Opinión

Confusiones políticas

La polarización parece ser un signo marcadamente de la época contemporánea, aunque no es un fenómeno nuevo; tampoco es exclusivo de México. Algo parecido sucede con el término populista. Podemos observar sus efectos y consecuencias en diferentes países con democracias que se asumen como consolidadas, como en aquellos con sistemas democráticos en vías de consolidación, por decirlo de alguna manera, como en Estados Unidos y Brasil, por recurrir a un par de ejemplos.

Los expresidentes de Brasil, Jair Bolsonaro, y de EU, Donald Trump

Los mandatos populistas de Jair Bolsonaro y de Donad Trump polarizaron como peligrosasmente a las sociedades de Brasil y EU

EFE

Una primera explicación sobre su vigencia podría derivarse del estado contemporáneo en el que se encuentran las sociedades modernas y el nivel de desarrollo en sentido amplio, que han alcanzado, a pesar de las disparidades existentes en su interior. 

También parece posible sostener como parte de esa explicación, que son precisamente en ese tipo de sociedades en donde es más fácilmente perceptible el rejuego de las dinámicas de la polarización y el populismo dado el nivel de maduración o falta de ella en materia política, económica y social en esos conglomerados que integran la sociedad, que no siendo uniformes, ni unidireccionales, albergan en su seno importantes desigualdades entre clases sociales. 

Y desde luego, subyace en su fondo, la lucha por el poder político y económico entre visiones políticas, económicas, sociales y culturales encontradas para atender y solucionar los problemas de una sociedad.

La integración y las expresiones de una sociedad son tan variadas que hacen evidente la existencia de una compleja pluralidad en la que difícilmente se puede satisfacer a todos los segmentos de la sociedad, independientemente de que algunas demandas económicas, sociales y culturales pueden gozar de una cierta aceptación generalizada, al menos en su diagnóstico inicial como en el combate a la pobreza o el cuidado del medio ambiente, por citar ejemplos muy evidentes, pero las diferencias se asoman inmediatamente cuando se va al tema de los enfoques y aproximaciones al problema.

Ello se hace más latente cuando la tarea se lleva a terrenos más complejos como el debate de las ideas respecto de la búsqueda de la equidad versus la iniciativa individual, lo cual se refleja en el debate sobre el papel que corresponde al Estado, la sociedad y la iniciativa privada, y el rol de la democracia en ese entramado. Mucho menos sencillo es encontrar consenso sobre los mecanismos, los medios y los métodos para su consecución, y sin embargo la democracia se mantiene como el método más eficaz para dirimir esas diferencias, al margen de la violencia y el enfrentamiento.

En varias colaboraciones nos hemos referido a las diferencias fundamentales que existen, por ejemplo, entre las izquierdas y derechas sugiriendo que la principal es justamente que las primeras se abocan esencialmente a la consecución de la igualdad y la aspiración a la fraternidad entre miembros de una sociedad, en contraste con la atribución de los valores esenciales al esfuerzo y la libertad individual como paradigma de toda articulación social que permea el pensamiento de las segundas.

El enfrentamiento, por así llamarlo, entre ambas corrientes de pensamiento y enfoques alimenta fenómenos confusos en el marco de la propia polarización, si se piensa en el aderezo del populismo, y que parecieran dominar toda discusión pública. El entendimiento entre puntos de vista encontrados es lo de menos, pero ciertamente una sociedad que elige mayoritariamente por medio democráticos debía tener el respeto y la paciencia de aquellos que aún no coincidiendo quedaron en minoría, a fin de dar oportunidad de demostrar la capacidad de acierto y error de aquellos en quienes se depositó la confianza democrática. La paciencia es otra virtud ausente en ese entramado político-social.

De manera que estos conceptos convertidos en epítetos, dicho sea de paso con excesiva ligereza teórica y complacencia ideológica, son usados para descalificar y englobar lo mismo movimientos de izquierda, que de extrema izquierda, y también de extrema derecha; convenientemente no suele incorporarse a la derecha a secas como tal, como tampoco a los actores políticos de un supuesto centro ideológico que anatematiza todas las fuentes ideológicas a sus costados. Polarización y populismo no solamente han contaminado la discusión de los temas que conciernen a una sociedad en su conjunto sino que han venido a constituirse en descalificación que nubla el criterio y el análisis requeridos para comprender cabalmente hacia dónde se dirige una sociedad determinada.

Apuntan expertos que el populismo no busca la restauración de una sociedad o un sistema sino que busca la restauración de una moralidad o un tipo de vida. Tan dudoso como eso para argumentar, desde la teoría, que las fórmulas populistas resurgen cada vez que se asiste a una movilización de vastos sectores sociales, fuera de los canales institucionales existentes. “El llamado a la fuerza regenerante del mito —y el mito del pueblo es el más fascinante y el más oscuro, al mismo tiempo, el más inmotivado y el más funcional en la lucha por el poder político— está latente incluso en la sociedad más articulada y compleja, más allá del orden pluralista, listo para materializarse repentinamente en los momentos de crisis.” (Diccionario de Política, Siglo XXI, México, 1997, pp. 1247-1253).

Lo más absurdo es que a partir de un entendimiento tan vago, se deriva que ciertos “demócratas” tienen la capacidad de asumirse como tal aunque no tengan el favor electoral del pueblo a diferencia de aquel “populista” que teniendo el respaldo democrático-electoral del pueblo pretende destruir la democracia. ¿Así o más confuso?