Opinión

Un Dante que no es el de la Comedia

Dante es un nombre de dimensión inmortal gracias a un libro. La Comedia es, con unas muy pocas obras más, el resumen de las pasiones y las inquietudes humanas, lo que le garantiza una permanencia garantizada mientras exista la humanidad.

Una obra única tan grande opaca, por necesidad, la persona del autor, y desde luego oscurece cualquier otra cosa que haya escrito, incluso aquellas tan meritorias que serían la obra cumbre de cualquier otra pluma.

Así, al lado de la narración de su viaje con Virgilio, Dante nos legó un pequeño tratado titulado “De la Monarquía”. Texto poco conocido, que nos demuestra la vocación múltiple no del autor vuelto ya estatua, sino del hombre de carne y emociones, que participó en las querellas políticas de su época.

Y usted pensará: ¿qué importa hoy lo que pensaba un exiliado en 1313 acerca del emperador y el papa?

Nos interesa porque la reflexión acerca de quién debe gobernar, cómo debe gobernar; para qué es el derecho y cuál es la relación de las personas con la divinidad, son temas que hoy tienen la misma importancia que en la Edad Media, tan equivocadamente criticada.

Dante busca demostrar, mediante la aplicación de la más rigurosa lógica y por tanto, de manera silogística, que la supremacía política radica en el emperador, no en el papa. Esto, a partir de aceptar que la voluntad divina legó el poder sobre la tierra al Imperio Romano, de quien el Sacro Imperio fue legítimo sucesor.

Si sólo fuera un ejercicio de este tipo, sería un libro fallido y tedioso. Un ejemplo fracasado, un mero esfuerzo inútil.

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Pero el brillo del autor es tal que se cuela aún entre sus fallas. Como premisas de sus silogismos recurre a las más disparatadas leyendas de la antigüedad, a las que les reconoce la misma verosimilitud que a textos bíblicos. Todo sirve a su fin, lo pagano y lo divino.

No hay hecho humano imposible que sea desechado, si le sirve a Dante para probar un punto.

Así, leído como ficción, como si el autor nos estuviera queriendo jugar una broma, resulta un libro entretenido y, uso la palabra con plena consciencia, delicioso. Falla en su objetivo, pues atrapado en su juego lógico no puede sostener sus conclusiones de endeblísimas premisas, pero el autor demuestra la riqueza de su mente fabuladora, seguramente más allá de su voluntad.

Sin embargo, contiene algunas ideas que hoy resuenan y convencen. Por ejemplo, cuando escribe: “Ha de saberse que el castigo no es solamente la pena aplicada al que cometió la injuria, sino la pena aplicada al que cometió la injuria por el que tiene jurisdicción para castigar. De donde resulta que, si la pena no está infligida por el juez ordinario no es pena, sino más bien injuria”. Aquí está resumida la idea del Estado de derecho en su versión sancionadora, de una manera brillante, sintética e inmejorable.

Solo debe castigar quien tiene la autoridad para hacerlo.

Pero es que de hecho escribe con brillantez acerca de los límites de la autoridad. Cito: “… a nadie es lícito hacer, por la función que desempeña, actos contrarios a dicha función; pues si lo fuera, una cosa, en cuanto tal, sería contraria a si misma, lo cual es imposible.” Toda la teoría de la contención del poder resumida en una frase.

Se pregunta también acerca de qué es el derecho. Y responde afirmando que es aquello que le place a la voluntad divina. Expresión que encierra la idea del derecho justo, para un buen número de personas.

Más aún, su distinción precisa entre lo que es una cosa o persona, sus facultades y su acción. Nos muestra así tres niveles de análisis de los fenómenos sociales y de sus actores. Lo que desarrolla para analizar fenómenos políticos de su época, nos puede resultar de provecho.

Dante pensador político, fallido sostén de la Monarquía, lógico equívoco, brillante teórico intemporal del poder.

Dante

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