Opinión

Disolviendo a la república

No estoy de acuerdo con quienes han escrito que lo ocurrido en el Senado -el viernes pasado- anuncia un porvenir ominoso. Para nada, el autoritarismo mexicano no está en el futuro, es ya una realidad, lo tenemos aquí, en nuestras narices, actuante y expansivo, listo para su siguiente destrucción.

Lo que pasó durante la madrugada del sábado en el palacio de Xicoténcatl, donde sesionó la mayoría del Senado (toda la oposición ausente) no es un anuncio de algo, es un hecho que ya quebró el orden constitucional, el procedimiento legislativo y la vida parlamentaria misma. Puede decirse que en la semana pasada, desapareció el Congreso de la Unión, en tanto poder distinto, en tanto espacio que representa al pluralismo y al diálogo, para dar paso a un concilio cuyo propósito cesarista fue complacer y cumplir las órdenes de una persona: las de López Obrador.

Sesión ordinaria en sede alterna (Xicoténcatl)

Sesión ordinaria en sede alterna (Xicoténcatl)

Cuartoscuro

La mayoría y sus dos satélites escenificaron una sesión para aprobar veinte reformas, dos de ellas constitucionales ¡sin mayoría calificada! Las crónicas informan que fueron votadas al ritmo de una cada doce minutos, de manera maquinal, sin lectura, sin discusión y en algunos casos, sin contar con el qúorum legislativo necesario.

Para que quedara claro quien manda, los cuatro precandidatos presidenciales y todos los senadores de Morena, fueron reunidos en Palacio Nacional para recibir instrucciones de un presidente aún convaleciente de Covid. Las mismas crónicas vuelven a informar que los encaminados recibieron tres órdenes: sesionar a como diera lugar, aprobar las leyes enviadas por el Ejecutivo y refrendar la cohesión entre las centrífugadas facciones y grupos de la coalición. Al final, foto de familia para confirmar la sumisión.

Antes de este montaje, la mayoría morenista había roto un compromiso con toda la oposición que nombraría a un comisionado del Instituto Nacional de Acceso a la Información y, tras esa deslealtad, quebraron puentes y diálogo. A partir de ese momento todo fue anómalo, todo volvió a ser violatorio al procedimiento legislativo.

En ese ambiente aparece lo que algunos llaman contra-constitucionalismo: aprobar por mayoría simple leyes que chocan abiertamente con la constitución. Morena sabe que aprueba dislates contra la ley fundamental con el objeto consciente de distorsionar la vida de la república. Mientras la Corte recibe centenas de impugnaciones y mientras las resuelve, entran en vigencia las normas espurias para que la constitución quede en vilo.

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La usurpación del orden democrático se consuma: desprecio a las minorías; violación a todo el procedimiento legislativo; aprobación de leyes anticonstitucionales y mientras se desahoga el cúmulo de litigios, la república que concibe la constitución, naufraga, se disuelve.

Y están los contenidos concretos de lo aprobado: sistema de salud nacional, minas, más concesiones económicas al ejército, una oprobiosa ley de ciencia, etcétera, que propinan un daño en todas direcciones.

Por todo eso, quienes quieren ver en este episodio un síntoma de “declive del gobierno” o de “fragilidad” disimulada, también se equivocan: estamos en una marcha enloquecida, sí, pero consciente del abuso de poder, una demostración de que lo pueden, caiga quien caiga.

¿Es todo? Por supuesto que no. Hay una maldad añadida: la saturación de la Suprema Corte, cientos y cientos de litigios que está atendiendo ya (y los que se agreguen) no son una carga de trabajo más, sino la materia con la que el gobierno alimentará su asedio contra el tribunal supremo, chantajeado ayer mismo desde presidencia “vamos a ver si son los grandes alcahuetes”, dijo López Obrador.

No cabe el autoengaño: no estamos ante ningún declive, ninguna muestra de fragilidad ni ante ningún anuncio de un negro futuro: la autocracia ya está aquí, disolviendo la división de poderes, los procedimientos legislativos, la normalidad constitucional y en esa medida, a la república.