Opinión

El fuero militar

El asesinato de cinco jóvenes perpetrado por soldados en Nuevo Laredo, Tamaulipas, puso de nuevo en entredicho la decisión gubernamental de poner a militares a realizar funciones que histórica y legalmente han sido realizadas por policías civiles.

Los problemas que surgen de esa substitución son múltiples. En primer lugar, que una y otra vez los militares atropellan los derechos humanos de las personas; en segundo, que los militares no tienen las competencias que debe tener un policía; en tercero, que las acciones de la tropa están sujetas a la autoridad militar antes que a la civil.

No se trata de un asunto meramente cognitivo: hacer, por ejemplo, que cada solado se aprenda de memoria los derechos humanos; se trata de un asunto, moral, de formación ética de la persona. La moral no inculca desde fuera, es algo interno. No se forma acatando las disposiciones del código militar, sino a través de un largo proceso de auto-reflexión y de desarrollo de sentimientos de empatía, cuidado del otro, compasión, etc.

Esto es difícil de lograr para un miembro de las fuerzas armadas pues ellos forman parte de una institución cuyo objeto es la violencia y que se regula por la lógica del mando y la obediencia. Esta lógica es el fundamento de la cultura que reina entre las fuerzas armadas.

Soldado mexicano

Soldado mexicano

Cuartoscuro

El soldado no tiene, por definición, libre albedrío. El orden que rige las fuerzas armadas es un orden jerárquico, muy poderoso, y nadie escapa de ese orden. Un ejército donde sus miembros tengan libertad de pensamiento y acción es inconcebible.

Tampoco los soldados tienen las competencias para actuar eficazmente como policía. La antigua Policía Federal exigía a sus miembros el título de licenciado en derecho; en cambio, el ingreso al ejército se logra solo con poseer el título de secundaria (con el agravante implícito de la declinación global de los aprendizajes que se vive en las escuelas)

Pero la incompetencia del soldado para hacer el papel de policía no se observa sólo con el grado escolar, sino también en el pobre dominio que tiene de toda la parafernalia técnica que trajo consigo el Nuevo Sistema de Justicia Penal: el cual exige al policía reunir evidencias de la escena del crimen, construir hipótesis racionales e inteligentes sobre los hechos, argumentar verbalmente todo eso, etc. Nunca antes el oficio de policía tuvo tantas exigencias.

Lee también

El tercer problema de la militarización del país se refiere a las relaciones entre el mundo civil y el mundo militar en el marco de una sociedad democrática --como la nuestra. En toda democracia, las fuerzas armadas deben ser dirigidas por los gobernantes civiles pues estos últimos representan el principio democrático. Esto no sucede en México. Tal vez por efecto del modelo corporativo que implantó Lázaro Cárdenas o por la inercia del caudillismo militar de los años 20 y 30, las fuerzas armadas de México se configuraron como una corporación con fueros especiales; un sector totalmente autónomo, hermético, que nunca se abre al escrutinio público, que jamás rinde cuentas de su organización y desempeño ante las autoridades civiles.

Por muchos años (1940-1980) el ejército mexicano fue el instrumento encargado de hacer el trabajo sucio (al margen de la ley) de los gobiernos federales reprimiendo los movimientos sociales de protesta --campesinos, obreros o estudiantiles-- e incluso prestándose a operaciones siniestras como la matanza de Tlatelolco y la represión de la Alameda de 1952.

Nunca las tropas se preocuparon por respetar los preceptos constitucionales. El efecto de estas intervenciones impunes y criminales creó en torno a las fuerzas armadas un halo de intimidación y miedo. Por muchos años los políticos profesionales les han temido y han procurado abstenerse de criticar su conducta o de someterlos a un régimen de transparencia o rendimiento de cuentas. Ese temor es evidente en el caso del presidente López Obrador quien ha preferido acrecentar el poder de los militares antes que tenerlos e contra de su administración.

AMLO dice admirar a Benito Juárez y a los liberales del siglo XIX, pero en su narrativa olvida decir que el objetivo de la lucha de estos grandes hombres fue doble: acabar con el fuero eclesiástico y con el fuero militar. Tristemente, la revolución de 1910 recreó el fuero militar.