Opinión

La educación comunitaria

En la retórica de AMLO domina el arte de persuadir a las masas, pero sin comprometerse con la verdad (como hacían los sofistas de Grecia Antigua), importa seducir al pueblo, aunque en ese afán recurra a desmesuras, caricaturas, exageraciones y mentiras.

Cuartoscuro

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Esa retórica es eficaz hasta cierto punto: gana lealtad entre quienes creen en el presidente, pero causa desconcierto en quienes buscan en sus palabras argumentos racionales, lógicos, que se sustenten en evidencias y datos.

Las palabras de AMLO son elásticas. El uso que hace, por ejemplo, del término “neoliberalismo” es ilustrativo. No es el concepto que se utiliza en las ciencias sociales, es, en realidad, un dispositivo retórico, artificial, que el presidente utiliza a diario.

Para este personaje el neoliberalismo es una condensación de todos los males del mundo: Lo aplica para descalificar a sus adversarios que son, todos, neoliberales, y afirma que antes de su ascenso al poder (antes de 2018) existió un “sistema neoliberal” que fue un auténtico infierno.

Dice: “Este periodo neoliberal fue un desastre. No se conocen esos datos, pero la separación de familias fue como nunca y los hijos se criaron a la buena de Dios, y no había tutelaje y era el jefe de la pandilla, el jefe de grupo el que educaba, enseñaba. Además, al mismo tiempo fomentando el lujo barato como estilo de vida, la troca, la ropa de marca, las alhajas, el triunfar a toda costa sin escrúpulos sin ninguna índole, la corrupción en alta, cuánto tienes, cuánto vales, y los valores culturales, morales, espirituales a un lado, el que o transa, no avanza, y la moral es un árbol que da moras, y eso fue lo que prevaleció” (13-05-2022).

Cualquier persona razonable y medianamente informada sabe que esta descripción de la sociedad mexicana anterior a 2018 no corresponde a la realidad, aunque algunos de los vicios que menciona son reales y son subproductos propios del capitalismo.

La propuesta de reforma en educación básica 2022 es una réplica fiel de la retórica presidencial. No es un programa anti-capitalista pero se opone a la idea de que la educación debe ser una palanca para impulsar el desarrollo: se rechaza al individualismo, la meritocracia, la formación de capital humano, la cultura universal, el conocimiento lógico-instrumental, y se opone al “aspiracionismo”.

El objetivo, dice la SEP, no es formar hombres pasivos sino personas que actúen como agentes de transformación social, pero esos agentes no buscarán acabar con el sistema capitalista, como uno esperaría, sino que lucharán contra las relaciones de subordinación a que están sujetas las mujeres, los indígenas, los homosexuales, los discapacitados, etc.

Se trata de emancipar a esos grupos que sufren opresión, pero no modificando la estructura económica capitalista o el estado capitalista, sino introduciendo cambios en la subjetividad de los alumnos ofreciéndoles una nueva visión de la realdad y enseñándoles nuevos valores y conductas para transformar, no la sociedad en su conjunto, sino a las comunidades locales.

Esos nuevos valores y conductas no se aprenden en los libros sino en la vida cotidiana de las comunidades. El centro de la educación no será la escuela, será la comunidad y el conocimiento científico se enseñará a la par que las creencias comunitarias (aunque sabemos que en ella domina las creencias religiosas, los mitos y el pensamiento mágico).

Las virtudes morales y cívicas se van a adquirir a través del contacto o intercambio entre los alumnos y los habitantes de las comunidades. En fin, como vemos, se trata de una retórica educativa con bases conceptuales muy endebles.