Donald Trump y la política del miedo
El atentado sufrido por el expresidente Donald Trump durante un acto de su campaña electoral en Pensilvania del que salió con el rostro ensangrentado, justo unas horas antes del inicio de la Convención Republicana que lo nominará oficialmente como candidato presidencial, trae de regreso los fantasmas del miedo, del terror y de la violencia política en nuestras sociedades.
La extendida polarización y fragmentación que actualmente caracteriza a los Estados Unidos, así como la posesión casi universal de armamentos de todo tipo entre la población civil, representa el marco general de la lucha por el poder. Ahora Trump se podrá presentar ante el electorado como la víctima sobreviviente de un atentado mortal, mientras que el Presidente Joe Biden pasará a la historia como el candidato que, deteriorado en sus facultades cognitivas por su avanzada edad, cerró la puerta a un relevo generacional en la contienda política de ese país.
En las sociedades modernas el miedo recoge lo que la gente siente buscando no caer en la desesperación. A través del miedo se observa hacia donde se dirige una sociedad y representa la base de los conflictos que se propagan, generando ánimos apocalípticos y sentimientos de amargura. El miedo es el principio que tiene una validez absoluta toda vez que los demás principios se han vuelto relativos y cuestionables.
Por su parte, toda violencia política suscita un encendido y casi siempre inconcluyente debate sobre sus objetivos y sus efectos. En todo acto de terror, ya sea mediante un ataque indiscriminado contra una multitud genérica o el que se dirige hacia un objetivo específico -como en el caso de Trump- resulta difícil establecer los objetivos que se persiguen, principalmente porque no es fácil prever los efectos que derivarán como consecuencia de ese atentado. Una acción violenta siempre produce distintos puntos de vista en función de la interpretación de cada actor político. Esto demuestra que la lógica del acto terrorista no puede ser juzgada con la lógica de la política la cual establece una conexión directa entre el medio utilizado y el fin buscado.
Una acción que no pone en relación los medios y los fines puede ser considerada irracional. Por ello es que uno de los aspectos por los que es tan difícil dar un juicio político sobre un acto de violencia es que se reflexiona muy poco sobre el aspecto punitivo o de venganza, dado que por lo general el terrorista se considera a sí mismo como un justiciero.
Quienes adoptan el punto de vista del ordenamiento de las leyes del Estado consideran que fue un intento de asesinato, mientras que para los que asumen la perspectiva del violento representa un acto de justicia. Lo que se busca evidenciar con el miedo es que frente a los grandes conflictos sociales de nuestro tiempo, solamente existe un método para resolverlos que está representado por la violencia.
Las democracias son débiles y se encuentran paralizadas. En ellas los ciudadanos son víctimas de una clase gobernante que no produce nuevas prácticas conciliatorias o sistemas de mediación política. Como sociedad no ha existido la capacidad para crear instancias que permitan procesar pacíficamente los conflictos generados por el mismo desarrollo democrático.
La desconfianza se encuentra en los cimientos de la vida cotidiana, de las relaciones sociales y habita en la base de nuestra cultura. La confianza solo es posible sin violencia y aunque el temor es el gran argumento de la política moderna, debemos entender que solamente el diálogo permite el consenso. El buen demócrata debe oponerse a la violencia como un medio para la lucha social y como un fin para lograr el cambio político bajo el principio de que todo acto violento genera más violencia.