Opinión

Democracia al borde del abismo

Varios analistas, académicos e intelectuales han advertido que, con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, la democracia mexicana ha sufrido un retroceso. Y no les falta razón: el tabasqueño ha llevado a cabo acciones contrarias a los avances que habíamos logrado, por lo menos, desde la reforma política de 1977: la pluralidad política, la competencia limpia y equitativa entre los partidos políticos, el desvanecimiento del partido hegemónico, los frenos y contrapesos entre los poderes de la Unión, o sea, la división y equilibrio de poderes, la libertad de prensa, la tolerancia y, sobre todo, la desaparición del presidencialismo autoritario. Esos logros ahora están en vilo.

Ivan Krastev afirma que el populismo se ha vuelto el movimiento más significativo de la política contemporánea. Tiene razón. En el caso de América Latina, los presidentes que han llegado al poder por medio del voto popular han alterado las instituciones y las leyes de sus respectivas repúblicas. Se han convertido, de acuerdo con la tipología clásica, en tiranos por defecto de ejercicio (tyranno ex parte excerciti). Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador y Daniel Ortega en Nicaragua. Esa misma senda es la que está recorriendo hoy Andrés Manuel López Obrador en México.

Cuartoscuro

Cuartoscuro

Democracia y populismo son términos opuestos. Me explico: lo que habíamos logrado en México, con la convocatoria hecha por el presidente José López Portillo y su secretario de gobernación, Jesús Reyes Heroles, había sido implantar la “civilidad” en la resolución de los conflictos políticos. Con base en esa premisa pudimos avanzar en la transición del autoritarismo a la democracia en México. En ese ambiente se forjó un espíritu de “mediación”.

Incluso, con el fraude electoral de 1988, cuando las relaciones entre el gobierno y la oposición llegaron, casi, a un punto de ruptura, se encontró la manera de que México no se fracturara y siguiera por la vía de la democratización. La aportación del Cuauhtémoc Cárdenas fue de gran valor: no quiso recurrir a la violencia, sino mantener al movimiento de protesta dentro del cauce democrático. Eso explica la transformación del Frente Democrático Nacional (FDN) en Partido de la Revolución Democrática (PRD) el 5 de mayo de 1989. La creación del IFE, el 11 de octubre de 1990, fue fundamental en el sentido democratizador.

La traición de Andrés Manuel López Obrador a Cuauhtémoc Cárdenas no se ha resaltado lo suficiente; pero esa deslealtad modificó el rumbo de la izquierda mexicana: de buscar la democracia a caer en las prácticas propias del populismo.

El discurso y el comportamiento del líder ya no fueron los mismos. El tabasqueño, desde un principio, asumió a la política como conflicto, como confrontación; idea que es propia del populismo. Esta perspectiva es reconocible en la teoría de Carl Schmitt quien supone que la política se sintetiza, en última instancia, a la relación amigo-enemigo (o estás conmigo o estás contra mí). Así, López Obrador, seleccionó como blanco de ataque a “la mafia del poder” y ya no mencionó al ciudadano (sujeto fundamental de la democracia), sino al pueblo (entidad orgánica y referencia esencial del populismo). Atizó y atiza el resentimiento y el odio.

Un segundo aspecto que distingue al populismo, de acuerdo con Marco Revelli , es “la idea de traición” que ha sufrido el pueblo por parte de los poderosos y ricos. Esto reafirma la perspectiva del conflicto en términos políticos y sociales, pero sobre todo éticos. Se trata de la contraposición moral entre los buenos y los malos, los honestos y los corruptos, nosotros y ellos: “Por consiguiente, toda forma de populismo está conectada, fundamentalmente, a una cierta construcción moral.” Esta construcción moral desempeña un papel unificador del “pueblo bueno” en una sociedad dispersa cuyos individuos no encuentran un referente del cual asirse: el falso profeta.

Un tercer factor característico del populismo es su aversión al pluralismo. Ante todo, el líder populista trata de debilitar o, de plano, desaparecer el sistema de partidos para imponer la fuerza partido hegemónico. Es lo que está haciendo López Obrador con la reforma eléctrica al tratar de sumar al PRI para aprobarla, pero también para romper el bloque opositor “Va por México” y llegar a las elecciones del año próximo con más holgura y a las de 2024 sin enemigo al frente. El PRI no puede caer en ese garlito.

Enseguida, también respecto de la aversión al pluralismo, todos los regímenes populistas se lanzan contra las organizaciones de la sociedad civil porque ellas salen de su esfera de control. En Hungría, por ejemplo, Viktor Orbán, prohibió a las organizaciones civiles con el pretexto de que en realidad eran agentes extranjeros que operaban en contra del “nuevo régimen”; Orbán dijo que recibían fondos de su archienemigo George Soros. Aquí, en México, las organizaciones de la sociedad civil están siendo sometidas a un ataque despiadado: ya no reciben fondos gubernamentales, ahora, en la ley de ingresos que se propone para 2022 las donaciones para esos grupos ya no sean deducibles de impuestos.

Abramos los ojos: nuestra democracia corre peligro con un individuo que está exhumando al presidencialismo autoritario y al partido hegemónico, queriendo resquebrajar la división de poderes, polarizando a la política y a la sociedad mexicanas, creyéndose moralmente superior y atentando contra la pluralidad política y social, así como haciendo añicos a la tolerancia y a la civilidad que tanto trabajo nos costó implantar en nuestro país.