Opinión

El Fanatismo

El escritor israelí Amos Oz en su ensayo Contra el fanatismo señala que éste es más viejo que cualquier religión, ideología o credo y que cualquier estado, gobierno o sistema político. El fanatismo es como una especie de gen que siempre nos ha acompañado y forma parte de la naturaleza humana.

En la mitología griega existe un relato relacionado con un crimen incitado por el fanatismo religioso. Se trata del asesinato del rey Penteo de Tebas, a manos de practicantes del culto a Dionisio, dios del vino. La celebración de los misterios dionisíacos no era bien recibida en muchas ciudades griegas. Se dice que la propia diosa Hera se oponía a las extravagancias y al uso del vino en los rituales.

Dionisio llegó con sus acompañantes a la ciudad de Tebas donde reinaba Penteo, que consideraba que el culto dionisiaco era disoluto. El rey tomó preso al dios con todo su séquito para evitar intranquilidad en la ciudad. Las Ménades lograron escapar y “excitadas por el vino y el éxtasis religioso” dieron muerte a Penteo. Entre las personas que mataron a Penteo estaba su madre, Ágave, quien, después del furor, arrepentida, cayó en la cuenta del tamaño de su crimen. (Edith Hamilton).

El fanatismo, de acuerdo con la opinión de Juan Eduardo Martínez Leyva

El fanatismo, de acuerdo con la opinión de Juan Eduardo Martínez Leyva

Especial

En la historia ha habido casos extremos de fanatismo, pero hay uno que es icónico porque sirvió de base para que Voltaire escribiera, hacia finales del siglo XVIII, su famoso Tratado sobre la tolerancia. Se trata de la defensa de un habitante de la ciudad francesa de Toulouse, que fue ejecutado en marzo de 1762, por haber sido acusado injustamente por una turba de fanáticos católicos de haber matado a su propio hijo. El nombre del ciudadano acusado era Jean Calas.

A partir del potente alegato de Voltaire a favor de Calas, la demanda por la libertad de credo y pensamiento adquirieron fuerza en la Francia de la época. Francia había vivido siglos de guerras religiosas con miles de muertos. La matanza del día de San Bartolomé ocurrida en 1572 fue el episodio más sangriento del fanatismo religioso. En solo una noche los católicos masacraron a los cristianos protestantes conocidos como hugonotes.

Jean Calas era un comerciante de sesenta y ocho años, practicante del protestantismo jansenista, que vivía en Toulouse con su esposa y sus hijos. Uno de sus hijos, Louis, se había convertido al catolicismo, sin la oposición del padre, pues éste era considerado una persona tolerante y pacífica. En su casa vivía una criada que era ferviente católica y por más de treinta años había servido a la familia, sin tener conflicto alguno por la diferencia de credos.

El otro hijo llamado Marc-Antoine estudiaba para abogado, pero nunca pudo obtener su título porque, para graduarse, era requisito de ley tener un “certificado de catolicidad”. La discriminación lo tornó en un hombre frustrado, sombrío y violento. Recurría a la lectura -según lo confesó a uno de sus amigos- de todos los libros relacionados con el suicidio.

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Un día llegó a su casa y se colgó de una puerta del almacén de la tienda. El cuerpo fue encontrado por un amigo de la familia de nombre Lavayasse, que ese día había llegado de Burdeos.

Mientras el padre y la madre lloraban la muerte de su hijo, muchos vecinos se reunieron delante de la casa para observar la tragedia. De pronto se escuchó un grito que venía de la multitud acusando a Jean Calas de ser el asesino de su hijo. El grito se hizo unánime y la ciudad de Toulouse entera quedó convencida de la culpabilidad del padre. Los que acusaban sostenían que Marc Antoine se disponía a convertirse, como su hermano, al catolicismo y por eso su padre le dio muerte, en complicidad con Lavayasse, su esposa y la sirvienta.

Jean Calas fue condenado a morir de una manera horrorosa en un instrumento de la muerte conocido como la rueda. Voltaire se convirtió en un activista de la causa de Calas, logró que el caso fuera revisado por un jurado de París y tres años después Calas fue declarado inocente. Su familia fue recompensada con una gratificación del rey y se le restituyeron los bienes que le habían sido requisados por el estado.

El Tratado sobre la tolerancia de Voltaire fue escrito hacia finales de 1763. La Iglesia lo incluyó en el Índice de libros prohibidos. Sin duda, el activismo de Voltaire influyó, a la postre, en el decreto de tolerancia emitido por el rey Luis XVI en 1787, y en la Declaración de los derechos del hombre promulgada por la Revolución Francesa en 1789. La Declaración establecía que deberían desaparecer de las leyes la exclusión o discriminación por motivos religiosos, que nadie debería ser censurado o sancionado por expresar sus opiniones y consagraba, como uno de los derechos más preciados, la libertad de pensamiento. (Mauro Armiño).

El fanatismo por desgracia es algo que está presente en nuestro entorno. El fanático es alguien dogmático, cerrado a recibir información nueva que contradiga o cuestione sus creencias o preferencias políticas, religiosas o ideológicas.

Amos Oz creía que la conformidad y uniformidad, la urgencia de “pertenecer a” o el deseo de hacer que todos los demás “pertenezcan a”, constituyen las formas del fanatismo más ampliamente difundidas. El culto a la personalidad, la idealización de los líderes políticos o religiosos, la adoración de individuos seductores, son otras formas extendidas del fanatismo.

Uno de los recursos para curarnos del fanatismo es no casarnos con dogma o creencia alguna y estar dispuestos a las situaciones con final abierto. Amos Oz cuenta la enseñanza que de niño le dio su abuela al explicarle la diferencia entre los judíos y los cristianos.

Los cristianos -le dijo su abuela- creen que el Mesías ya estuvo aquí una vez y que, desde luego, regresará algún día. Los judíos mantienen que el Mesías está todavía por llegar. Por eso ha habido tanta ira, persecuciones, derramamiento de sangre y odio.

¿Por qué no podemos esperar todos sin más a ver qué pasa? Si el Mesías vuelve diciendo: “¡Hola me alegro de volver a verlos!”, los judíos tendrían que ceder. Si, al contrario, el Mesías llega diciendo: “¿Qué tal están?, me alegra de conocerlos”, toda la cristiandad tendrá que disculparse con los judíos. Mientras tanto –dijo su abuela- vive y deja vivir.

Aunque es prácticamente imposible hacer razonar a un fanático, practicar el final abierto, sin dogmas, puede ser un buen antídoto.