Opinión

El descalabro educativo

El gobierno federal actual ha impulsado proyectos desastrosos, como la supresión del aeropuerto de Texcoco, el Tren Maya o la Refinería de Dos Bocas, pero el impacto negativo de ninguno de estas empresas es comparable los efectos funestos que traerá consigo el proyecto de “educación comunitaria” de la SEP.

De llevarse a cabo, ese proyecto sería equivalente a una auto-inmolación cultural de la nación, una ruptura, bajo coacción, de la continuidad de nuestra educación. La SEP no busca mejorar la educación básica, lo que busca es destruirla, bajo el argumento de que está al servicio de las élites neoliberales y crear en su lugar una “educación popular” cuyo eje de funcionamiento no será la escuela sino la comunidad.

Lo que se pierde de vista es nuestra precaria realidad educativa. El Instituto Nacional de Evaluación Educativa (INEE) publicó numerosas evidencias de la crisis que corroía al sistema educativo básico. Otra fuente de evidencias fue el examen PISA de la OCDE y las que ofrece CONEVAL.

Evaluación Educativa

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Cuartoscuro

Las pruebas PLANEA, en sus múltiples ediciones demostraron que en preescolar, primaria y secundaria los alumnos mostraban tener, en las asignaturas principales (lengua y matemáticas) aprendizajes insuficientes; los estudios ECEA, por otra parte, produjeron información fiel sobre el deterioro y carencias materiales de nuestras escuelas.

El actual gobierno decidió suprimir al INEE, una institución que garantizaba en educación la transparencia y el rendimiento de cuentas del Estado ante la Sociedad. El gobierno de AMLO repudió la idea de que las políticas públicas se sustentaran en información dura, como diagnósticos y evaluaciones; en educación, se eliminó, la práctica y el término mismo de evaluación. Todo esto con el argumento ridículo de que se trataba de procedimientos “neoliberales”; de modo que las nuevas políticas educativas no se basan más en evidencias sino en intuiciones y ocurrencias.

Desde el siglo pasado dice el INEE México conoció una acelerada expansión de la matrícula en educación básica (preescolar, primaria y secundaria), asociada a un decremento relativo de la inversión y en a una declinación de los aprendizajes. El resultado neto de estos procesos fue un empobrecimiento creciente –en lo material y en lo académico--de los servicios educativos.

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Este efecto global adquirió rasgos más graves y más palpable en el siglo XXI. Enseguida vino la pandemia- Covid 19 que golpeó a la educación en aspectos fundamentales: paralizó las escuelas, suspendió los procesos educativos, produjo una remarcable pérdida de aprendizajes, enclaustró a los alumnos en sus hogares, acarreó una cauda de deserción y, finalmente un desplome del ánimo entre maestros y alumnos.

La educación básica experimentó una auténtica regresión. Lamentablemente, no hubo, no ha habido en estos cuatro años (2018-2022), una respuesta vigorosa del Estado para hacer frente a esta crisis. De 2018 a 2022 el gasto público en educación decreció y se concentró en las becas para alumnos y en el programa para fortalecer la infraestructura llamado la Escuela es Nuestra, acciones con un carácter político y clientelar inocultable y que despojaron de recursos a las políticas educativas sustantivas como la formación inicial (escuelas normales) y continua de maestros, los estímulos para el trabajo docente, el impulso a la tecnología educativa, la mejora de los servicios educativos a la población indígena o a los niños con discapacidades etc.

Este escenario de desastre es el arco dentro del cual la SEP lanzó su proyecto de “reforma de los planes de estudio”, un experimento sin precedentes, sin fundamento pedagógico, con un sustento meramente ideológico, que ostensiblemente acarreará un nuevo desplome de la educación.