Opinión

Cuentos campesinos del siglo XVIII y memes del siglo XXI

En el libro La gran matanza de los gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa (FCE, 1987), Robert Darnton dedicó un capítulo a analizar los cuentos populares que circulaban entre la población francesa del siglo XVIII, especialmente entre los campesinos.

pareceficcion.blogspot.com

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En las versiones originales de esos cuentos que solían ser crudos, atroces y violentos –muy alejados de las versiones infantiles y modernas de “Caperucita Roja” o “Pulgarcito”, por ejemplo– quienes escuchaban o reinventaban aquellas tramas, personas iletradas en su gran mayoría, expresaban involuntariamente su manera de entender la realidad, es decir, el contexto social y cultural en el que habitaban. A partir de los registros que se conservan de esta tradición oral, el historiador estadounidense pudo rastrear en el imaginario y las mentalidades de los campesinos en la Francia del Antiguo Régimen.

En las versiones antiguas de la Caperucita Roja la niña se topa en el camino con el lobo y éste toma un atajo para llegar antes que ella a su destino. Cuando la niña finalmente cruza el bosque y llega a la casa de la abuela, el lobo la obliga con engaños a meterse desnuda en la cama. Antes, sin que lo sepa, le hace comer de la carne de la abuela, a quien ya ha matado, y a beber de su sangre, haciéndola creer que es vino. Enseguida la viola y la devora. No hay final feliz.

Además de las historias trágicas cruzadas por el hambre, la miseria, la injusticia y los abusos de los poderosos – por lo regular señores feudales, reyes, sacerdotes abusivos, terratenientes, comerciantes ambiciosos, usureros, madrastras y padrastros malvados que al cabo de la historia reciben siempre una lección– hay en algunos de estos cuentos un ánimo humorístico, justiciero y de venganza que se cumple en el momento en que el villano es sometido al escarnio y la ridiculez, pero nada más.

“Fantasías de represalias” les llama Darnton, pequeños actos de reparación que son más bien pueriles e inofensivos. Aspiran a burlase del poderoso, no a rebelarse contra él o a derrocarlo. Es la astucia, el ingenio, no la rebelión antisistémica, la que se valora y premia en estas fabulaciones. El héroe no es un caudillo redentor sino un pícaro astuto. No aspira a una revolución sino a burlarse del opresor, y en el mejor de los casos a recibir por sus acciones una recompensa económica o a disfrutar de un banquete: un anhelo elemental para un campesino que ha sufrido hambre toda su vida.

Una variante que se repite en muchas historias es la del campesino pobre que se enamora de una muchacha rica. El padre de la chica lo expulsa con violencia de su casa cuando el joven se atreve a pedir su mano. Entonces planea la “venganza” con la ayuda de una bruja y de un elixir. El campesino consigue entonces un polvo mágico que provoca flatulencias incesantes. Al aspirarlo el padre de su amada no puede dejar de pedorrearse. Llama entonces a un sacerdote para que lo cure del hechizo. Al respirar los mismos polvos, “el sacerdote emite una serie espectacular de pedos mientras esparce agua bendita y murmura exorcismos en latín. Los pedos continúan a tal grado (podemos imaginar al narrador campesino dramatizando con ruidos frecuentes su narración) que la vida se vuele imposible para ellos hasta que el joven prometer librarlos del mal a cambio de que acepten su matrimonio con la hija”. En otras variantes del cuento el joven pícaro logra que el villano se pasee desnudo por la villa, o que le bese el ano a un burro.

Escribe entonces Robert Darnton a propósito del humor picaresco contra los poderosos que se filtraba en muchas de aquellas historias: “pudo haber producido carcajadas alrededor de las chimeneas pero ¿Hacía que los campesinos tomaran la determinación de cambiar el orden social? Lo dudo”.

Aquellos cuentos campesinos, que circulaban de boca en boca hasta hacerse populares, eran el equivalente de los memes y los tuits burlones y agresivos de nuestros días.

Pero “burlarse del rey difícilmente desafiaba la base moral del Antiguo Régimen”, nos dice el historiador. El premio del campesino era la carcajada y la fantasía irrealizable de engullir un gran banquete o de contraer nupcias con una princesa. El premio del autor anónimo del meme del siglo XXI es que reciba muchos “likes” y “retutis” hasta hacerse viral. Pero no más.

“El débil se burla del poderoso levantando un coro de risas a sus costillas, de preferencia mediante una estratagema obscena. Pero la risa, hasta la rabelesiana, tiene un límite. Cuando concluye las cosas vuelven a su lugar. El viejo orden recobra su dominio sobre los pícaros”, concluye.

Pienso entonces que hay algo de este mecanismo no letal, sediento en su afán por denostar y ridiculizar al poderoso, que subsiste hasta nuestros días a través de esa forma de expresión de la rebeldía anónima y la insumisión a la que llamamos memes.

Cientos de memes que circulan todos los días en las redes sociales y la emprenden, ya contra el gobierno y sus personajes principales, ya contra sus opositores, con la misma sorna –furibunda, procaz, ingeniosa e hilarante pero al fin y al cabo inofensiva, efímera e incapaz de articular una rebelión– que la de aquellos cuentos obscenos de los campesinos franceses del siglo XVII, a quienes les bastaba con imaginarse al rey desnudo y flatulento, para reír y darse por bien servidos.