Opinión

La creación mediante la destrucción

Entre los mitos cosmogónicos más arcaicos de diferentes pueblos primitivos se encuentran algunos en los que la creación del mundo tiene lugar mediante la muerte y desmembramiento de un monstruo primigenio. A diferencia de otros relatos en los que el dios crea por la magia de la palabra, mencionando por su nombre los objetos que quiere traer al mundo; o de aquellos que consideran el origen de las cosas como resultado de la acción de un dios artesano que moldea el barro u otro tipo de materia; o los que mencionan que los objetos y los seres nacieron de un Huevo Cósmico universal; en estos mitos cosmogónicos se trata de una lucha violenta, sangrienta y mortal, al final de la cual el vencedor destruye a su antagonista y utiliza las partes de su cuerpo para confeccionar y dar orden al universo.

Quetzalcóatl y Tezcatlipoca fueron las deidades mexicas responsables de la creación del
mundo, tras dar muerte a la diosa Tlaltecuhtli.

Quetzalcóatl y Tezcatlipoca fueron las deidades mexicas responsables de la creación del mundo, tras dar muerte a la diosa Tlaltecuhtli.

En la Mitología de la India el universo no existía porque había un dragón gigante conocido como Vritra, que retenía las aguas y causaba la esterilidad. El dios Indra nace precisamente para combatir al monstruo, liberar las aguas y traer la fertilidad. Se dice que Vritra al darse cuenta que Indra se disponía a luchar en su contra, “huye tan lejos como puede, enfermo de pánico y deseoso de la paz”. (M. Eliade). Al final, Indra lanza su rayo y desgarra el cuerpo del dragón, que así encuentra su derrota y su muerte. “En virtud de su victoria Indra creó el sol, el cielo y la aurora”, dando inicio así al nacimiento del mundo y la vida.

En la mitología babilónica existe un texto conocido como el Enuma elish (que significa “en lo alto”) en dónde se describe una lucha, antes del principio del mundo, entre dos generaciones de dioses. Los más antiguos estaban encabezados por Tiamat, Apsu y el dios guerrero Kingu. El grupo antagónico, los dioses jóvenes, estaban dirigidos por Anu, Ea y Marduk. Ea da muerte a Apsu y, para vengar a su aliado, Tiamat pone en manos de Kingu su ejército y lo refuerza con monstruos, serpientes y demonios furiosos.

Lee también

Tiamat era la diosa de las aguas profundas y se representaba como una especie de dragón marino de enormes proporciones. Marduk era hijo de Ea y el dios patrono de la ciudad de Babilonia. Después de varias batallas entre ambos bandos, finalmente se encontraron cara a cara Marduk y Tiamat. Durante el enfrentamiento, Marduk arrojó su red para atraparla y Tiamat abrió sus fauces de par en par con la intención de engullirlo. El dios aprovechó para hacer entrar un viento maligno por la garganta de su enemiga que inflamó su vientre y mantuvo sus mandíbulas abiertas. Marduk disparó una flecha que desgarró el interior del cuerpo de la diosa y se clavó justo en su corazón, dándole muerte.

El cráneo de Tiamat fue partido con una maza por el vencedor y su cuerpo dividido en dos partes. Una mitad fue colocada en lo alto, creando así la bóveda celeste y la otra mitad fue puesta abajo, dando forma a la tierra. Después de la victoria Marduk fijó el curso de las estrellas y organizó el universo planetario. Estableció el año, los doce signos del zodiaco y la forma de la luna. Con la sangre de Kingu, que fue tomado prisionero y sacrificado y al que se le acusaba de ser instigador de la ira de Tiamat, el dios Ea creó a la humanidad para que realizara el trabajo, las ofrendas y los sacrificios que permitirían el apacible descanso de los dioses. (M. Eliade y J. Campbell).

Entre los mitos cosmogónicos aztecas existe uno que tiene un gran paralelismo con el Babilónico. Quetzalcóatl y Tezcatlipoca bajaron del cielo a una diosa que tenía sus articulaciones llenas de ojos y bocas, con las cuales mordía como una bestia salvaje. Ambos acordaron darle muerte y hacer con ella la tierra. Convertidos en dos grandes serpientes “agarraron a la diosa, una de la mano derecha y del pie izquierdo, la otra de la mano izquierda y el pie derecho, y la jalaron tanto que la hicieron romperse por la mitad. De la mitad detrás de los hombros hicieron la tierra, y la otra mitad la llevaron al cielo… hicieron de sus cabellos árboles, flores y hierbas, de su piel, de los ojos pozos, fuentes y pequeñas cavernas, de la boca ríos y grandes cavernas y de sus hombros montañas”. (W. Krickeberg).

La lucha entre un dios contra un monstruo en forma de serpiente o dragón, señala Eliade, es común en muchas mitologías. Entre los egipcios se cuenta el combate entre Ra y Apofis, en sumeria Ninurta y Asag, en Grecia Zeus contra Tifón, entre los hititas el dios de la tormenta contra la serpiente Illuyankas, en Persia el héroe Thraetaona y el dragón tricéfalo Azhi-Dahaka.

En esa cosmogonía la muerte y desmembramiento del monstruoso enemigo justifica el nuevo orden que intenta establecerse. El vencedor ordena el caos y establece una nueva situación cósmica o institucional, concluye el profesor Eliade.

Para crear o recrear el mundo hay que destruir lo anterior. Al pasado hay que desmembrarlo en una batalla heroica y sin cuartel. Con los pedazos sueltos, con sus residuos, se puede armar nuevamente el rompecabezas del mundo, su nueva imagen. Este era el mensaje subyacente en esa mitología arcaica. Era la ideología y la religión de los primitivos pueblos guerreros. El mito justificaba la destrucción y la muerte de los ejércitos enemigos. En cada batalla humana, en cada guerra, se repetía como ritual la lucha primigenia del dios con el dragón.

La idea de que la sociedad se crea, renueva, o purifica con el exterminio de un enemigo, que existe sólo en la imaginación mítica, se ha asomado, de alguna u otra forma, a lo largo de la historia de la humanidad. En ocasiones el dragón que hay que exterminar adquiere el rostro de un pueblo, de una raza, de una religión, de una clase social o de una ideología política.

Por el contrario, la idea opuesta de que el mundo se construye mediante la palabra, el diálogo y el acuerdo, o con la artesanía de las reformas graduales, reconociendo y mejorando lo que existe, representa un avance en el mundo civilizado, pero esta idea a menudo está lejos del alcance de la mentalidad y la cosmovisión del héroe, del líder carismático y de la distopía revolucionaria.