Opinión

Los derechos humanos y la libertad

Ayer, 10 de diciembre, fue el Día de los Derechos Humanos, fecha fijada en recuerdo de la adopción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos por la ONU, en 1948, lo que nos da una oportunidad estupenda para reflexionar acerca de estos mínimos que se vinculan con la idea de libertad.

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Derechos humanos, o derechos fundamentales; hay quien distingue entre ellos y quienes los utilizan como sinónimos. Para algunas personas, los derechos humanos son aquellos que se otorgan o reconocen a las personas, dentro de tratados internacionales (por ejemplo, el llamado Pacto de San José por referencia a los derechos en América Latina), mientras que los segundos se refieren a los que se encuentran en las constituciones, siguiendo la denominación de la actual máxima norma alemana, que es llamada Ley Fundamental.

Para otra corriente de pensamiento, concretamente para Luigi Ferrajoli, los derechos fundamentales se adscriben con un sentido de generalidad, y en el caso de los humanos, que vendrían siendo una división de los primeros, la generalidad consiste en que sólo se requiere ser persona para tenerlos.

En todo caso, adoptemos o no la distinción, me parece que lo relevante es la idea de derechos de la persona por el hecho de serlo.

Me parece que hay una relación intrínseca entre derechos humanos y libertad. No afirmo que sea el único valor que aquellos tutelen, pero sí el que me ocupa hoy.

La libertad humana es compleja. No es un simple “hacer lo que quiero”, sino un “hacer lo que quiero, dentro de una comunidad”; por tanto, implica al menos dos elementos:

El primero es la voluntad. Esta es, necesariamente, un acto consciente, pues el querer consiste en discernir opciones, sopesar posibilidades, y decidir un curso de acción, asumiendo posibles consecuencias, dentro del marco de lo previsible.

Por tanto, el querer no puede desvincularse de la conciencia, de un estar en el mundo de una forma determinada, en un contexto específico y concreto. La realidad personal, si podemos llamarle así.

Implica también la capacidad de prever las consecuencias de los actos propios, desde luego esto me lleva a afirmar que la capacidad de querer llega a su máximo punto con la madurez, dado que la experiencia vital acumulada es la que nos permite otear los efectos futuros de nuestras decisiones.

El segundo elemento es la comunidad. Seres colectivos por necesidad, salvo casos raros de anacoretas, vivimos apeñuscados en sociedades más o menos complejas, que para funcionar, requieren del concurso de todas las personas que la integran.

Ahora bien, todas esas personas desean vivir según sus propios parámetros, según su propio querer; pero a la vez, necesitan vivir unas con otras, lo que genera estorbos, molestias, invasiones, enojos. En suma, todo lo que sabemos que significa vivir en sociedad.

Por eso es necesario establecer dos elementos: uno, los mínimos que toda persona puede exigir a la sociedad, ya sea como prestaciones o como abstenciones; dos, limitaciones al querer individual, en beneficio de la vida colectiva.

Los derechos humanos surgen de este encuentro. Requerimos garantías de nuestra vida, de que habrá justicia frente a nuestros reclamos, de que lo que sea nuestra propiedad no nos sea quitado sin causa. A la vez, reconociendo que estamos en distintos lugares de la pirámide económica, hay quien requerirá acciones concretas de la propia comunidad para garantizarle su existencia y un mínimo de elementos materiales.

Es un equilibrio difícil, máxime porque no hay un catálogo universal e intemporal de los derechos, sino que estos se van modificando conforme surgen nuevos avances científicos (como el derecho de acceder al Internet) o se modifican nuestras creencias acerca de lo que es ser libre así como de la dignidad humana.

Creo que, en buena medida, esto puede explicarse a partir de considerar esa libertad social, que no puede destruir la convivencia porque acabaría con la vida de la especie; pero tampoco puede permitir que prive la uniformidad por sobre la voluntad personal, pues entonces desapareceríamos como individuos.

El equilibrio es precario y dinámico. Los ajustes deben ser constantes y el diálogo acerca de los derechos, permanente.