Doy por sentado que todos han visto el video de Will Smith soltando una bofetada al humorista Chris Rock durante la ceremonia de los Oscars. Me sumo a la condena contra el actor por responder con violencia física al comentario alusivo a la alopecia de su mujer. No voy a defender ninguno de sus patéticos argumentos ni tampoco el comportamiento de los miembros de la Academia, quienes tenían que haberlo sacado a la fuerza del evento, cuando se negó a marcharse.
Ahí quedará, en la conciencia de cada una de las estrellas de Hollywood, la decisión de aplaudir enternecidas cuando un lacrimoso Will Smith pidió comprensión por defender el honor de su familia, y luego festejar al oscarizado actor en la fiesta posterior a la ceremonia, como si nada hubiera pasado.
Dicho esto, me gustaría centrarme en ese escaso segundo del que casi nadie habla del polémico video: el instante en que un camarógrafo enfoca a Jada, la mujer de Will Smith, cuando el cómico la señala y dice: “Jada, te quiero. Teniente O´Neil 2. No puedo esperar a verla”.
La alusión del presentador a la alopecia de Jada —inevitable por su enfermedad— y a la de la actriz Demi Moore —que se rapó la cabeza para demostrar su “hombría” en la película— fue tan directa que de forma instantánea hubo un estallido de risas. Incluso Will Smith no pudo contenerse durante un par de segundos, mientras era enfocado en el mismo plano para que se viera la reacción de su mujer a su lado. Y la reacción de ella fue la de bajar los ojos, humillada. Jada fue ultrajada, delante de todo el mundo.
La secuencia inmediata fue el actor levantándose para soltar La Bofetada en la cara del cómico, y a continuación, sentarse y gritarle dos veces a oídos de todos: “¡Saca el nombre de mi mujer de tu puta boca!”.
Y así fue cómo Will Smith salvó el honor de macho alfa herido y el humorista logró sus 15 segundos de inesperada gloria. Pero, lo que me llevó a desviar mi mente por unas horas de la guerra de Ucrania y fijarme en este bochornoso espectáculo fue la siguiente cuestión: ¿Qué fue más escandaloso, la bofetada del actor al presentador o la bofetada de este a la mujer del actor? O reformulado de otra manera: ¿Por qué la agresión física de Will Smith a Chris Rock causó indignación y la agresión verbal de Rock a Jada indujo a la risa?
La respuesta es descorazonadora: porque la burla siempre ha estado sobrevalorada (no hay Corte sin bufón) y porque, particularmente ahora, en la era de las redes sociales, confundimos el derecho a la libertad de expresión con el derecho a insultar; y dentro del insulto, el más degradante es el relativo al físico, lo que en inglés se llama “Body shaming”, incluida cualquier tara, como el tartamudeo o tics.
La Academia de los Oscars y el presentador sabían de sobra que Jada había sufrido episodios de depresión a causa de su alopecia, y aún así, a sabiendas del daño psicológico que podía hacerle a una persona vulnerable, indicaron al cámara que enfocase maliciosamente su cara en el momento de soltar la “bofetada verbal”.
Para no salirnos de Hollywood, en su día levantó revuelo el discurso de Meryl Streep tras recoger el premio Cecil B. DeMille por su exitosa carrera, en el que aprovechó para condenar con dureza la “peor interpretación” que había visto. Y fue cuando el entonces candidato a la presidencia, Donald Trump, se puso a imitar en un mitin a un periodista crítico con parálisis cerebral, en medio de las risas de sus seguidores.
No pretendo decir en absoluto que deba ser censurada cualquier alusión cómica a un personaje —Barack Obama levantó carcajadas a costa de Donald Trump durante un discurso en el que se comparó con el hijo del Rey León, para burlarse por la obsesión del empresario en negar que el entonces presidente hubiese nacido en Estados Unidos—, pero el entonces presidente demócrata no usó su poder para para degradar a una persona por su condición física.
Por el contrario, Trump —dicen las lenguas que a raíz de ese escarnio público decidió luchar por la Casa Blanca— abofeteó al periodista por su minusvalía, a sabiendas de que no podía defenderse, de igual manera que miles de internautas se escudan en el cobarde anonimato de las redes para insultar o burlarse de alguien, mientras las plataformas, en nombre de la libertad de expresión, permiten todo tipo de acoso, que en muchas ocasiones ha acabado con el suicidio de la persona afectada.
Poco cambiará la situación si no se aborda con más rigor el límite de lo que es el derecho legítimo a expresarse o el insulto gratis. Quizá así se habría podido, no sólo quitar el Oscar al actor golpeador, sino que se podría haber penalizado con dureza a los organizadores, por permitir este tipo de bromas degradantes.
Y mientras se resuelve o no esta anomalía, habría sido bonito que, en vez de salir el ofendido esposo a partirle la cara al presentador de los Oscars, hubiese subido Jada y hubiese aprovechado la libertad de expresión para decir lo que piensa ella de la bofetada que ella recibió, sin que nadie tenga de dar la cara por ella.
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