Opinión

La contramarcha y el ilusionista

Como dije en mi anterior entrega: al presidente Andrés Manuel López Obrador se puso como energúmeno ante la marcha del domingo 13 de noviembre en defensa del INE y, sobre todo, ante la cantidad de ciudadanos que salieron espontáneamente a las calles de la capital y de, por lo menos, 60 ciudades de México, Estados Unidos y Europa. La suma de personas que participaron en esas manifestaciones, aproximadamente, es de un millón doscientas mil personas. En vez de comportarse como Jefe de Estado para admitir y reconocer la pluralidad existente en el país; y, sobre todo, respetar los derechos constitucionales que protegen la libertad de expresión y la libertad de reunión, López Obrador asumió una posición facciosa e intolerante; vale decir, él solito se cayó del lugar que, por ley, le corresponde. Como dijo José López Portillo, “ser el fiel de la balanza.”

El presidente Andrés Manuel López Obrador en el Zócalo capitalino

El presidente Andrés Manuel López Obrador en el Zócalo capitalino

EFE

Ese es el problema de los líderes populistas: desprecian la disidencia; quieren que todos piensen como ellos. Si los ciudadanos, como es natural, ven que la democracia está en peligro debido a las acciones emprendidas por el autócrata, pues entonces reaccionan como reaccionaron ese memorable 13 de noviembre para expresar su desacuerdo.

La respuesta del Jefe del Ejecutivo fue colérica, infantil e irracional. Sobre todo, López Obrador se apartó del principio de realidad. Comenzó a construir su propia narrativa: “si a esas nos vamos, yo puedo organizar una movilización más grande”. Obviamente, la contramarcha del domingo pasado no fue espontánea; fue una puesta en escena; un acarreo descarado. El Presidente de la República convertido en prestidigitador hizo aparecer, como por encanto, cientos de miles de personas provenientes de todo el país. La evidencia es abrumadora acerca de la manera en que la gente fue obligada a venir a la Ciudad de México: “o vas o ya no te contratamos para el año próximo”; “vamos a agilizar tu apoyo económico para adultos mayores”; “si quieres seguir en el programa ‘jóvenes construyendo’ el futuro tienes que venir con nosotros”.

Yo, personalmente, tuve la oportunidad de platicar con una acarreado de Iztapalapa. Nos juntamos en el quiosco donde siempre voy a comprar el periódico. Allí entre la bola de cuates, uno me dijo: “usted cree, este menso sí va a ir a la marcha de López Obrador”. Me dirigí al aludido “¿es cierto?” Me contestó: “Sí. Mire, me conviene, me dan trescientos pesos, una torta y un frutsi. Además, me llevan y me traen. Ta’ chido.”

Así es como López Obrador puso en acto su parafernalia. Echando a andar el aparato de Estado y la variedad de recursos con los que cuentan los tres niveles de gobierno: la manipulación, el sortilegio, el amedrentamiento, la amenaza y la coacción.

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No niego que hubo gente que fue a la marcha del 27 de noviembre por iniciativa propia. Esas personas están convencidas de que López Obrador es un buen líder y un buen gobernante. No obstante, en mi concepto, el grueso de los contingentes estuvo formado por acarreados; esto es, por personas que asistieron contra su voluntad, obligados por el aparato de poder en manos de los gobiernos y los programas sociales de Morena.

Así, el ilusionista y sus corifeos pudieron decir: “Miren, logramos reunir a un millón doscientas mil personas. Fuimos más que los ochocientos mil que asistieron a la ‘marcha de los conservadores y aspirantes a fifis’.”

En lo dicho: AMLO en vez de unir al país, lo está polarizando. El brete de las marchas ha sido motivo de una mayor división que él mismo ha propiciado. El tabasqueño no tiene una idea conciliadora de la política; el hombre de Macuspana concibe a la política como conflicto. Se pelea hasta con su sombra.

Hay que poner en claro que la democracia requiere que entre los actores públicos haya un mutuo reconocimiento, respeto y el compromiso de resolver las controversias por la vía del diálogo y la negociación; la democracia es incluyente. En contraste, el populismo se nutre de la confrontación, la descalificación la exacerbación de los enconos; es excluyente.

Los líderes populistas suelen crear realidades alternativas; evaden la realidad; tuercen la verdad. Sabemos que la marcha de la venganza fue una farsa; empero, López Obrador, sus cortesanos, gacetilleros y medios de comunicación afines, la celebran como una gran victoria. Michiko Kakutani en su libro “The Death of Truth” (La muerte de la verdad) destaca que la mentira es concomitante a los regímenes autocráticos. Es sabido que el nazi-fascismo montó un aparato de propaganda para hacer creer a los pueblos de Alemania e Italia que sus líderes y sus ejércitos eran invencibles y que actuaban por el bien de la patria. Incluso, al final de la guerra, cuando ya todo estaba perdido, ese aparato de propaganda seguía diciendo que las tropas alemanas e italianas estaban obteniendo grandes victorias.

Hoy sucede igual con el aparato de propaganda montado por Vladimir Putin quien ha prohibido a los medios de comunicación que se le llame a la invasión de Ucrania “guerra”; se le debe nombrar “operación militar especial.” También ese aparato de propaganda ha ocultado las atrocidades que han cometido los soldados rusos contra la población civil ucraniana.

En México, ni López Obrador ni su aparato de propaganda pueden ocultar que el 13 de noviembre apareció un actor que había estado ausente de la escena pública, la ciudadanía. Ni el teatro guiñol que montó el domingo pasado, ni el aparato de propaganda han podido ocultar la gran derrota que este régimen ha sufrido.

El punto es que el levantamiento ciudadano no sea flor de un día.

Mail: jsantillan@coljal.edu.mx