Opinión

Las encuestas y el Primer Entrevistado

Son tres los motivos por los que Morena se ha decidido por el mecanismo sui generis de las encuestas para determinar su candidato presidencial para las elecciones de 2024.

El primero es que se trata de una manera para darle la vuelta a la legislación electoral respecto a los actos anticipados de campaña, ya que se ha visto que tomar ventaja en el arranque sirve de mucho para llegar a la meta.

El segundo es que el mecanismo busca mantener la unidad dentro del partido-movimiento de gobierno, al fijar reglas que hagan más costosa, políticamente, una eventual salida disidente.

El tercero es que nominalmente se trata de algo diferente al tradicional dedazo presidencial, para que no sea todavía más evidente la transformación de Morena en la versión Siglo XXI del PRI.

Cada uno de los motivos tiene sus peligros. A mi entender, el mayor de ellos está en el mantenimiento de la unidad, por razones (aparentemente) de técnica demoscópica.

A pesar de que todos sabemos de que ya arrancaron las precampañas, con el retruécano de que no se elige candidato, sino coordinador en defensa de la 4T, el gobierno y su partido quieren hacer precisamente lo que criticaron hace años (y por lo que se generaron nuevas normas para los procesos electorales). Confían en que el INE, a pesar de las advertencias que ha lanzado, privilegiará mantener una relación menos tirante con el presidente López Obrador, en el ingenuo entendido de que así podrá salvarse de sus furias a la hora del proceso electoral propiamente dicho.

Ya existe una serie de tibias medidas cautelares de parte del INE, que han sido ratificadas por el TEPJF, pero lo más probable es que los aspirantes, incapaces de caminar por la cuerda floja a la que los conminan, terminen pasándoselas por el arco del triunfo, y a ver quién se atreve a castigarlos con las medidas draconianas que dicta la ley.

Esto no obsta para que, si alguno de los precandidatos de verdad se pasa de rosca, el asunto termine por generar una nueva disputa entre la autoridad electoral y el partido en el poder, como aperitivo y preludio de unas elecciones altamente judicializadas. Si pueden pasar mítines de proselitismo como “asambleas informativas”, intentarán pasar otra y otra cosa, hasta que se rompa la cuerda por lo evidente.

El acuerdo sobre las encuestas presuntamente está planchado. Sin embargo, o los aspirantes tomaron acuerdos en lo oscurito que no han revelado, o hay demasiados cabos sueltos que pueden hacer inválido dicho acuerdo.

Sabemos que habrá una encuesta central que realizará el área encargada de Morena, y cuatro encuestas espejo que serán hechas por empresas privadas propuestas por los aspirantes. Lo que no sabemos es mucho: el tamaño de la muestra, el número de preguntas y, significativamente, si se tomará en cuenta a los electores en general o solamente a los simpatizantes de Morena y sus aliados (y, entonces, ¿cómo se definirá al simpatizante: firme o potencial?).

Tampoco queda claro si las encuestas espejo serán a partir de muestras definidas por Morena, o si las empresas podrán hacer su propio muestreo (ya se sabe que una encuesta es tan buena como lo sea su muestra). Y no se sabe si hay mecanismos para evitar que la muestra se cuele hacia los precandidatos (que, de conocerla, por ejemplo, podrían poner sus canicas en hacer la campaña en Irapuato y olvidarse de Celaya).

Lo más peliagudo es cómo definir al candidato si las encuestas no coinciden o si están dentro del margen de error. Supongamos que la encuesta central y una de las encuestas espejo dan un vencedor por un margen incontestable, y las otras tres dan otro vencedor por el límite del margen de error. Es 3 a 2, pero con márgenes diferentes; y la encuesta central es minoritaria.

En otras palabras, sólo si las cinco encuestas coinciden y en todas hay una diferencia suficientemente amplia respecto al segundo lugar, crecerá verdaderamente el costo del disenso y la no-aceptación. Una competencia cerrada es casi garantía de que habrá discordia y nuevos enconos.

Y es aquí donde entra a escena el Primer Entrevistado de la Nación.

En un escenario competido, la interpretación de los resultados de las encuestas es la clave. Más que los resultados mismos. Sería cándido suponer que la interpretación correrá a cargo de la dirección formal de Morena. Correrá a cargo de la dirección real, que tiene los nombres y apellidos de Andrés Manuel López Obrador.

El presidente Andrés Manuel López Obrador en su conferencia mañanera

El presidente Andrés Manuel López Obrador en su conferencia mañanera

Cuartoscuro

Tal vez ese elemento sea el que nos explique por qué los principales aspirantes se desviven por agradar al Presidente. Buscan su condescendencia. Con ello -más que con el antidemocrático “acuerdo de unidad” de no debatir entre ellos y no confrontarse- demuestran que, más que los entrevistados de las encuestas, con quien quieren quedar bien es con el Primer Entrevistado. La carrera, por ahora, parece ser para ver quién queda mejor ante él.

Así demuestran también que, aunque con el proceso se vista con económico vestido de percal, dedazo se queda. Y tendrá las mismas consecuencias de los dedazos de antes (que han sido variadas, por lo que el asunto -repito- tiene sus peligros).

fabaez@gmail.com

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Twitter: @franciscobaezr

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