Opinión

Francia: respira, pero no cantes victoria

El triunfo de Emmanuel Macron este domingo en las elecciones presidenciales francesas es una gran noticia para Europa, porque significa que, otra vez, uno de los pilares de la democracia del occidente del continente se salva de las garras de la extrema derecha.

Durante los próximos cinco años, el eje franco-alemán, pilar de la construcción ideológica de la Unión Europea, garante de una inaudita paz en Europa Occidental durante los últimos setenta años, podrá seguir funcionando.

El presidente francés, Emmanuel Macron, celebra su reelección este domingo 24 de abril junto a su esposa Brigitte en un acto frente a la Torre Eiffel en París.

El presidente francés, Emmanuel Macron, celebra su reelección este domingo 24 de abril junto a su esposa Brigitte en un acto frente a la Torre Eiffel en París.

EFE / EPA / Yoan Valat

La continuidad de Macron permitirá afianzar los lazos entre el presidente galo y el “nuevo” canciller alemán, Olaf Scholz -y digo nuevo porque, tras 16 años de Angela Merkel, cinco meses no son nada-, y esto, a su vez, dará a la UE la necesaria estabilidad para trabajar en momentos de gran dificultad.

Dificultades que no comenzaron ahora, sino con la crisis migratoria de 2016 y, ese mismo año, el Brexit, dos eventos que pusieron a Europa frente al espejo y plantearon dudas existenciales que están lejos de verse resueltas.

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Simpatizantes de Macron celebran su triunfo ondeando banderas francesas y de la Unión Europea, este domingo 24 de abril en los Campos de Marte de París.

Sin embargo, una vez concluida la celebración, es necesario comprender que este resultado es solo una batalla ganada en una guerra, la que la democracia libra contra el autoritarismo y el extremismo, que se alarga por años, se extiende por todo el mundo y tiene aun un desenlace tristemente incierto.

Las cuestiones que llevaron a Le Pen a la segunda vuelta electoral en 2017 no han hecho más que agravarse en los cinco años del primer mandato de Macron. Una fractura social que ha dejado violentas protestas en las marchas de los chalecos amarillos y un rechazo generalizado a las reformas del presidente que, en resumen, han dejado más hundidos a los pobres y han resguardado más si cabe el poder de las élites.

Muestra de ello es que la líder ultraderechista ha acortado a la mitad la distancia que hace cinco años le separó de Macron, que esta vez ha ganado gracias a que muchos de los votantes del izquierdista Jean-Luc Mélenchon, tercero en la primera vuelta, -aproxiadamente, la mitad de estos- han decidido taparse la nariz y votar por el liberal.

¿Pero qué pasa con el resto? ¿Qué ocurre con los casi 2 de cada 4 que, o votaron por Le Pen, o no votaron? Que, ante la amenaza de la extrema derecha, optaron por inhibirse cuando no por echarse en sus brazos.

Necesitamos hacer más. La ultraderecha lleva años instalándose en el imaginario colectivo de medio planeta, y mientras la izquierda sea incapaz de hacer avanzar la vida de los humildes allí donde gobierna y no pueda convencer a sus bases históricas donde no lo hace, quienes amenazan la democracia y sirven felizmente a las élites seguirán saliéndose con la suya vistiéndose de demócratas y de defensores de, en este caso, “la Francia olvidada”.

Y llegará un día en que no habrá suficientes pinzas para tapar todas las narices de las personas que están hartas del mismo abandono de siempre.

Twitter: @marcelsanroma