Opinión

Lo efímero de los gobiernos y la demagogia

La soberbia humana, que en política se traduce en la búsqueda infructífera de mandar siempre y a todos, hace olvidar a quien la padece que el gobierno es efímero. Lo menos importante son los intereses y ambiciones de quién dirige a una sociedad y lo más el bienestar colectivo, el goce de las libertades de las personas y comunidades y el logro de la felicidad.

Los gobiernos pueden ser calificados como buenos, malos o regulares, según el cristal con que se mire, pero su impacto en la vida societaria es relativamente bajo en los países de alto desarrollo económico y democrático, donde las instituciones operan y organizan las relaciones humanas y la labor de los dirigentes políticos se reduce a mantener las condiciones para su funcionamiento. En este supuesto, la mayoría de la población no encuentra en los gobiernos en turno a los responsables directos de su bienestar o su malestar.

Sin embargo, en la última década, hay un cuestionamiento sobre la justicia del arreglo político y económico en las democracias representativas, que se ha extendido entre sectores que han sido excluidos de sus beneficios o entre quienes se sienten amenazados por los grupos externos (migrantes) e internos (población marginada) que exigen mejores condiciones de vida. Este cuestionamiento se ha convertido en reclamo a través de los partidos o movimientos políticos que ganan espacio electoral con un discurso rico en resentimiento y odio.

En este escenario, la venta de ilusiones políticas ha proliferado y la esperanza o la credulidad en un mundo distinto incansable ha sustituido al debate público racional y la funcionalidad institucional ha disminuido notablemente. Nadie en su sano juicio pudiera creer que un sistema de salud se transforma en cinco años sin aumentar sustantivamente el gasto público en este rubro y, sin embargo, sucede que se promete en México una atención hospitalaria igual a la nórdica sin más presupuesto, que es una tomadura de pelo que una población desesperada acepta como posible sin mayor análisis.

En sociedades con menor desarrollo democrático, el error colectivo, que se ha repetido en México cada 6 años, es creer que el cambio o la confirmación de un gobierno es la única vía para superar los rezagos acumulados. La realidad es que los gobiernos van y vienen y lo que permanece son las estructuras sociales y económicas que reproducen la desigualdad social. El color del partido en el gobierno es diferente, pero los líderes políticos, empresariales y sindicales son los mismos con distinto acomodo.

No hemos comprendido socialmente que la fortaleza de las instituciones -que se funda en que su funcionamiento interno sea democrático y plural- es el origen de una mejora permanente de las condiciones de económicas de las mayorías y no la voluntad de un gobierno, que es efímera y en realidad no transforma nada de fondo. ¿Por qué el Estado de bienestar nórdico todavía sigue siendo exitoso? La respuesta es obvia, pero difícil de imitar, que consiste en un trabajo y un esfuerzo social continuado durante más de cuarenta años en un ambiente de libertad y respeto a la democracia.

Los gobiernos que proponen promesas inviables pretenden prologar su mandato indefinidamente con el argumento falaz de que no tuvieron tiempo suficiente para consolidar el cambio y que los beneficios serán palpables en el mediano o largo plazos, pero la ruta trazada en su proyecto político, si se revisa a la luz de las estadísticas y se contrasta con lo que se dice buscar, no es alcanzable.

Esta confianza excesiva en el poder de cambio en los gobiernos que comienzan su encargo se refleja en la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo que ha levantado el INEGI desde el 2005, cuando empíricamente se demuestra que en el inicio de todos los sexenios hay una mayor expectativa positiva sobre la economía personal y nacional, que paulatinamente se convierte en negativa para crecer nuevamente con el siguiente gobierno.

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La única diferencia es el nivel en que comienza y en qué termina cada gobierno. En el caso del actual, López Obrador empezó con un 27 % de población con esperanza en su gestión económica y hoy es alrededor de 7. Peña Nieto empezó con 11 y en su cuarto año estaba en 4.

La creencia de que la acción de los gobiernos que son efímeros sustituye a la institucionalidad democrática y a la fuerza de la sociedad es irracional. La única vía para que haya mayor bienestar colectivo es el trabajo esforzado y continuado en una estructura económica incluyente y todo lo demás es demagogia.

La medición de la popularidad de los presidentes es un indicio, pero no es necesariamente el único indicar de la opinión pública sobre el desempeño gubernamental. De hecho, puede suceder, está ocurriendo con AMLO, que el gobernante sea bien aceptado como figura pública, pero que su gobierno sea un desastre en la percepción social.

Demagogia

Demagogia

Investigador del Instituto Mexicano de Estudios Estratégicos de Seguridad y Defensa Nacionales

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