Opinión

La ejecución de Rubén Jaramillo

Sociedad y Poder

“Los cinco cadáveres estaban juntos, habían sido ametrallados de frente y a quemarropa, y todos mostraban en la cabeza el ‘tiro de gracia’ ”. De esa manera la revista Política narró el asesinato del dirigente agrario Rubén Jaramillo, de su esposa y sus tres hijos. Más de medio centenar de soldados y policías federales los sacaron de su casa en la calle Mina en Tlaquiltenango, Morelos. Horas después aparecieron asesinados cerca de las ruinas de Xochicalco. Eso ocurrió el miércoles 23 de mayo de 1962. Hace 60 años.

Rubén Jaramillo quiso creer en la palabra del presidente Adolfo López Mateos, quien prometió a los campesinos de Morelos que resolvería sus antiguas peticiones. No les cumplió. Jaramillo era incómodo para el gobierno federal y para los grupos caciquiles que mandaban en ese estado.

Foto: Especial

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Sabía que lo perseguían. Él y su familia se preparaban para huir cuando los militares y policías llegaron en dos automóviles blindados y varios jeeps del Ejército. Los encabezaban el general Carlos Soulé jefe de la Policía Judicial Militar y el capitán José Martínez Sánchez. Los guiaba Heriberto Espinosa, antiguo jaramillista que traicionó a ese movimiento. No sirvió para nada un amparo que Jaramillo tenía contra cualquier detención.

Su esposa Epifania Zúñiga García, “Pifa” como se le conocía, tenía 46 años y estaba embarazada. Ricardo de 19 años, Filemón de 18 y Enrique de 17 (hay varias versiones sobre las edades de cada uno de ellos) eran hijos adoptivos de Jaramillo.

A todos los mataron. Rubén Jaramillo tenía nueve tiros, dos de ellos en la cabeza. A Epifania le dieron seis balazos, a los muchachos ocho a cada uno. Varios periodistas encontraron en el sitio del crimen cinco casquillos vacíos con las iniciales de la Fábrica Nacional de Municiones, que fabricaba proyectiles para el Ejército.

Rubén Jaramillo Ménez tenía 62 años, nació en Sultepec, Estado de México, y a los 14 se unió a las milicias de Emiliano Zapata. A los 17 era capitán de Caballería en el Ejército Libertador del Sur. Nunca dejó de luchar por la regularización de la tierra para los campesinos de Morelos. En 1938, respaldado por el presidente Lázaro Cárdenas, funda la Cooperativa de Ejidatarios Emiliano Zapata en Zacatepec. En 1943 se levanta en armas pero el presidente Ávila Camacho lo convence para que siga su lucha por vías legales. En 1945, Jaramillo y sus compañeros forman el Partido Agrario Obrero Morelense que en 1952 lo postula como candidato a gobernador junto con la Federación de Partidos del Pueblo Mexicano.

Perseguido por terratenientes, durante varios años Jaramillo se oculta en las montañas de Morelos y encabeza a un grupo armado. En 1958 Adolfo López Mateos, cuando aún era candidato presidencial, le ofrece amnistiarlo. El 18 de mayo sellan ese pacto político y personal con un abrazo. La fotografía de Jaramillo con López Mateos, de chamarra clara el líder campesino, con traje y corbata el inminente presidente, ambos con anchas y francas sonrisas, fue muy difundida.

A Jaramillo lo designan delegado en Morelos de la CNC. Su principal interés era crear una comunidad campesina, de inspiración socialista y para 6 mil personas, en predios de Michapa, El Guarín y Huajintlán, al poniente de ese estado. El gobierno adjudicó esas tierras a los jaramillistas pero luego se las quitó. En 1961 esos campesinos ocupan los predios en disputa y el Ejército los desaloja con violencia. Jaramillo es amenazado por autoridades como el jefe de la 24 Zona Militar y por enviados del gobernador Norberto López Avelar.

Jaramillo era pastor metodista y ayudó a construir el templo de esa religión en Tlaquiltenango; además fue masón. Formó parte del Movimiento de Liberación Nacional creado en 1961 por el ex presidente Cárdenas y un notorio grupo de escritores y simpatizó con la entonces reciente revolución cubana. También se adhirió al Partido Comunista Mexicano y respaldó las huelgas de los maestros encabezados por Othón Salazar. Posiblemente esos compromisos políticos influyeron para que el gobierno dejara correr las intimidaciones a Jaramillo.

Rubén Jaramillo no quería confrontarse con López Mateos y buscaba con empecinamiento que el presidente lo recibiera. En marzo de 1962 su esposa Epifania aborda a López Mateos en la inauguración de un mercado en el Distrito Federal y le entrega una carta. El presidente la reconoce y la saluda pero no atiende las peticiones de Jaramillo y los suyos.

El 12 de abril de 1962 Rubén Jaramillo le escribe de nuevo a López Mateos para denunciar que el gobierno de Morelos los persigue a él y sus compañeros debido a la disputa por las tierras de Michapa, El Guarín y Huajintlán. Le dice: “los políticos de mi estado quieren seguir sus viejas intrigas tratando de amordazarme a mí y a mi pueblo para que no hable ni diga lo que siente. Por lo que me apresuro a demandar de usted las indispensables garantías constitucionales o, de lo contrario, tendremos que ejercer nuestra propia defensa como lo hemos hecho en pasadas ocasiones”. (Esa y otras cartas de Jaramillo fueron localizadas en el Archivo General de la Nación por la investigadora María Magdalena Pérez Alfaro).

Después del crimen de aquel 23 de mayo, a pesar del miedo que imponía la presencia del Ejército, 5 mil personas acudieron en el panteón de Tlaquiltenango al sepelio de los cinco asesinados. El ataúd de Rubén Jaramillo fue cubierto por una bandera nacional que él conservaba de sus años de lucha con Emiliano Zapata.

Los culpables de esos crímenes nunca fueron llevados a la justicia. El presidente López Mateos jamás condenó tales asesinatos de los que, sin lugar a dudas, su gobierno fue responsable. La única expresión de ese gobierno sobre las ejecuciones en Xochicalco fue un boletín de la PGR que culpaba a Jaramillo de despojo y narcotráfico y aseguraba que “se dedicaba a cometer atracos a los vacacionistas”.

El día que lo mataron, Rubén Jaramillo llevaba en el bolsillo 90 centavos.