Opinión

Fragilidad democrática (2)

Cabe proponer que el neoliberalismo promovió la uniformidad a través del consumo. En buena medida el consumo, independientemente de donde fueran producidas las mercancías, o que tuvieran el aporte de numerosos componentes o insumos de diversos países, no produjeron diversidad sino uniformidad. Detrás de la ingente riqueza producida, y concentrada en pocas manos, en las décadas de imperante mercado libre, proliferó la desigualdad en amplias capas de la población casi de manera concomitante a la acentuación de los privilegios muy minoritarios. Enorme riqueza y amplia pobrezas producidas sin que la mítica cascada produjera derrames de prosperidad de la cima a la base.

Detrás de las llamadas ventajas comparativas de la economía global se incrementaron el consumo y la competitividad empresarial, que acabaron por configurar un eufemismo para la utilización, y sobre todo explotación, de mano de obra barata. Visto asépticamente bajar los costos de producción para reducir los precios al consumidor, parece una fórmula lógica y válida. Tal vez si a ese planteamiento lógico hubiera seguido una lógica de distribución equitativa de la riqueza, el rechazo sería menor y nadie estaría cuestionando el mercado, la globalización, ni el tipo de régimen político que ha equiparado liberalismo con democracia. Nunca sucedió, desde luego, pero estamos llenos de demócratas con poca disposición a perder sus privilegios. Claro que las cosas se ven diferentes dependiendo del sitio en el que los individuos puedan encontrarse, ya sea en la escala socioeconómica internacional, o en el interior de sus propias sociedades. Ante el agobio que produce esa perseguida uniformidad, que al mismo tiempo se dice que es pluralidad, del “fin de la historia” que propuso la primacía del mercado libre, desde la sociología aparecieron teóricos que han propuesto que la globalización estaba produciendo también y sobre todo, la afirmación de los particularismos. Una consecuencia rebelde, si se quiere, de ese afán de productividad y competitividad empresarial, obviando por error o por omisión, que los procesos económicos, pero sobre todo los políticos, sociales y culturales escapan a la órbita corporativa. 

Manifestantes contra la globalización exigen un comercio justo

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Euskonews

La escritora Sabina Berman ha sugerido que las empresas, por la forma en que funcionan en su interior, son una especie de dictaduras perfectas. Imaginar el escándalo que ello produciría si se piensa en los sistemas políticos, y mucho más en aquellos que se asumen o se consideran democráticos. Y a propósito de los sistemas políticos democráticos, la lógica de la uniformidad también aplicó a grado tal que -más allá de los casos clara y objetivamente con un régimen autoritario- algunos se reservaron el derecho de decidir quien o quienes calificaban o entraban en la categoría de la democracia.

La combinación caprichosa, por decirlo con ironía, de mercado libre, derechos humanos, estado de derecho y derechos humanos y otros condimentos, se tornaron en algo parecido a un menú que predisponía la adquisición de una membresía a un club exclusivo, y privado, en el que siempre existe la reserva del derecho de admisión.

Decíamos en una columna anterior que la democracia es algo que si bien cuesta muchos esfuerzos construir, su consolidación no necesariamente es permanente, ya que al parecer es siempre frágil, sujeta a diversos y delicados equilibrios, aún en países en donde se ha asumido que se trata de realidades perennes. De manera que cualquier movimiento o tentativa de cambio a ese paradigma de uniformidad política y económica predominante en las últimas décadas desde la caída del socialismo real, fueron calificados de tentativas autoritarias, regresiones y hasta involuciones, sin importar la justeza o razón de su fundamento o de sus reivindicaciones sociales, políticas, culturales y hasta económicas.

El catedrático español Eduardo Nolla atribuye a Alexis de Tocqueville haber sostenido que lo importante en los procesos sociales y políticos no es encontrar las soluciones sino la capacidad de mantener viva la relación entre los seres humanos. (“La democracia como solución”, Fundación March, www.march.es) Es de toda la relevancia ser un demócrata y un promotor de la democracia, pero se requiere asimismo, de un componente central como el intercambio de ideas. Apunta Nolla que la única forma de ser demócrata es practicando la democracia, ya que la única manera de aprender es en la práctica y practicando la política para ponerse de acuerdo sobre los fines comunes. Tocqueville examinó y desarrolló reflexiones sobre el complejo problema entre liberalismo y democracia, que sostuvo no son cosas iguales. La opresión disfrazada de tolerancia y respeto, esconde la privación del ejercicio de la libertad. Cuando se allanan las fronteras de lo políticamente correcto se vuelve un problema de disfuncionalidad, de autoritarismo, tal vez, pero de regresión seguramente. En el pasado el peso abrumador del Estado, del ogro filantrópico que proponía Octavio Paz, y del peso opulento del mercado -pretendidamente- libre en el presente. La aspiración a la igualdad sigue siendo una idea por realizar, y mucho más el equilibrio entre ambos ideales.

Seguiremos en siguientes colaboraciones.