políticas educativas y la generación de nuevas oportunidades para las mujeres, así como una mayor inclusión laboral y política, desde una perspectiva de igualdad y equidad, y promoviendo los derechos de las mujeres indígenas, como ocurre en el Banco de Material de Sisbichén, donde el 20% de las 130 personas que ahí laboran son mujeres, a diferencia de otros sexenios que sólo trabajaba una sola mujer en este campo laboral (Viviana Cabrera Gómez).

Sin embargo, no basta el ingreso a mejores oportunidades de estudio para integrarse al campo laboral, sino buscar ahí mismo la equidad del desarrollo personal y colectivo e integrase no sólo a labores operativas sino de dirección y de alta dirección.

Así, el objetivo en la enseñanza educativa debe ser el de garantizar un proceso de trabajo íntegro en el que se empleen actividades alternativas sin la asignación rígida de roles de género, que a su vez impulsen el diálogo y permitan trabajar en un entorno pacífico que reconozca todos los puntos de vista mediante la generación de acuerdos y ambientes que estimulen el pensamiento crítico, innovador y propositivo de las niñas y jóvenes, pensamiento necesario en el ejercicio pleno y humano de la ciencia y tecnología.